En algún momento he escuchado –no me preguntéis dónde– un consejo relacionado con la ayuda necesaria (apoyo) para superar las situaciones de estrés: “Redescubrir el sentido del propósito y recuperar la confianza”; recomendación que no dudaré, a partir de hoy, en impartir –dar, distribuir, repartir, comunicar, adjudicar, transmitir– como si de justicia o conocimientos se tratase.
Pero, a todo lo dicho, por mi cuenta y riesgo, he de añadir otro “medicamento” para superar este tipo de tensiones que, indiscutiblemente, nos están atenazando como si estuviésemos incubando mil y un trastornos psicológicos: hay que entregarse, evitando, en cualquier caso engañar (traicionar) o rendirse al sometimiento de lo arbitrario.
Y es que a estas alturas del año –Navidad, para algunos; Natividad, para otros; y Fiesta para los demás–, cuando las redes sociales se llenan de mensajes y vídeos de “buena voluntad”, permitidme que, al respecto y una vez más, como punto de referencia cercano, cite a Arnold J. Toynbee, historiador y filósofo, quien, en su “Estudio de la Historia”, publicado entre los años 1933 y 1961, mantenía que los –sus– “ciclos históricos” deberían ser considerados como una “marcha hacia adelante, pero con retrocesos que no son otra cosa que purificaciones de aspectos negativos que impiden seguir progresando”.
Así, entiendo que esta imperiosa catarsis del recuerdo para no cometer los mismos errores, sin caer en la tentación de justificar lo injustificable, debe ser asumida por cada uno de nosotros, seamos lo que seamos y representemos lo que representemos, pues, si es injusto mentir, mucho más ilícito es mantener la falacia.
Del mismo modo, estad seguros que no me refiero sólo a los actuales discursos político-sociales. Mi mirada es tan amplia que abarca todos los ámbitos conocidos y por conocer… Se acerca a un grito desgarrador, con la fuerza de todos los dioses del Olimpo, para salvar la dignidad humana por encima de todo lo efímero.
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de
Ramón Burgos
Periodista