A mi pesar, me estoy volviendo descreído, receloso, dudoso…, porque, como afirma Juan Eslava Galán, en una entrevista realizada por José Antonio Muñoz: «Se puede ser crédulo, pero creo que es infinitamente mejor ser escéptico. Si eres crédulo, te la pegan en todos lados, mientras si eres escéptico, no es que desconfíes, si no que analizas todo. Siempre del análisis nace la luz y el entendimiento».
Fijaros -aunque sea repetitivo de lo que ya he reflexionado con anterioridad-, como ejemplo aclaratorio de lo antedicho, en algo que está ocurriendo a diario, con excusas más o menos válidas: los abusos físicos, psíquicos, autoritarios o espirituales, los llamen como los llamen, en colegios, instituciones o empresas, y a los que, parece, nos estamos acostumbrando como si formasen parte de lo natural.
Y yo, al respecto, no puedo dejar de clamar, en contra de lo escrito por algunos autores, que no hay diferencias entre cualquiera de estas formas de atropello despótico. Todos marcan, de manera indeleble, al individuo, y a su futuro vital.
Estas son algunas de las razones de mi recelo, de mi desconfianza, sobre las formas y maneras a las que nos estamos acostumbrando y que, por cierto, nada tienen que ver con la idea -realidad- de una sociedad común, esperanzada y en libertad.
Ahora, estoy seguro, ha llegado el momento de tomar decisiones, por encima de lo que nos están imponiendo como verdad: no podemos seguir ni un minuto más en una tierra a la que le han puesto límites quizá no físicos, pero sí reales, como si de un campo de concentración se tratase.
Y no os hablo, sólo, de tiranos a la calle cada día reivindicando esto o aquello -aunque haya que hacerlo en determinadas ocasiones- . Os digo que se trata de realizar el cambio individual que permita la llegada del deseado bien común y la paz social.
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de
Ramón Burgos
Periodista