Juan Franco Crespo: «La mítica Ruta de la Seda: Samarcanda, 2»

Partiendo de nuestro bien emplazado hotel, cruzábamos el boulevard universitario y ante nosotros la gran escultura del Tamerlan, las vistas de las primeras madrasas, la policía de turismo, siempre atenta, el Mausoleo de Rujabad y, si continúas caminando por esa zona llegas a la ciudad vieja, nosotros simplemente le dimos un rodeo para enfocar la visita vespertina a la célebre y mítica plaza tantas veces contemplada en cualquier reportaje que hable de esta ciudad.

Algunos, como suele ser habitual, metíamos las narices más allá de lo que suele aparecer en el decorado o en las fotografías: calles sin asfaltar, casas destartaladas, niños jugando a la pelota y una vida sosegada apenas a cinco minutos del tráfico rodado e infernal. Me devolvía a los juegos de mi infancia en aquella Alhama que ya se fue: sólo está en nuestra mente, nuestra memoria.

Tras un buen paseo, se toma el contacto con la impresionante Plaza Registón, siempre animada, siempre con sombra, en los laterales. Estratégicamente ubicados bajo los inmensos plátanos los quioscos de bebidas, helados, cafés y, preferiblemente, tés de los más variados estilos y procedencias como pudimos comprobar en los mercados a lo largo del viaje.

Sin duda uno de esos lugares ideales para descansar del trote y del sol que revienta el suelo: media hora de asueto que parecía un segundo, pero el descanso tomando la infusión junto al césped recién cortado y regado te hacía pensar que estabas en otro lugar y no en una zona donde, la pluviometría, no es precisamente alta.

Interior del hotel que tuvimos en Samarcanda, a unos plazos del casco histórico ::JFC

Detrás de esa misma plaza hay unos jardines preciosos y donde los autóctonos, las tardes y las fiestas lo usan con inusitada alegría al margen que en pleno centro uno se encuentre la gran estatua de Karimov: imponente, impresionante y que personalmente me devolvería al excesivo gigantismo de los monumentos del período soviético aunque esta ya nada tenga que ver con aquella etapa. Igual tiene una explicación, pero nadie me supo aclarar y lo habitual “era la costumbre de la época” y ya tenemos el comodín para dar por zanjada una cuestión para la que no se tiene respuesta.

Hacia la parte izquierda uno descubre otra zona de calles pequeñas y prácticamente desiertas: estamos en plena judería aunque no encontramos nada sobresaliente al primer vistazo y tampoco el guía cuando le pregunté aportó mucho más. En realidad ese es el gran drama [yo volvería a la zona la tarde siguiente]: no hay nada salvo unos desangelados edificios que no invitan al paseante y éste rápidamente gira hacia Registón en donde bulle la vida y la gente te transmite una extraordinaria quietud, cuando no momentos de inolvidable reseña; sería el caso de las chicas del Ballet Folclórico de la República.

Interior de la mezquita que me recordaba La Alhambra ::JFC

Toda la zona está cargada de historia y sus grandes e impresionantes mezquitas destacan sobre el resto de la ciudad. Vaya que si uno quiere fotografiarlas todas, no tendrá tantas dificultades como en Bujara: aquí apenas contamos con una treintena y las del Registón se llevan la fama porque no dejan de ser realmente hermosas y cambiantes a lo largo de la jornada. Unas cuantas destacan sobre el resto en la ciudad, al menos que te alejes, una ocasión para ver esa referencia la tendremos cuando vayamos al Observatorio Astronómico. Sus siluetas te hacen centra la vista sobre esa impresionante plaza, sus monumentos y también sus restaurantes, a uno de ellos volvería un par de veces: Labi G’or presenta una excelente atalaya, ideal para observar el gentío y disfrutar de la gastronomía autóctona donde el PLOV es el plato estrella y prácticamente disponible todos los días, extraordinaria fruta y bebidas refrescantes que te dan energía para seguir o bien olvidar que estás a 50 grados.

La estación del Talgo de Samarcanda punto de partida para el Valle de Fergana ::JFC

Tocaban un par de horas de receso y encuentro a media tarde en el hotel para disfrutar de los espléndidos jardines que se animan extraordinariamente para la cena: las veladas al aire libre y el ambiente te transportan a Las mil y una noches. La tarde había transcurrido con inusitada rapidez y el panorama de la célebre plaza no dejaba de cambiar al ritmo del astro rey y siempre parecía que estabas allí por primera vez y, sin embargo era una sensación cromática que te cambiaba la realidad y te transportaba a una magia inesperada.

 

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Juan Franco Crespo

Maestro de Primaria, licenciado en Geografía

y estudios de doctorado en Historia de América.

Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas

del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.

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