Hace unos días, indagando en la colección fotográfica del Archivo Municipal de Granada, descubrí una imagen que llamó mi atención. Se trata del interior del edificio de la Real Chancillería, en Plaza Nueva, hoy sede del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía; y en ella, mediante la oportuna ampliación, puede verse la placa que recuerda la visita de la reina Isabel II de España y de su esposo, el rey consorte, en el lejano año de 1862.
Vamos a ponernos en situación: Isabel llevaba 29 años siendo reina constitucional de este país, aunque ella solo contaba con 32 años de edad, que cumpliría y celebraría durante ese viaje a Granada. El reinado había sido un auténtico desastre en cuanto a gobernanza y estabilidad política: dos regencias —durante los años de su minoría de edad—, varias constituciones, al igual que varias guerras, pronunciamientos militares, una revolución, dos desamortizaciones y una larga ¡muy larga! lista de gobiernos, algunos con una duración tan breve como solo unos días. Curiosamente, había sido un granadino de Loja, el general Ramón María Narváez, el que más tiempo había gobernado hasta ese momento.
Tampoco su vida personal era ejemplar: siendo casi una niña se había tenido que casar, ante la presión nacional e internacional, con su devoto primo Francisco de Asís de Borbón, del que, incluso antes de la boda, ya sabían los ingleses, por sus servicios de inteligencia, que sería totalmente improbable que pudiera tener hijos con la reina, dada su impotencia (o su inclinación sexual hacia los hombres). La muy joven reina iniciaría un largo historial de aventuras sentimentales extraconyugales mediante las cuales logró tener descendencia. Incluso su heredero, el príncipe Alfonso —luego Alfonso XII— fue, según parece, hijo de uno de los amantes reales, el capitán de ingenieros Enrique Puigmoltó, y solo la fanática influencia sobre el rey consorte de la milagrera monja sor Patrocinio logró que este lo aceptara y reconociera como hijo legítimo, para así permitir su posterior acceso a la corona.
El caso es que, en ese año 1862, gobernaba otro general, Leopoldo O’Donnell, que había conseguido cierta estabilidad, puesto que llevaba al frente del ejecutivo desde 1860, lo que era todo un mérito en esos convulsos años. Y, según parece, fue O’Donnell el promotor de este viaje de la reina por Andalucía, pensando que ayudaría a cimentar la monarquía. Posiblemente no imaginara que, menos de seis años después, Isabel sería expulsada del trono por una nueva revolución, “La Gloriosa”, liderada otra vez por los militares. Sin embargo, ni O’Donnell ni Narváez se enteraron, porque los dos habían muerto antes.
Pero en el mes de octubre de 1862, el periplo de la monarca por las tierras granadinas fue todo un éxito. La acompañaban su esposo Francisco de Asís, sus hijos, el príncipe Alfonso y la infanta Isabel, su secretario personal, Miguel Tenorio —el amante de esos años— y su confesor, el padre Claret, así como Charles Clifford –un reputado fotógrafo nacido en Gales– y un muy largo séquito, como correspondía a la reina de España. Vinieron y se fueron en diligencia, recorriendo los caminos de entonces, puesto que el ferrocarril aún no había llegado a Granada. Y la ciudad, llena de miseria y víctima de frecuentes epidemias, los agasajó fabulosamente (o al menos sus clases dirigentes). Se levantaron pabellones de bienvenida y arcos triunfales “de cartón piedra” por varios sitios, se acondicionó el edificio del Ayuntamiento para alojar a la real familia, se organizaron fiestas fastuosas, bailes, cenas, comidas y fuegos artificiales y se realizaron visitas a todo lo que en ella había de importancia, como la Alhambra, la Universidad, la Capilla Real, la basílica de las Angustias, San Jerónimo, la Cartuja o el Palacio de Justicia. Hubo también un desplazamiento a La Zubia, donde se había levantado otro gran arco, este de cáñamo. Y obsequios en un sentido y otro, como la corona de oro regalada a la reina, réplica de la de Isabel I —la Católica— o el retrato de Isabel II a la Universidad que aún cuelga en el Hospital Real. Podemos también considerar en esta categoría el Real Decreto firmado el día de su cumpleaños (el 10 de octubre) para que finalizasen sin demora unas obras de restauración en la Alhambra, que había encontrado durante su primera visita en un estado ruinoso en varios puntos y, en general, bastante deteriorada.
Toda la estancia por tierras granadinas, que duró del 9 al 15 de ese mes (incluyendo su noche en Loja, ya camino de Málaga), fue ampliamente cubierta por los tres periódicos locales de entonces —La Alhambra, El Mensajero y El Porvenir— y contada extensamente en diversas crónicas que se hicieron; pero se dio, incluso, la feliz coincidencia de que en ese momento visitaba también Granada el escritor danés Hans Christian Andersen. El autor de cuentos como “El patito feo” y “La sirenita” (entre otros muchos) fue testigo, por tanto, de cómo la ciudad se transformaba para dar la mejor impresión a sus soberanos huéspedes, dejándolo recogido en su obra “I Spanien”:
“Granada, lunes, 6 de Octubre. La ciudad entera hervía de agitación y prisas; a los tres días llegaría la reina con su consorte, sus hijos y su séquito. (…).
Cara a la Alameda, delante de la entrada principal, se erguía un arco de triunfo de cartón, papel pintado imitando mármol y con esculturas de yeso. En la luz del crepúsculo y bajo la iluminación de la noche en calma, todo aquello tendría un efecto impresionante; pero, ahora, a plena luz del día, era como el escenario de un teatro.
En las calles donde derribaban edificios viejos, habían sido tapados los signos de demolición con grandes planchas de cartón y harpillera pintadas, simulando bloques de sillería.
En las plazas, donde solo se conservaban los fundamentos de antiguos monumentos, habían erigido sobre estos grandes obeliscos de tablas y lienzo. (…)”.
En cuanto a Clifford, ignoramos por qué no nos dejó ninguna imagen de la reina en Granada, ni de sus acompañantes. Sin embargo, realizó en esos días numerosas fotos de la Alhambra y de la ciudad, que nos han permitido saber cómo eran en un momento tan temprano para el arte de la fotografía. Así, en la vista de portada, podemos apreciar el jardín de D. Carlos Calderón —hoy Carmen de los Mártires—, que fue visitado por Isabel; mientras las siguientes nos descubren dos de los arcos efímeros levantados para recibirla. En el erigido en Puerta Real se lee la inscripción “Granada a su reina”; y en el otro se observa al fondo a la derecha, muy cerca, la gran torre de la catedral. Por eso, qué mejor final para este artículo que el siguiente vídeo, donde verán lo captado por el galés en Granada hace casi ciento sesenta años.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)