Reconozco que no tengo especial apego a los museos, aunque resulte extraño en quien siempre ha sentido fascinación por la Historia. Soy más de castillos y catedrales, de torreones, murallas y palacios, de yacimientos y ruinas, de trincheras, de viejas fábricas y molinos, de calles y plazas; en suma, de monumentos y lugares históricos, como muchos pueblos y ciudades, que te muestran su pasado a la vez que su presente. Son espacios vivos en los que nunca me aburro.
Sin embargo, veo los museos como frías colecciones de innumerables piezas artísticas o arqueológicas totalmente desubicadas, porque en ellos falta siempre todo lo que rodeaba originalmente a cada una de esas piezas. Pongo un ejemplo: las Pinturas negras de Goya, que se exhiben en el Museo del Prado, son fantásticas, pero resultaría mucho más enriquecedor contemplarlas, si fuera posible, en la Quinta del Sordo, que fue la casa del propio Goya y para donde las pintó; o, al menos, en unas salas del museo que reprodujeran con rigor las estancias de esa casa y, en ellas, la distribución de las pinturas. En cambio, los frescos de la ermita de San Antonio de la Florida, también en Madrid, me parecen una de las obras más bellas que nos ha legado el genio aragonés; y debe ser, probablemente, porque aún se encuentran y se admiran en su lugar original, para donde Goya los pintó, y no en una pinacoteca, por magnífica que esta pudiera ser.
Con todo, la realidad es que hoy por hoy, si quieres llenarte de Arte y de Historia, tienes que acudir a los museos. Por eso, el pasado fin de semana, como fuimos a la “villa y corte”, me propuse volver a visitar el Museo Arqueológico Nacional, que hacía ya años que no veía. Además, me habían comentado que su última remodelación lo había dejado francamente bien, cosa que no voy a discutir. Y me dirigí directamente a la planta de la Protohistoria, es decir, en la que se encuentran todos aquellos objetos y piezas del primer milenio a.C. Iba buscando en particular las salas de la cultura ibérica, que no son de las primeras, sino que tienes que recorrer un largo pasillo desde la escalera hasta llegar a ellas. Cuando por fin me acerqué, pude ver enseguida el gran monumento funerario de Pozo Moro —procedente de Chinchilla de Montearagón (Albacete)— y, poco después, la Dama de Elche, encontrada en 1897 en esta población de Alicante. Ambos son el centro en torno al cual se organiza su sala, pero yo iba buscando a nuestra Dama de Baza, quizás simplemente por ese rancio granadinismo que debo a la herencia de mi padre.
La primera impresión fue agridulce: si bien luce espléndida, pese a sus casi dos mil cuatrocientos años de antigüedad, y rodeada de todo su ajuar, tal y como fue hallada hace medio siglo, me pareció que no habita el lugar que le corresponde. Y no solo por su irritante posición secundaria con respecto a su homóloga de Elche sino, sobre todo, porque no está en Baza, que es, a mi entender, donde debería estar; en un espacio que aunara las más modernas condiciones de conservación y seguridad con la recreación fidedigna del enterramiento en el que se encontró. Solo así se lograría una exhibición rigurosa históricamente y útil pedagógicamente.
Desgraciadamente, en 1971 se impuso ese “nacional-catolicismo” centralista y aberrante que decretó el inmediato traslado de la Dama a la capital del Estado. Casi a escondidas, la imagen partió del Museo Arqueológico Provincial, donde estaba, para dirigirse a Madrid, al Arqueológico Nacional, y contribuir al vigor de la patria. Y a Baza, para compensarla por el expolio, se le hizo una copia, que es la que se muestra aún en la localidad.
La prensa se hizo eco del traslado “por sorpresa” —pese a la censura del momento— e informó de que se trataba de una orden ministerial que se justificaba por la necesidad de restaurar y estudiar la obra, así como de “exhibirla en la Exposición General de Realizaciones del ministerio de Educación y Ciencia”. Es muy significativo que ya en Ideal se defendiera que “Las piezas maestras, como esta, de la cultura de una región, deben quedar, según los más modernos criterios, en la región…”. Y por eso mismo “La ‘Dama de Baza’ debe volver una vez cubiertos los objetivos que han motivado su traslado de anoche” (Ideal, 15-IX-1971).
Pero murió Franco, se hizo la Transición y surgieron las autonomías. Andalucía logró aprobar su estatuto entre las primeras, en 1981. Ese mismo año España había recuperado el Guernica de Picasso, que durante gran parte de la dictadura estuvo en Nueva York. No había duda de que, rescatada la democracia, el lienzo debía estar en nuestro país, al que llegó en septiembre de dicho año. Sin embargo, la Dama de Baza, como tantas otras obras de nuestra extensa geografía, sigue en la capital del Reino, como si el mero hecho de tener este estatus le diera derecho a poseerla. Por eso, para mí, el Museo Arqueológico Nacional es un gran fiasco: poco de lo que allí hay procede del suelo (o del subsuelo) de Madrid, sino que muchas de las obras que allí hay son fruto de ese expolio practicado durante años en todo el territorio del país.
Otro ejemplo es el gran arco de ventana que se conserva procedente de la Casa del Chapiz, en el Albaicín. Es del siglo XIV, fue realizado en yeso y tiene inscripciones de caracteres cúficos en los que un experto puede leer textos como: “y no vencedor sino Dios, ensalzado sea”, “Felicidad”, “Bendición”,… Pero está en la calle Serrano, nº 13, de Madrid, muy cerca de la Puerta de Alcalá y del Retiro y muy lejos, en cambio, de su propio barrio, frente a la Alhambra y al Generalife, que es donde debería estar.
Se me puede objetar que en toda Europa los mejores museos se nutren de piezas hace tiempo expatriadas: numerosas esculturas egipcias y griegas en el Louvre, relieves asirios y del Partenón en el British, el busto de Nefertiti en Berlín, al igual que la impresionante Puerta de Ishtar (de Babilonia) o el Gran Altar de Zeus (de Pérgamo), que se exponen juntos en otro museo de la capital alemana,… Pero opino que estas obras deberían devolverse a sus legítimos propietarios, que son los países donde se realizaron, si dichos países pueden asegurar la necesaria seguridad y conservación de su patrimonio, que en realidad es de toda la Humanidad.
Volviendo a nuestra Dama, desconozco cuántas veces la Junta de Andalucía ha intentado su recuperación en todos estos años. Tampoco se bien todo lo que el Ayuntamiento de Baza o la Diputación de Granada han hecho al respecto, pero sí me consta que la Comisión de Cultura del Senado apoyó hace algo más de un año una moción que instaba al Gobierno a la devolución definitiva de la Dama a Baza (Granada Hoy, 15 de octubre de 2020)*. Y comparto plenamente esta postura. Nuestra más valiosa escultura de la Antigüedad debería mostrarse en un pequeño museo bastetano, reproduciendo con la mayor exactitud posible la sepultura en la que fue hallada. Solo de esta manera podrán conjugarse la imprescindible conservación, la más acertada exhibición, que es la que prioriza la finalidad científica y cultural, y un justo aprovechamiento turístico y económico, al que todo municipio, y no solo Madrid, tiene legítimo derecho.
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Más interesante aún es consultar el Diario de sesiones del Senado, nº 87, del 15 de octubre de 2020, pp. 24 a 28, de la Comisión de Cultura y Deporte.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)