Leandro García Casanova: «Memoria de la prisión de Carabanchel»

Garitas, patios, rastrillos, cerrojos, que abrían y cerraban las puertas, el centro desde donde parten las galerías, formando una estrella…, todo aparece destrozado y con los suelos llenos de escombros. En los chabolos todavía se pueden ver las viejas camas, el lavabo, el tigre (la taza turca), carteles pornográficos en las paredes, incluso algunos objetos personales de los internos. La foto de los presos de la Copel (Coordinadora de Presos en Lucha), encaramados en las azoteas del Centro Penitenciario de Carabanchel, pidiendo la amnistía en 1978 dio la vuelta a España; el año anterior, el Gobierno de Adolfo Suárez había concedido la amnistía a los presos políticos. Para hacer presión los penados quemaron camas y colchones, de manera que los motines se extendieron como una mancha de aceite por numerosas prisiones del país y, al final, consiguieron algunos beneficios. En aquellos años de la Transición, la antigua Policía Armada custodiaba, con las metralletas (las famosas zetas), las puertas de entrada a las galerías, los policías estaban colocados alrededor del centro en previsión de motines y altercados. Y cuando los grises registraban las celdas, los presos arrojaban por las ventanas cuchillos, pinchos y toda clase de objetos punzantes.

Víctor Díaz, militante del Partido Comunista de España (PCE), escribe en Algunos recuerdos de mis cuatro estancias en la cárcel de Carabanchel, que van desde 1966 a 1976: La cárcel, además, tenía una Escuela de Estudios Penitenciarios, un observatorio, un hospital, un ‘reformatorio’ para los jóvenes, un hospital psiquiátrico, absolutamente dantesco e, incluso, un departamento para mujeres. Se le olvidó anotar que había hasta un pequeño cementerio, en la parte de atrás. Y más adelante añade: Los presos políticos estábamos organizados en lo que llamábamos ‘comuna’. Cada grupo o ‘comuna’ tenía una ‘madre’ que se encargaba de distribuir todo cuanto se entregaba en el común: peculio, paquetes… y paciencia (las tres p del preso). El periodista Manuel Blanco Chivite describe, en el artículo Carabanchel CPB, su estancia en las Celdas de Prevención Bajas, celdas de castigo que se encontraban en una galería subterránea, por debajo de los patios. Ningún tipo de alumbrado, ni siquiera instalación eléctrica… Un plato metálico, un vaso de plástico y una cuchara de madera. Ni un banco para sentarse. Veinticuatro horas al día en la celda, todos los días. Siempre sentado en el suelo y, después, hacia las nueve, me entregaban la colchoneta.

El economista, Ramón Tamames, fue militante del PCE y estuvo cinco meses preso en Carabanchel, pide que se mantenga como memoria la cúpula de la cárcel, porque allí era donde estaba el sistema de vigilancia y la apertura de las galerías. El antiguo diputado del PCE, Nicolás Sartorius, pasó unos seis años en la Sexta Galería, donde se hacinaban los presos políticos. Todavía recuerda las penosas condiciones: Frío, calor, cucarachas, ratas y comida bastante asquerosa. Nos defendíamos leyendo, estudiando, y hasta se daban clases unos a otros en la llamada Universidad de Carabanchel. Sartorius opina que es una obligación de los poderes públicos mantener la cúpula, como recuerdo de lo que allí sucedió, pues la inmensa mayoría de los presos políticos pasó por allí. El histórico sindicalista, Marcelino Camacho, uno de los fundadores del Sindicato Comisiones Obreras e inculpado en el famoso Proceso 1001, pasó diez años en un chabolo de Carabanchel: Lo recuerdo como de lo más negativo de mi vida militante. Esa cárcel es un monumento a la lucha por la libertad.

El exDefensor del Pueblo, Enrique Múgica –entonces militante del PCE, también estuvo preso en Carabanchel–, ha pedido al ministro de Interior que se atienda el razonable deseo de sindicalistas, expresos y vecinos de Aluche de construir un centro de la memoria en un lugar especialmente significativo como símbolo de la represión. Izquierda Unida intentó en la Comisión de Interior que se aprobase una proposición no de ley para salvar del derribo a la histórica prisión, e instalar un Centro por la Memoria Histórica y por la Paz. Pero, el sábado, 25 de octubre de 2008, las máquinas derribaron a las veinte horas parte de la bóveda del Centro, aunque, según el Ministerio de Interior, todavía no hay fecha para la demolición de las galerías. En el proyecto viene la construcción de un hospital, viviendas y oficinas de Instituciones Penitenciarias, así como un monumento que recordará a los presos del franquismo.

El PSOE y el PP se han unido a favor de la piqueta, quizá porque los socialistas estuvieron de vacaciones durante el franquismo, mientras que sus hermanos comunistas pasaron largas temporadas en la Avenida de los Poblados y en tantas otras cárceles del país, en defensa de la libertad. Esta macrocárcel se inauguró en el 22 de junio de 1944, para encerrar a los presos políticos y acallar a los disidentes del franquismo. La cárcel de Carabanchel no es la estatua ecuestre de Franco que hay que derribar, sino que representa la memoria colectiva –y también forma parte de la Memoria Histórica– de miles de presos españoles que pasaron por sus celdas, como almas en pena. Los promotores de la Memoria Histórica están cometiendo una injusticia irreparable y está visto que la cúpula de la prisión le afea el proyecto al Gobierno de Zapatero. En España, los gobiernos se dedicaron siempre a demoler el pasado, en vez de construir el futuro.

Interior de la demolida cárcel de Carabanchel

En el enorme patio de entrada, un grafitero dice que todo el mundo que pinta ha pasado por aquí. El grafitero es egocéntrico, pues pintas para que te vean y te admiren. Unos extranjeros, que se dedican a la chatarrería, le dicen al locutor del programa Salto a la cárcel de Carabanchel, de la serie Callejeros, y que fue emitido en el Canal Cuatro, el día seis de octubre de 2006: Nosotros vivimos aquí en la cárcel, porque tenemos problemas. Iñaki fue condenado por el asesinato de un estudiante, por cuestiones políticas: Aquí, en el centro, estaban los funcionarios, y en las celdas no teníamos ni siquiera una mesa. Detrás de aquella valla, se ponía la gente a comunicar con los presos de las ventanas y éstas eran las famosas puertas del cerrojazo –pues se abrían o cerraban corriendo un enorme cerrojo–. En el juicio salí inocente, pero no me resarcieron de nada. En el patio paseaban hasta el muro cuatro o cinco personas, y vuelta para atrás. Y luego, en la sala de visitas sentías impotencia al ver a tu familia, pues hablábamos a través de unas rejillas. En aquella época, en Carabanchel había 700 u 800 personas en cada galería.

Ganada fama tuvo la Séptima Galería, porque aquí estaban las temibles celdas de castigo. Otro antiguo inquilino recuerda: Sentí la cárcel como un castigo y, al entrar, tuve la sensación de miedo al ver aquello tan grande y con aquel mogollón de gente. En fin, allí había muchas peleas y movidas. Otro refiere que entró con 23 años en Carabanchel, aquello era como un colegio de gente mala. Había mucho dolor, rencor y odio, mientras que en las celdas nos apiñábamos diez u once personas. La pena de prisión estaba para castigar, pero no para reinsertar. No teníamos espacio para nada, ni había sicólogos. Recuerdo que entonces invitaban a cualquier grupo musical, y decía que sí. Dos mujeres polacas, con hijos pequeños, llevan viviendo un mes en la antigua cárcel: Estaba todo muy sucio y lo hemos limpiado. Vivimos aquí porque en Polonia no tenemos trabajo.

Otro antiguo preso opina que Carabanchel era una prisión dura, pero podías confiar en la gente que tenías al lado. Luego, en cada celda había un cubo de ésos, y nos dejaban que tuviéramos cintas y discos. Yo he sufrido mucho aquí y todo el tiempo estuve pensando en saltar esa valla que ves. La gente se comunicaba con las mujeres por las ventanas y les echaban los piropos más brutales que te puedas imaginar. Podíamos llamar por teléfono dos veces al mes y calculo que entonces habría 2.500 presos. En la imagen se ve ahora una peluquería llena de escombros y con el sillón completamente destrozado, como toda la cárcel. Los departamentos, los corredores que hay entre las tapias, los patios, la entrada principal, todo son recuerdos lejanos de la vieja prisión de Carabanchel, así como la imagen clandestina de Marcelino Camacho, Sánchez Montero y Nicolás Sartorius paseando por el patio y pendientes del Proceso 1001. Meses más tarde fueron liberados por la amnistía política y la salida de la cárcel, en medio de abrazos, fue inmortalizada en la portada de la revista Cambio16. Aquí se hacinaron los presos comunes con los presos políticos, además de los homosexuales. Entre los presos políticos hay que destacar a Julián Ariza, dirigente de Comisiones Obreras; el líder de la Unión General de Trabajadores (UGT), Nicolás Redondo; el dirigente comunista encarcelado durante 25 años, Simón Sánchez Montero; el militante comunista Enrique Curiel; el socialista Miguel Boyer, el escritor Fernando Sánchez-Dragó, el humorista Miguel Gila, el filósofo Fernando Savater y muchos otros.

Posdata: La información está sacada de una antigua revista y de la prensa de aquellos años.

 

 

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