¿De cerebros? ¿De ideas? ¿De actitudes? ¿De situaciones?… Mantiene un buen amigo que, en cualquier caso, si caemos en la tentación de tomar ese camino no sólo hay que reflexionar previamente sobre sus consecuencias, sino que también la decisión debe estar siempre acompañada de la razón comunitaria; es decir, de evitar el daño –desenlace– que pueda ocurrir a nuestros congéneres.
Y es que las “huidas hacia adelante”, sobre todo aquellas que rozan la cobardía o, lo que es peor, los intentos de adoctrinamiento, nunca han sido buenas consejeras para el desarrollo de esta sociedad de la que nos hemos dotado y de la que, como no evolucionemos con criterios de alma común, comienzo a pensar que uno de sus reproches –quizá el mayor– no es es otro que el habernos dado un albedrío infinito sin recurso a la responsabilidad.
Lo digo a tenor de las decisiones que se están tomando sobre nuestro futuro de ciudadanos enclaustrados –como si hubiésemos pagado una entrada para subir en el barco de una noria que, una vez puesta en marcha, no tuviese controlador alguno que mantenga el ritmo propio del fin esperado–.
Sé que el corto plazo no es el mejor consejero, pero también sé que las esperanzas infundadas conllevan olor a desaliento.
La información veraz y completa es imprescindible para poder vivir en este mundo globalizado –y, a la vez, tan diferente–; pero esta comunicación, indefectiblemente, tiene que fluir en un constante doble sentido: es decir, sin cortapisas ni ruidos que la alteren.
¡Ya está bien de lanzar miedo a los cuatro vientos! Prefiero –espero que vosotros también– seáis más partidarios de la madurez, la sensatez, el juicio y la seriedad. Y, por encima de cualquier otra “virtud”, de la competencia en los trabajos que cada uno hemos emprendido sin imposición alguna. Sin titubeos, llenos de iniquidad.
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de
Ramón Burgos
Periodista