Virtudes Montoro López: «Si algún día me muero…»

La muerte llega a veces tan sola, que desmiembra lo plausible y lo arrastra todo, cómo si solo hubiésemos sido una hojarasca absurda.

Más solas que nunca se van muchas personas mayores. Algunas, quizá, siempre fueron pasto de memorias vagas y corazones resecos. En todos los hospitales se ven calaveras, sin una sola caricia que las despidan, arrugadas y pálidas manos trenzadas sobre sí mismas. Mueren en soledad, sin que nadie espere la noticia, despegan los pies del suelo sin más compañía que la de un gotero.

Un transparente olor a lejía y una húmeda sensación de inexistencia impregna las estancias. ¿Acaso nunca fueron? ¿Nunca pasearon su juventud en plazoletas? ¿Nunca celebraron el día de su santo, rodeadas de niñas callejeras deseosas de kas de manzana y cortezas fritas?

“Ser viejo es ser vencido por la amarga sospecha de no importarle a nadie.” Antonio Gala

En una blanca y desinfectada habitación hay una anciana mujer de vientre seco, que cuidó y enterró a su madre y que hoy, le toca enterrarse. Una lejana mujer la llora, quitándole, durante unos minutos, toda la soledad de encima.

Ahora que la veo así, vacía de ella, la imagino en fiestas y luces, dibujando con su mirada azul la alegría de estar viva. La veo riendo y fumando, sosteniendo la libertad entre los dedos, en aquellos bares a los que tanto le gustaba ir. Se me viene encima el olor de su dorada al horno, su espeso salmorejo y el reloj de la cocina anclado perpetuamente en las 3:00.

Solía decir, «si algún día me muero, que me entierren con mi madre». Quizá no llegase ese día, pensaba ella y creía yo, que la muerte fuese una arpía caprichosa que elegía a sus presas al azar.
Ese supuesto día le ha llegado. Ya no tendrá que manejar tanta soledad, tanta dejadez, tanta rancia y mal pagada compañía. Podrá ir en busca de su cadáver marido a alguna taberna del centro y deleitar un pollo asado o una tapa de calamares fritos que tanto le gustaba. Porque era una mujer sencilla, de gustos simples. No pretendía mucho ni tampoco llegó lejos, vivió lo que le quedó una vez viuda, con una devoción inusitada a si misma y a su perra, hasta que se la llevaron de su casa a la residencia, de ahí al hospital, y al cementerio, y tiro porque me toca.

“Nada me inspira más veneración y asombro que un anciano que sabe cambiar de opinión” Santiago Ramón y Cajal

Como ella, muchos ancianos se marchan con una sala de espera vacía y con un cura reticente a dar misa sin espectadores. Dejan un hatillo de ropa heredado de otros que antes, también murieron de prestado. Mueren sin más quejido que la firma del médico confirmando la inexistencia de constantes vitales y dejan este mundo indiferente, como si no hubiesen servido para nada. Como afirma Darío Robles Montoro, la muerte es el final de la vida útil del cuerpo y el funeral, la despedida del alma.

“La muerte es una vieja de trenzas muy largas, que deshace con dulzura, una a una”, Virtudes Montoro

 

 

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Virtudes Montoro López

Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso

Correo E:
aceptayrespira@gmail.com

Antonio Arenas

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Comentarios

2 respuestas a «Virtudes Montoro López: «Si algún día me muero…»»

  1. Rafael Reche

    Compañera Virtudes de las páginas del Ideal en Clase. Excelente artículo, de un tema tan crudo y real como la muerte de los mayores en soledad. Enhorabuena, he disfrutado con su lectura y me ha hecho reflexionar

    1. Compañero Querido Rafael, muchas gracias. Mueren demasiado solos, apartados. Algo nos pasa con nuestros ancianos que es impropio de cualquier especie.
      Gracias y abrazos enormes!!

IDEAL En Clase

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