José Luis Abraham López: «Un regalo sentido»

¿Regalar algo a alguien es por un mérito, un reconocimiento, un cumplido, un préstamo con interés o un gesto que va más allá del regalo mismo?

Cuántas discusiones espantaríamos de un plumazo con un regalo atinado y cuánta renovación de amor sincero demostraríamos si diéramos con ese don que solo la persona destinataria merece. Un regalo único y para toda la vida.

A fuerza de ser originales, en ocasiones hemos errado de manera estrepitosa no dando con la talla, el modelo o el color de alguna prenda, o con pedrería que lejos de acercar posturas han creado desaires que podríamos haber tomado como una ruptura definitiva, o incluso con algún libro que nos ha interesado más a nosotros leer, o cuando hemos contado con la complicidad de un conocido que no ha podido resistir la tentación de desvelar nuestra coquetería…, so pena de repetir el mismo artículo de no hace tanto tiempo. Y todo ello caerá sobre una losa sobre nuestra reputación de individuo descuidado y para nada delicado.

Así que la mayoría optamos por la seguridad que te da el tantear el terreno y con suma discreción averiguar qué necesita esa persona. Porque esa es otra cuestión: decidirnos por algún detalle poco útil o, por el contrario, optar por un objeto que además de colmar su gusto dé para cubrir una carencia. Hace falta todo un alarde de precisión de consumado estratega para salir airoso y aun así, por favor, que siempre nos acompañe la suerte.

Entre el capricho o la practicidad se nos agotan las fuerzas y se nos agostan las ideas. Y cuando se ha dado el caso muy puntual de haber acertado –al menos así lo ha parecido– hemos quedado mal por dejar en evidencia a quienes no han tenido ni siquiera la básica iniciativa de sorprender con algún discreto detalle.

Pero sobre todo nada como la reacción de quienes reciben un regalo: confusión, agradecimiento, ilusión, incredulidad… y hasta venganza.

Ahora que existe un día para todo, no debemos esperar efemérides alguna para contentar de corazón a la persona que se merece un gesto de amistad, admiración o amor profundo y así demostramos que nos negamos a sumergirnos en el incontrolable tsunami del marketing. Aunque no es menos cierto que en la mayoría de las ocasiones, lo más importante solo se puede pagar con compañía.

Lo cierto por universal es que el poder de sorpresa se va diluyendo con los años y cada vez resulta más previsible que el atajo más eficaz es poner en la mano el dinero y que el beneficiario se sirva él mismo con aquello que tanto tiempo ha estado esperando, aunque seguro que le hubiera gustado recibirlo envuelto en papel de regalo, con un lazo llamativo, una pegatina con eslogan y, por supuesto, una nota personal y emotiva y única en su interior. Y a esperar al año que viene con ese recuerdo que, para bien o para mal, ahí quedará para siempre.

 

 

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José Luis Abraham López

Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato

 

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