Dios también estuvo perdido. La notable soledad de saberse, de antemano muerto, es el estigma con el que nos acunamos.
La conciencia de nuestro fin y el desconocimiento de cómo será éste, nos apremia a sentir cualquier cosa que nos indique que estamos vivos. Nos hemos drogado desde la prehistoria, y lo seguiremos haciendo. Hemos buscado una transcendencia que nos supere y que nos indique, a veces la hemos buscado en un dios, y otras, en una alucinación.
Reconocerse perdido es bueno, contemplarnos como translúcidas y danzarinas motas de polvo en medio de la nada, es necesario. Saber que la desesperanza puede movilizar a encontrarnos, es una lección temprana. Luchamos contra estados que nos sumergen en la agonía, no entendemos que pasar por éstos, y aceptarlos, nos emerge.
«Es un hábito irónico de los seres humanos correr más rápido cuando nos hemos perdido». Dr. Rollo May.
Huir de uno mismo también es un bálsamo pendiente, no tomarse muy en serio, despersonalizarse y obviarnos un rato. Porque todo puede ser, todo es práctico; no encontrarse, aburrirse, complicarse, doblegarse, huir, reír, todo cabe. Sentirse vacío puede ser la experiencia más reveladora, el revulsivo para llenarse de lo justo y necesario.
Todo pasa, todo es tan rápido que pareciera que viviésemos una irrealidad, una pasajera sombra que nos perpetua: el sufrimiento pasa y deja un regusto a victoria, la alegría conlleva nostalgia.
Esto de vivir, es una suerte súbita, una frenética búsqueda hacia la inmensidad de lo instantáneo. La brevedad impulsa a la creatividad, la muerte a la esperanza.
“El sentirse perdido, loco y desesperado pertenece a una buena vida tanto como el optimismo, la certeza y la razón”. Alain de Botton
Antes de irnos nos quedan muchas profecías, muchas añoranzas y mucho desvarío.
Si te pierdes, sabes que siempre se vuelve, que todo es un regreso. Si te sientes perdido aguarda en silencio, la primera señal de vida.
“Vive como si estuvieras viviendo una segunda vez, y como si hubieras actuado mal la primera vez”. Viktor Frankl