Digamos que este periplo ha sido un inesperado extra; en tiempos de pandemia, prácticamente no sabes a dónde puedes ir y cuáles son los problemas que te pondrán para intentar desanimarte en tus deseos. Luego descubrirás que todo lo que han preparado, la limitación de derechos y otras milongas no es para tanto. Que en algún punto de la cadena están aprovechando [nuestros hombres públicos] para cercenar al ciudadano porque en Turquía, tras cinco mil kilómetros recorridos y tres aeropuertos, la vida sigue como ya la conocía de anteriores viajes aunque, entonces, siempre me había quedado en Estambul que es una ciudad que te atrapa y donde cada vez que aterrizas tienes nuevas sensaciones. Confío que éste tampoco será el último viaje a este atractivo destino que, lamentablemente, no goza de muy buena prensa por la piel de toro y mucha gente cree que aquello es el infierno, vaya no tan pernicioso, pero parecido a lo que opinan sobre la mítica ruta de la seda que, en este viaje, también saboreé en una fantástica parada en Aksaray ciudad que en su época fue venta o posada para aquellos intrépidos viajeros de La ruta de la seda, los osados viajeros de la historia, es un puesto preciosamente reconstruido y todo un regalo para el viajero.
Estaba en la Riviera Maya [recuerden que esta temporada los vuelos con todo incluido estaban saliendo a precios de remate] cuando llegó el correo de la agencia de viajes confirmando esta escapada, sin apenas tiempo para nada, así que desde allí enviaba otro correo diciendo que adelante, que nada más regresar paso a pagar [había que hacerlo días antes de mi regreso por tierras caribeñas] ese periplo titulado Lo mejor de Turquía. Todavía no había vivido las experiencias relatadas en anteriores reflexiones viajeras, pero también es cierto que tenía en mente el “show” que nos han montado nuestros grandes trileros de la política y el dichoso certificado verde que, a la hora de la verdad, prácticamente queda reducido a nada, puesto que tienes que hacerte con el dichoso código QR apenas 24 horas antes de volver a retornar: suerte que la chica de la agencia ha resultado un aliado eficaz para solucionar estos pasos y nos los pone en el móvil momentos antes de iniciar el tramo al Aeropuerto donde ahí sí que ya se presenta como imprescindible o, hala, a “purgar” un tiempo tratando de hacerte entender y rellenando el dichoso formulario.
Un día antes de partir pasaba por la agencia y sobre la marcha me facilitaban el código QR que expendía el Ministerio de Salud de Turquía [sería el válido realmente allí, anotado por nuestro eficiente guía hizo realmente eficaz este “tour privado” que estaba compuesto por cuatro personas]. Otro tanto nos haría con el español para el regreso. Señalar que ahora el Aeropuerto de Barcelona ya no fue tan caótico como el retorno de tierras mayas, quizá la experiencia y el eco de las reflexiones les hizo cambiar, aunque no es lo que habitualmente ocurre. También, por cuestiones de horario, esta vez no podía irme al tren para el tramo hasta casa, inalcanzable la última conexión del día [cuando llegué a Barcelona en el año 1976 el último salía a las 10 de la noche aproximadamente], cada vez peor servicio y muchas menos posibilidades, así que no es extraño que el otro día, cuando volvía a leer un libro de aquellos tiempos, me pusiera a sonreír: un billete de tren que valía 86 pesetas, hoy esa cifra ha sido multiplicada por prácticamente 200. Así que tomaba el autobús para la Imperial Tarraco y, curiosamente, nadie me solicitaba nada para poder acceder a él [recordemos el show del anterior viaje en tren] y sólo tenías que limitarte a pagar los 14.95€ que cuesta el viaje.
Estambul siempre sorprende, nunca te deja indiferente aunque, en este caso, la curiosidad estaba más allá tras los tres primeros días en la siempre espléndida y sugerente ciudad, hace dos mil años, capital del Imperio Romano de Oriente. La sorpresa estaba todavía por llegar. Capadocia, Urgup, Goreme, Hierápolis, Pumakale, Afrodisias, Aksaray, Dinar, Éfeso, Esmirna… Cualquiera que sienta la historia se quedará embobado y no olvidará fácilmente un periplo que podríamos catalogar de fascinante a pesar del mal trago [inicial] cuando al guía le avisaron que acababa de fallecer su padre y, sobre la marcha, en apenas unas horas, nos llegaba otro que resultó extraordinariamente efectivo y ejemplar gestor de tiempos y servicios; el cambio de personal se realizaría mientras el grupo [dos alicantinas, una tarraconense y un jameño] estaba comiendo cerca de la célebre Istiglal, que es todo un termómetro de la cotidiana y bulliciosa ciudad bicontinental, digamos que en la realidad prácticamente nadie deja de pasar cuando viaja por esta populosa ciudad euroasiática, aunque la segunda parte, más moderna, no sea precisamente la que se patea el viajero.
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.