Un cuentecillo manchado de carbóny aseado con la nobleza del carbonero.
Un ambiente iluminado de agradable y azulada claridad solar se contempla a contraluz. Y así, miles de partículas vuelan en plena libertad y, se dejan ver en ese instante en que el sol invade la calle con su aterciopelada luz.
Calmada mañana primaveral. En el escalón de la calle un gato, ronronea tomando el sol y ganduleando juega, con bastante desgana, con un trozo de trapo viejo que cuelga de aquella ventana.
El vendedor, ambulante de pescado, acababa de llegar a la esquina donde hacía cada día su primera parada. Apoyó el costado de la caja de sardinas, cruzada con otra de frescos boquerones, que transportaba bien amarrada al oxidado portaequipos de su trabajada bicicleta…y dio su primer pregón…: “¡Vamos niñas al pescado…, fresco lo traigo hoy!..¡sardinas, boquerones…!¡todos vivos y frescos… baratos los traigo!.
… Y despabiló al gato. Por el ruidoso pregón y por el intenso olor a pescado.
Enseguida dos señoras se acercaron a ver el género pregonado, una tercera, apartando la cortina de saco que pendía en el dintel de su puerta, preguntó a aquellas:
– Vecina… ¿es bueno el pescado?…
No hubo necesidad de contestar, ya estaba junto a ellas, mirando el pescado y disponiendo qué compraría a la vez que hablaba con una de sus vecinas e informaba:
-María, anoche, cuando ya cenábamos, llegó a mi casa el bolichero… sí, ese que hace carbón. Y me entregó tres buenos manojos de espárragos trigueros, manifestando que ayer mi hijo, el tuyo y el de la Encarna, habían estado viendo su boliche y se les había olvidado, al regreso.
– ¿Mi niño con otros viendo un boliche?- Inquirió la vecina
– ¡Pero si no me ha dicho nada…! ¡Deja tu que le eche el ojo encima! Le tengo dicho que me informe de todo lo que haga y a donde vaya.
– No te enfades mujer, simplemente fueron a acompañar a mi hijo a llevar la merienda al padre que trabajaba en la Fuentezuelas, allá cerca de la Cañada de Calderero.
Llegada a casa, la vecina, requirió al hijo para que le relatara lo de los espárragos. El chaval algo temeroso quiso empezar hablando del gran manojo de espárragos que había hecho; su madre que ya había olvidado el enfado.
– …Pues, ¡anda! ve a casa de tu amigo y te traes tus espárragos que eso guisaré hoy y dejaré el pescado para la cena de esta noche.
Los tres muchachos se reunieron a la salida de la escuela y enseguida, a los demás amigos, les contaron lo que ayer habían visto en un campo cerca del cortijo de Calderero y de su cañada.
Se atropellaban narrando la aventura a aquellos otros amigos que atentos escuchaban. Les contaban a su forma y manera la excursión realizada :
-“Pasamos el cementerio algo aligerados por los molestos recelos. Aceleramos el paso, no por prisa sino, porque queríamos alejarnos, cada vez más, del Campo Santo. Rebasada una pequeña cuesta del carril de Calderero enfilamos contentos y alegres una recta que hasta el punto donde íbamos había”.
Parecía que el día había abierto aún más su esplendor y daba la sensación de que había más luz. Toda la sierra de los Castellones se levantaba orgullosa frente a nosotros y a la izquierda quedaba el casi ya ruinoso cortijo de Calderero, habitado por peones y “arenteros” contratados en las faenas del campo.
El padre labriego del amigo, araba en una finca plantada de olivos, aunque muy claros y de gran marco plantados, para poder sembrar, entre ellos, cereales y otras cosechas.
Era un sistema equivocado, queriendo recoger dos cosechas al año se lograba ridículo rendimiento pero venía bien al minifundio usado para el poseedor de poca tierra, que quería lograr en ella un poco de todo para sustento de su hogar, personas y animales domésticos.
El padre viéndoles llegar y sin dejar de vociferar con la yunta tratando de dirigirlos por el zurco, advirtió a su retoño que colgara la merienda de aquel quejigo no muy lejano de la bezana y de buena sombra dotado. Sin duda allí merendarían el gañán y su yunta.
Nosotros, libres de encargos y faenas y puesto que el tiempo aún se prestaba a ello, decidimos buscar espárragos en los alrededores. En nuestra distraída faena que a mi me encantaba y dado que espárragos había, nos fuimos acercando hacia la Cañada de Calderero formada por una larga loma al norte y por las sierras de los Castellones y del Pueblo al sur. Lo que forma la conocida cañada de pendientes muy pronunciadas en algunos de sus tramos.
Absorbidos y dedicados a la recolección, de la que se cuentan muchas peculiaridades y alguna curiosidad, ya que es distracción campesina que se practica mucho en el lugar, nos tropezamos de bruces y entre unas grandes matas y maleza de chaparro de encina bellotera, y un grupo de robustos y esbeltos quejigos, que formaban una especie de semicírculo, en donde. aprovechando el frescor de sus sombras, crecía un rodal de fresca hierba, alta, fina que movía la brisa serrana y ocasionado por la tupida sombra de aquellos árboles que la cobijaban, le daban un aspecto verde claro y algo amarillento que denotaba la falta completa de su función clorofílica.
Allí. pues, en ese tranquilo sitio nos encontramos de forma inesperada, un boliche. Sí, sí un boliche de leña de encina que se transformaría en excelente carbón.
Había ¿…un hombre?, ¿…una persona?¿…un individuo?, todo menos esto… nos dio un gran susto encontrarnos con aquella solitaria presencia de un ser que solo le relucían unos grandes ojos que contrastaban con su desnudo cuerpo, todo negro cual trozo de carbón vegetal; solo vestía unos harapientos carzones cortos que no se sabia de que color eran, al igual que lo que calzaba, ¿albarcas? ¿alpargatas? o ¿solo era su endurecido pie, desnudo, pisando la tierra?
No, no nos habló, siguió dando viajes con una espuerta terrera que llenaba con una gran azada, no muy lejos del gran boliche que, humeaba por varios sitios de su oronda figura y más aún por la cima del pináculo ardiente. Era allí donde vaciaba sus viajes de tierra en un intento de taponar las grietas por donde escapaba aquel humo, en la prueba que realizaba.
En verdad, aquel encuentro nos dejó perplejos, estábamos viendo algo de lo que habíamos oído hablar pero nunca habíamos visto ya que, en aquellos tiempos, la época casi había olvidado tal costumbre.
El oficio ancestral de carbonero, había pasado. Quizá en los bosques de Andalucía por ser más tradicionales, quedaban más residuos aunque, estos, muy aislados.
Oficio artesanal que crea un modo especial de vida.
Llenos los tres de gran curiosidad, con un cierto temor y respeto al hombre de la espuerta y la tierra, dimos varias vueltas al gran boliche, intentando averiguar cómo estaba formado y cómo funcionaba aquello, tan extraño para nosotros.
Lejos de la opinión que tomamos, en principio, del carbonero, éste, en un momento inesperado, dejó la azada, soltó la espuerta y se puso a hablar, preguntándonos primero, de quiénes éramos y cómo nos llamábamos.
Yo deduje que de nuestro pueblo no era, quizá de cortijo o pueblo cercano.
Se mostraba hombre, muy trabajado; semblante serio y triste y como malhumorado. Que, observando nuestro gran interés por lo que estábamos viendo, de muy buenas formas y maneras y con un cierto arte narrativo del que casi todos los mayores cuentan, nos comenzó a explicar lo que era y para qué, el boliche de carbón vegetal de encina… ¡¡el mejor!! decía él.
Se paraba a respirar de vez en cuando haciendo silencios en su conversación, lo que origina y eleva más interés en lo que nos contaba.
Conversación agradable y actitud relajante y pausada que, con su profunda voz, armonizaba con las hondas arrugas de su cara, quemadas y tostadas por el sol o por el calor del carbón que fabricaba
Llevo aquí preparándolo bastante más de mes y medio, diría que dos. Se detuvo, se limpió el sudor de su frente con su antebrazo desnudo y tiznado y cogiendo una garrafa forrada de pleita de esparto, que tenía a la sombra de aquel gran chaparral; tomó un largo trago…y nos ofreció. No bebimos. No se si por falta de sed, por respeto o cortedad o quizá más bien, por darnos asco o cierto reparo beber donde aquel ser había pegado su sucia y desdentada boca.
Se sentó frente a nosotros, se notaba agotado, y siguió con su bonito e interesante relato.
Primero corté muchos árboles, encinas y chaparros, que el dueño de la tierra me ha indicado y marcado y al que debo pagar con parte de mis ganancias si las hubiera. Cuando creí tener suficiente leña, la trocee en trozos casi iguales, esto es lo más trabajoso, decía el pobre hombre fatigado y con actitud de queja impresa permanentemente en su faz.
Cuando está cortada, esta se ha de comenzar a colocar con mucho cuidado para que por su forma especial impida que se originen respiraderos para que solo requeme y retueste pero no arda. Es por ello que de punta y en vertical voy colocando los palos los más gruesos abajo, teniendo como muy importante dejar una especie de chimenea o respiradero muy estrecho, en el centro del montón de palos que, partiendo de su base central sale a lo alto de la cima del pináculo, conecta a su vez con otro en horizontal que desde el punto del eje de la circunferencia del boliche sale hacia afuera, como radio de esta.
Paró. Fijó sus ojos en nosotros. ¿Sabéis vosotros que es el radio de una circunferencia? Ya lo habréis estudiado en la escuela, ¿No?. Algo nos ha dicho el maestro de eso de la radio, contestó uno de nosotros.
Apoyando su ruda mano en la tierra se ayudó y levantó y nos mostró muy bien cual era el tal agujero que decía era el radio en la base del gran montón de palos en forma de pirámide.
Ya casi he terminado el montaje del boliche, concluyó, que me ha llevado más de mes y medio, ahora cuando tape las grietas esas que se ven y para que no se escape el fuego y queme la leña de abajo, prendido el boliche y así resquemando y resquemando, sin arder, estará bastantes días, quizá más de veinte y cuando yo considere oportuno y vea que el carbón está en su punto empezaré el desmonte del boliche quitando la capa de tierra de encima y la capa de ramajes y brozas que más abajo he colocado; pero antes de esto y durante esos veinte dias o mas que cuece la leña en el boliche, es el momento más delicado y más sacrificado, he de estar permanentemente junto al montón que cuece, las veinticuatro horas del día, estando muy atento, no se abra una grieta y arda en un par de horas lo que carbón ha de ser.
Terminado que es, toda la maniobra de tueste y vigilancia, dejado unos días que enfríe, sacaré el carbón le iré metiendo en sacos que procuraré a tanteo y, yo lo tengo, que cada uno pese una arroba, o sea, once kilos y medio, los trasladaré al pajar de casa, desde donde toda la varada iré llevando, a pueblos vecinos, a venderlo por encargo, o en ferias de ganado o fiestas donde aprovecho para vender bastantes sacos, porque no se si sabéis que de este boliche he de sacar, espero, más de cuatrocientas arrobas de buen carbón vegetal.
Pensar que en esa gran pila de leña hay más de treinta mil kilos de encina. Pierde mucho la leña al convertirse en carbón. Se lamentaba.
Esto es muy duro, vosotros estudiar para otra cosa que aquí se sufre mucho y apenas se tiene compensación económica.
Y verdad que era; su cara era fiel reflejo.
Vosotros niños, habéis de saber que ese es uno de los trabajos y artes más antiguos e interesantes de la Humanidad, con su uso se le hace mucho bien al bosque clareando y cultivando ya que se cortan los maderos más malos enfermos o espesos.
Viendo que nosotros mostramos cierto deseo, ya, de marcharnos. Al carbonero, nos pareció, no fuera de su agrado y en un intento de retenernos más rato en su compañía, se puso misterioso y con gesto mimetizado como si quisiera difuminarse sobre el terreno, nos indicó le siguiéramos en silencio y agachados…le seguimos semi encorvados, como él hacía y, en un momento determinado a unos cincuenta metros del boliche, pegado a la torcida y vieja raíz de un gran quejigo, bajo una aulaga, había un agujero. Se arrodilló e introdujo su brazo hasta el fondo extrayendo algo en su mano que cerrada, con cuidado dejaba ver lo que parecía un animal, pero…¿Cuál?. cuando lo puso a nuestra altura abrió su puño y un precioso gazapo de conejo de, unos días de vida, nos mostró. ¡Nos enamoramos del animalito!, todos queríamos coger en nuestras manos, cosa que no nos permitió ya que decía, si lo manoseamos mucho la madre los abandona y morirían.
Aquello fue algo tremendamente bello y no dejábamos de celebrarlo.
…Hacia la loma izquierda de la cañada, la que da al cortijo de Calderero, una voz algo preocupada vociferó el nombre de mi amigo, los ecos de la misma reverberaban en la cañada, oyendose enormemente aquella llamada rebotada cientos de veces en los bordes elevados de la cañada. Era su padre que preocupado por nuestra tardanza había dejado la yunta y se había acercado a buscarnos…¡Ya vamos “papa”!, es que hemos estado viendo un boliche y una madriguera con conejillos…¡Venga para acá…ahora mismo! sentenció el padre.
Nos pusimos en marcha de inmediato. Ya el sol sobre el horizonte se mecía, dejando a sus pies el peñón del Glorio, que al fondo de la cañada se veía. Aligeramos el paso temiendo la irritación del padre y nosotros recordándonos que por la puerta del cementerio habíamos de pasar en nuestro regreso al pueblo.
Pero estando en estos temores, algo mágico y muy acertado se le ocurrió a Juanito, el otro amigo del que habíamos venido a acompañar.
Se paró en la vereda, lo que nos obligó a hacer igual y, mirándonos a los ojos, todo contento como el que acabara de descubrir algo novedoso, dijo: Ya sé que haremos para no pasar por la puerta del cementerio. ¿Dinos, qué? ¿Qué es? preguntamos a coro. Nos vamos a ir por la vereda del Charcón, una que va al pueblo por el Cerro y sale a la parte alta del barrio La Cábila (así era nombrado dicho barrio en, el pueblo, en aquellos tiempos)…sí, sí, yo un día con mi hermano hicimos eso y se va al pueblo igual.
Hicimos ese camino y llegando al pueblo estábamos ya, habíamos tomado la calle que baja hacia el centro, entonces muy mal preparada y con grandes y desordenadas piedras en todo su recorrido hasta la parte baja que entronca con la que sube del Paseo muy cerca del Pilar.
Y es que esta calle no era, ni más ni menos, que el cauce de un viejo barranco que en más de una ocasión había dado problemas a sus vecinos y al pueblo, por grandes inundaciones y arrastre de enormes piedras.
Pues en esa pedregosa calle estábamos ya, cuando dando un golpe sobre mi frente como queriendo castigarme por las torpeza cometida, grite: ¡¡Anda los espárragos!! en el boliche del carbonero se han quedado…¿Qué hacemos? ¿Volvemos?…yo no vuelvo, está muy lejos. Tres hermosos manojos de espárragos trigueros, de los de verdad, se habían quedado con el bolichero.
¡¡Pero no se perdieron!!…la nobleza y honradez de aquel hombre, sucio y aparentemente abandonado del que en un momento dado habíamos sentido asco de beber de su garrafa, Ahora nos mostraba su otro lado, aquel que vale de verdad en todo ser humano, aquella que nos eleva de categoría y dejando a un lado vestimentas y máscaras externas muestran de nuestra persona lo realmente importante…nuestra Alma.
Aquel hombre, cuando ya muy tarde volvió al pueblo, llegó a casa del gañán, padre de mi amigo, y le entregó tres hermosos manojos de espárragos que con él habíamos olvidado.
Nobleza y honradez eran en él su distinción y consigna de vida.
Aquella noche, me acosté más temprano, la excursión buscando espárragos y la visión del boliche y el gazapo de conejo me habían impresionado y entre los nervios de lo experimentado y la caminata que habíamos hecho, me sentía cansado y pedí a mi madre me llevara a acostar.
Dormí de un tirón. En lo más profundo de mis sueños, soñé. Hice carbón, busqué espárragos, largos y tiernos, logrando un magnífico manojo. Descubrí madrigueras y nidos de toda clase de animales y pájaros y empalmé el día de campo, una noche de otro tanto.
Me satisfizo, la bondad, la nobleza y honradez de Juanico el Carbonero, vecino ocasional del pueblo, venido de Casariche, municipio de Sevilla.
Me llamaban. Tenía que levantarme, desayunar con mis padres y hermanos y partir alegre, un día más, a la escuela a ver a mis amigos y aprender y cultivar principios, como los de aquel “Juanico” el carbonero, natural de Casariche, municipio de Sevilla.
Granada, Noviembre de 2021
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Inspector jubilado Policía Local de Granada
Comentarios
2 respuestas a «Gregorio Martín García: «Fabricando carbón»»
Me ha encantado
Corto tu comentario pero ricamente expresivo. Gracias.