Gregorio Martín García: «Impronta. Evento de vida»

Es inherente a la vida, la necesidad de dejar, en la estela de nuestro recorrido existencial; huellas o indicios que marquen e indiquen, con fuerza, que: ¡aquí estuve yo!

¿Qué es eso? me pregunto: ¿Codicia, avaricia, egocentrismo? o ¿solo, honda curiosidad con un mucho de morbo? Al pensar: “¡Aquí quedará mi huella, mi impronta, para siempre! Per saecula saeculorum!”

O si no, qué creer del riquísimo arte rupestre que adorna nuestras cavernas o las de todo el orbe. ¿Lo hacían, aquellos rudos humanos por adquirir riquezas, por codicia? … ¿de verdad? Yo me empeño en pensar que ¡no!, creo, solo era por esa curiosidad o morbosidad de que antes hablamos… «¡Aquí dejo yo éste artístico garabato!” para que sepa mi descendencia que, mi pie horadó estas tierras. Se dirían.

Hoy, aquellos “mamarrachos” petroglifos, que nos dejaron los primitivos; nos eclipsan y admiran por su reconocido y valiosísimo valor y plasticidad.

No entiendo de estos entresijos del ser humano, pero me decanto más por estos pequeños vicios o satisfacciones personales que por aquellos defectos de codicia o egocentrismo malicioso.

No veo que el Gran Hacedor creara a su imagen y semejanza, y de principio, un ser humano codicioso, egocéntrico y maligno. Esto lo habría adquirido él, el hombre, pero de forma individual, unipersonal y por defectos e inclinaciones de una equivocada existencia.

Caverna

El Hombre por naturaleza Divina, y en el inicio de la Vida, no pudo ser creado y “emborronada» su imagen. ¿Para qué, su Creador, ¿querría eso?

Es éste, y no otro pensamiento o reflexión, lo que me lleva a creer que el hombre fue creado como obra importante y es por ello que dicha obra fue hecha con esmero.

Los Tiempos y su Libertad regalada, mal entendida y llevada, hizo de sí, el deterioro particular de cada ser humano, por ser individuo sujeto a la curiosidad del futuro, que le lleva a pretender perpetuarse en el devenir de los tiempos con la estela de sus hechos, que sus vivencias dejan y él provoca.

El Morrón, el cortijo Marina Vega y La Angostura

Al Sur/sureste de Benalúa de la Villas, mi pueblo, una pequeña cordillera de no mucha altura y como cima coronándose, allá arriba, con “El Morrón”. Que domina en 360 grados panorámicas de lejanos horizontes, tanto que se ven, de la Sierra del Trigo sus montes. Unos llanos, con Campotéjar de fondo y, entre lomas de olivares no se llega, por muy poco, a ver Noalejo.

De Colomera, todo el valle que baña el río Moro, de frondosas y verdes riberas y como murallas tapaderas la sierra de Colomera que corta toda visión, más allá de ellas.

El cortijo Marina Vega con otros colindantes, ocupan tras la sierra, fértiles tierras.

Cortijo La Angostura

Frente al Morrón, La Angostura, cortijo de mucha vida y acción con una gran era de trilla junto a la construcción y ésta otra más pequeña en el Cerro el Pollo ubicada. El Peñón y la Cará con su buen olivar… Es todo lo que domina esta sierra tan pueblerina que además de alimentar ganado, encierra en su conjunto una cueva, sí, muy pequeña, que todo el mundo conoce como la de Los Murciélagos.

Yo la visité muchas veces y de cueva tiene poco, es de muy escasa cavidad y más bien se puede pensar, que es simple oquedad.

Con hueco o rendija de entrada muy a ras del suelo y tan pequeña ésta, que alguna vez, ni para adelante ni para atrás, se podía mover, alguno que en cierta ocasión encajado quedó al querer pasar.

Dentro, el habitáculo era de techo inclinado hacia la izquierda según se entra y su suelo de pedrisco del tamaño de un puño, hay los muchos y en cascada hacia la izquierda rematando en una especie de embudo que parecía como si las piedras, allí reunidas, fueran escapando y cayendo por aquel especie de agujero ciego en forma de remolino,

Yo, siempre que allí entré, cuidé mucho no acercarme a dicho punto, al que le tenía terror y, como quiera que también era de gran dificultad el entrar y salir por aquella oquedad. Te daba que pensar y temías de verdad quedar atrapado, sin poder escapar.

Sabía de otros amigos que, igual que yo, pensaban y temían de la cueva Los Murciélagos, en la Sierra de Benalúa de las Villas, nombre muy redundante para un simple hueco bajo una gran losa que daba cobijo a aquel punto que a mí y mis amigos nos parecía una fosa.

Grabados en piedra

Pues allí. Allí en la misma puerta, de esta cueva que visitamos, según se entra, y a su izquierda hay una gran roca que bien formada pareciera que midiera un metro en todos sus lados.

Allí precisamente, en la cara superior de “semejante dado” dejamos aquel día, nuestra señal grabada, a cincel y martillo, en granítica piedra, que mal herida aguantaba los golpes penetrantes y necesarios para que en ella horadadas quedaran adheridas nuestras improntas garabateadas.

Fueron nuestras iniciales. Y allí quedaron petrificadas e inmóviles, aguantando lluvias, aires, nevadas y demás inclemencias, arropadas por líquenes y musgos que tienden a disimularlas, pero incapaces de borrar, que, por eso y para eso, las fuimos a grabar.

Ahora narrando recuerdo aquello que dije, de los que emborronaban paredes, de nuestras cavernas, antaño. Al igual que nosotros hicimos aquel memorado día y por los mismos motivos y razones que a aquellos les guiaron.

Sus señas, sus huellas dejaban en cada lugar que iban, para dar fe futura de su gran aventura de vida y que el espacio y el tiempo fueran testigos, hasta la consumación de los siglos, de que ellos habían existido.

¿Es la grandeza del hombre esto que comentamos? O más bien, además de morbo y curiosidad, ¿Es temor al Más Allá o miedo y desconocimiento a la Verdad de este evento que llamamos VIDA?

Aquí quieren quedarse, atrapados, por todos y en todos los tiempos, en esos “garabatos” que ellos hicieron y pintaron y que nosotros imitamos.

¡Y la Vida, ese gran Evento Divino, … Continua…!

 

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