Toda efeméride puede ser una buena ocasión para volver a trazar los lazos invisibles que unen el pasado y el presente de un determinado acontecimiento. Un momento idóneo, si se quiere, para revisar su evolución y puede que hasta su vigencia; una vez pasados los años. En esta ocasión, ya que el próximo día 14 de noviembre se cumplirán cien años de la creación del Partido Comunista de España (PCE), me gustaría dedicar estas líneas al centenario del mismo. A la historia de un partido político –durante mucho tiempo conocido simplemente por “el Partido”– y, lógicamente, al de unos hombres y unas mujeres que con su militancia, su entrega y su sacrificio se esforzaron por hacer de España un país mejor y más justo.
Hace ya más de un cuarto de siglo que el añorado escritor Manuel Vázquez Montalbán supo identificar con precisión la idea que había venido prevaleciendo en la larga existencia del PCE: el anticomunismo español. Una acertada reflexión que, como podemos ver en nuestro días, vuelve a ser perfectamente palpable. Pues, desde las filas de la derecha –y no digamos desde la ultraderecha–, se vuelve a agitar el conocido señuelo; el de utilizar el término “comunista” como descalificación, como insulto y como el colmo de los despropósitos. ¿Dónde puede estar el origen de tan denostada expresión? ¿Por qué tan acumulado desprecio y viejo resentimiento hacia una organización política legítima?
Como es suficientemente sabido, el PCE, en sus inicios, fue una escisión del PSOE, (la protagonizada por las Juventudes Socialistas). Pero, la nueva formación política (surgida a los ecos de la revolución de octubre de 1917), a la postre, no dejaría de ser más que un pequeño grupúsculo con escasa influencia social y política –y solo en algunos lugares del país–. La etapa de la Segunda República sí supondrá un ligero incremento en cuanto al número de sus afiliados y la elección de algunos de sus miembros como diputados a Cortes. Un momento histórico que coincidirá con la presencia activa de sus dirigentes más carismáticos: Pepe Díaz, por Sevilla y Dolores Ibarruri, por Vizcaya.
A pesar de ello, la insurrección militar destinada a evitar que las izquierdas llegaran de nuevo al poder, ocurrida en el verano de 1936, se escudará en un supuesto levantamiento comunista. Ya se sabe, había que justificar el golpe. Ese golpe de Estado que convulsionará irremediablemente al país durante más de mil días. Todo un trágico periodo de Guerra Civil, en el que, ahora sí, el PCE llegará a experimentar un crecimiento espectacular. Pues, la ayuda soviética y su fuerte resistencia frente al fascismo le auparán a un papel fundamental de oposición y defensa de la legalidad democrática republicana.
Una actuación que conllevará que, durante la larguísima posguerra, sus militantes se encuentren entre los que más sufran el exilio, los encarcelamientos, las torturas y los fusilamientos. A pesar de todo, desde la clandestinidad y soportando toda clase de sacrificios personales y familiares, muchos de ellos no cesarán nunca en la batalla contra la dictadura. Así llegamos al agotamiento físico del régimen y a los inicios de la lucha por la democracia, en los que “el Partido” se convertirá en la principal referencia obrera e intelectual de esos momentos. Unos tiempos en los que el PCE pondrá en su horizonte la conquista de los derechos y las libertades fundamentales que hoy disfrutamos; frente al desprecio más absoluto de quienes seguían estando más cómodos con el estado autoritario surgido con la victoria. Sin olvidarnos de la tan traída y llevada versión maniquea con la que la dictadura franquista nos machacó hasta la extenuación durante casi 40 años.
Unos inicios de la Transición cuyo hito principal lo constituirá, precisamente, la legalización del PCE, en la Semana Santa de 1977. Un partido en torno al que había girado la resistencia contra el franquismo. Un partido que defendió la reconciliación, la amnistía, los Derechos Humanos, la Constitución, que pactó con el PSOE para la constitución de los primeros ayuntamientos democráticos, etc. Pero, también de un partido que no pudo, no supo o al que no dejaron recoger el fruto de su prolongado esfuerzo por superar las injusticias y las carencias de la vida y su inequívoca apuesta por la conquista de las libertades.
El pronto declive de sus resultados electorales –sus divisiones internas y sus errores estratégicos– llevarán al nacimiento de Izquierda Unida (IU). Una formación en la que ya antes, con la conocida “foto de las amapolas”, tal y como apuntaba hace unos días Felipe Alcaraz, se habría convertido en emblema de un nuevo e ilusionante “proyecto rojo, verde y violeta”: Convocatoria por Andalucía. Ese que, bajo el liderazgo de Julio Anguita, a tantos nos cautivó en aquella primavera andaluza y que, después, se extendería a toda España…
Unos tiempos en los que, muy modestamente, yo también participé de esos sueños colectivos de progreso y unidad. Para ello no pude tener mejor cobijo que la pasión por unos ideales, alejados de todo sectarismo excluyente –y de tantas interpretaciones sesgadas como las que actualmente vemos proliferar–, y de un pueblo querido, de Cogollos. Un pueblo desde el que trabajar, desde el gobierno municipal, por el bienestar y la mejora de la calidad de vida de todos mis vecinos y vecinas.
El Premio Nobel de Literatura portugués tan vinculado a Granada, José Saramago, aseguraba que “ser comunista en el confuso siglo XXI” era sencillamente “una cuestión de ética frente a la historia”. Estoy de acuerdo con él. Y, tal vez, llegado este momento, de reconocer, especialmente en este día, la labor de las miles y miles de personas que lucharon por la libertad, por la decencia y por lo público en nuestro país. Unas personas a las que se les debe un profundo respeto, por su honradez, por su creencia en una utopía necesaria y por el entusiasmo desplegado en pos de unas ideas nobles y justas; que nunca tuvieron nada que ver con las veleidades ni con los horrores de las lejanas dictaduras estalinistas.
Como podemos ver los comunistas –y la izquierda en general– nunca lo tuvieron fácil, a pesar de quedar acreditadas sus renuncias, su entrega a la mejora de las condiciones laborales y de vida de los trabajadores y su compromiso firme por la democracia en nuestro país. Seguramente que, ahora, cuando escuchemos tildar a cualquier iniciativa de “comunista” –con cualquiera de sus acepciones acompañantes– comprenderemos que algunos lo que realmente pretenden es continuar aferrados al viejo comodín, a la desmemoria y a las tergiversaciones fáciles. Esas que puede que lo que estén es realmente ocultando sus verdaderos intereses y la defensa a ultranza de sus privilegios y, por supuesto, del intento desesperado por desacreditar –como sea– a sus rivales políticos. Nada más y nada menos.
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘,
‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘ y coautor del libro
‘Torvizcón: memoria e historia de una villa alpujarreña‘ (Ed. Dialéctica)