Gregorio Martín García: «¡…Y se armó el belén!»

La tarde de aquel día de diciembre del Veintiuno, era parecida a todas, triste pero no hundida, nostálgica pero ocupada. Eso trato, que mi estado siempre esté animado y mi mente no sea anegada por riadas de aguas bravas o vendavales incontrolados. Mi soledad es impuesta por las circunstancias de mi existencia y me he propuesto vivirla en el recuerdo. Vivirla en el pensamiento. Y así valorar lo enriquecedor y lo bueno de todo ello. La acepto, no la recibo como algo sacrificado, sino que, considerando su infortunio, la tomo la vivo y respeto. Agradecido estoy por lo que se me ha dado; por ello he de tratarlo con especial esmero ya que dádiva y presente es.

− ¡Fui feliz! Gocé en mis tiempos pretéritos.
− ¡Habré de despreciar y cuidarme de lo perverso!

Como hacía con los granzones de aquella parva de trigo que acabábamos de aventar. Yo, menor con pocos años vividos, “abaleaba” y separaba el grano de la paja, ayudando a mi padre en tan noble faena. Eso es lo que debo hacer ahora en la parva de mi vida. Tratar de apartar la paja del trigo y fiel a mis principios lograr un “pez” del grano aventado, limpio y bien envasado. En él está depositado mucho esfuerzo y trabajo.

*****

La tarde comenzaba a declinar, yo me había despertado de mi acostumbrada siesta y algo, no sé si bueno o malo, he debido de soñar. Al abrir mis ojos, me he hallado desorientado sin saber en qué lugar estaba. Tras unos segundos que se han hecho muy largos, he entrado en singular tristeza. Frente a mí, en la estantería de mi biblioteca, un Jesús Triunfante cruzó conmigo su mirada. En ella me recordaba mi propuesta de vida. Apoyándome en ella, guardé mi melancolía, desperté mi ánimo y me dispuse a desterrar todo lo mal soñado.

– Haré el portal de belén con las mismas formas y figuras que siempre lo adornamos. Busqué afanado las figuras,- me dije. Mientras buscaba por los cajones de los distintos estantes, hallaba otros objetos que venidos a mi memoria me mostraban escenas de momentos y épocas pasadas. Las estrechaba en mis manos, y haciéndolo me sentía abandonado. Solitarias emociones me embargaba por lo qué deshaciéndome de ella las volvía a guardar. La Navidad es así, es el momento de amar, de memorar y de vivir la PAZ. El mueble de la entrada a mi casa serviría para instalar aquel cúmulo de circunstancias que esta tarde me acompañaban. Quise ocuparme con algo y lo hice con aquello que vino a innovar momentos ya vividos.

Estaba quedando muy bien. Allí en aquel extremo de la repisa del mueble coloqué el puente de corcho comprado en Bibrambla, años atrás. Ya, puse los magos con el puente traspasado y acercándose al Belén por tierras de pastos y hierbas donde los pastores habían dejado su rebaño, para acercarse al portal. Éste ocupaba el centro. Sobre el suelo de helechos una burra y un buey calentaban con su vaho al Niño Dios. La Virgen María contemplaba a su Hijo con emoción y San José, el buen hombre, recibía a los pastores que le vinieron a visitar y le anunciaron que se acercaba una comitiva de gente importante a lomos de sus camellos. Coronados y vestidos de ricas prendas.

En medio de esta gente una lavandera aprovechaba la corriente del pequeño río donde coloqué el puente. Esta lavandera muy diligente ella, se prestaba a escuchar y mirar todo lo que allí acontecía, luego habría de contar todo a sus vecinas y amigas. Una estrella solitaria acababa de llegar y sobre las cumbres de la montaña se fue a parar; frente a la puerta del Portal que iluminaba, con Luz Celestial. Más gente por allí había, todos conversaban y decían, ¿Qué era lo que de tal importancia ocurría en el portal del carbonero? Y se lo vinieron a explicar. Un coro de Ángeles cantando les decían:

“Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres de buena voluntad”

Estaba terminando de hacer y montar mi Portal con los últimos detalles cuando volví a la realidad. Mi entrega fue tal que su montaje ocupó un tiempo irreal, como si el empleado no hubiera transcurrido como si el tiempo echado no hubiera existido. Estuve con mi gente. Disfruté de su compañía. Y esa metamorfosis pasada hizo que me sintiera, por un rato, un hombre acompañado. En actitud de descanso, con mi cara entre mis manos. Mis codos sobre el mueble; miré aquello que había hecho… ¡ Y me gustó!

Mi emoción hizo que sobre mi pecho me santiguara y con devoción rezara un Ave María. Un leve balbuceo rompió mi garganta y con desafinado tono canté un villancico que aprendí de mi madre y que también transmití, como padre, a mis hijos … Después… ¡Lloré! Pero no de dolor ni tristeza… Me seguía sintiendo extraño dentro de aquel escenario, de sentimientos encontrados, que creé. Fui feliz con mis recuerdos a la vez que pesar sentí con ellos. La amargura y decaimiento salía al encuentro de mi satisfacción de vida. Soledad atenuada y recogimiento agradable por haber vivido una tarde en compañía de aquellos que se me habían ido. Hoy han estado a mi lado y conmigo han montado el Belén. Monumento de mis recuerdos, construcción de mis anhelos y lugar donde he depositado mis mejores sentimientos.

¡Recé, lloré y canté!

Granada, diciembre de 2021

 

 

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