Exhibicionistas sin clase presumen de lo que no son, ostentan banderas que no pueden defender y hablan como escuálidos ahogándose en su propio medio
Es una especie sedentaria. Su tonalidad grisácea pálida le permite mimetizarse con los árboles durante el día y cazar insectos por la noche. La primera vez que escuché hablar del urutaú fue leyendo la novela juvenil La chica pájaro, de Sandy Stark-McGinnis. Si es inquietante su canto cuando apenas se distingue del ramaje de los árboles, es conmovedor para quien tiene la suerte de escuchar el lamento de esta ave fantasma.
Siempre me han llamado la atención las especies de pájaros y aves que poseen cualidades propias de personas. Y me ocurre que en cuanto visualizo su imagen no puedo evitar hacer comparaciones con quienes conozco.
Cada vez me apetece más caer, por fin, en la tentación de llegar tarde a las citas, salir a bailar para ver a cuántas personas soy capaz de pisar, decir lo uno y pensar lo otro, hablar de un escritor confundiendo su última obra, cruzar las rotondas no sin antes haber dado dos vueltas a cada una de ellas, levantarme de la mesa sin haberla recogido, regar las macetas por la noche, dejarme olvidado el teléfono en el lugar más insospechado o las entradas con las que celebramos un cumpleaños, confundirme de línea de autobús, desteñir la ropa antes de estrenarla, parar por la calle a alguien que juraría conocer, no respetar el turno en las colas y un larguísimo etcétera.
A lo mejor así aprendería a relativizar los despistes y errores. Pero lo que me colmaría de verdadera felicidad sería llegar a entender, por fin, a quienes conciben despóticamente la vida como un paraíso propio, hecho a su semejanza, y que se dan a la vida con un engreimiento e irresponsabilidad en un zafarrancho que creen como suyo. Y la imagen que tengo de ellos es que duermen sin remordimientos y que, en el fondo, están satisfechos con sus vidas y orgullosos de lo que se han convertido. Exhibicionistas y crápulas sin clase, presumen de lo que no son, ostentan banderas que no pueden defender y hablan como escuálidos ahogándose en su propio medio. Personas estas que protagonizan los libros de autoayuda, la antítesis de lo que debemos ser, reyes y reinas recalcitrantes en su falsa ostentación que solo sacan la cabeza de la maleza para decir “A mí, que me registren”. Estafas, abusos, maltrato y violencia se pueden dar de muchas formas: a gran, mediana, pequeña y doméstica escala. El único argumento que encuentro en su defensa es que en ellas acciones y pensamientos vienen a ser la misma cosa; aspecto este tan escaso en la sociedad actual.
Por eso hoy pienso en el urutaú, en su envidiable capacidad de adaptación, aunque no tenga la más mínima culpa de las miserias de la condición humana.
Ver anteriores artículos de
Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato