Habrá sido casualidad posiblemente pero el día 6, al pasar en Madrid por la plaza de la Independencia, que es en la que se encuentra la Puerta de Alcalá, me acordé de que allí sucedió el asesinato de Eduardo Dato en 1921, cuando era el presidente del Consejo de Ministros de nuestro país. Y al día siguiente, mientras atravesábamos con el coche la calle Claudio Cuello, fue mi mujer la que recordó que en ella ocurrió el atentado mortal contra otro presidente, Luis Carrero Blanco, en 1973. Total, que he decidido “rememorar” nuestro día de Reyes allí escribiendo este artículo sobre los presidentes asesinados, que han sido cinco, aunque uno de ellos no murió en la capital.
Pero vayamos por orden. El primero que sufrió esa terrible desgracia fue el general Juan Prim y Prats, que el 27 de diciembre de 1870 era el presidente del Consejo de Ministros y estaba a punto de recibir a quien había sido elegido nuevo rey de España, Amadeo de Saboya. Lamentablemente, no llegaron a conocerse, sino que Amadeo, lo primero que tuvo que hacer al llegar a su reino, fue asistir a honrar el féretro del militar y político asesinado.
La noche de ese día 27 Prim había salido del Congreso de los Diputados en carruaje y se dirigía a su residencia por la calle del Turco —hoy Marqués de Cubas— cuando fue emboscado, en la esquina de la misma con Alcalá, y tiroteado con trabucos. Pudo llegar a su destino, donde le aguardaba su esposa, que había oído los disparos; de hecho, vivió aún tres días, pero el 30 de diciembre terminó falleciendo.
¿Quién lo mató? Entre los sospechosos, personajes tan importantes como el general Francisco Serrano, otro encumbrado militar y político del momento al que Prim hacía sombra; también un riquísimo aristócrata como el duque de Montpensier, cuñado de la ex reina Isabel II y con conocidos deseos de haber sido él mismo rey, o el diputado republicano José Paúl y Angulo, que ante las graves acusaciones decidió huir a Francia, donde acabó su vida. Pero aún hoy día sigue siendo uno de los misterios históricos sin resolver.
El 8 de agosto de 1897 murió el segundo de nuestros gobernantes asesinados: el malagueño Antonio Cánovas del Castillo, artífice de la Restauración de los Borbones, con Alfonso XII, y numerosas veces, en “pacífica” alternancia con Práxedes Mateo Sagasta, presidente del Consejo de Ministros. Ese día don Antonio estaba en el balneario de Santa Águeda, en Mondragón (Guipúzcoa), y esperaba a su mujer tranquilamente sentado en un banco del patio leyendo un periódico. Pero también se hallaba en el recinto termal Michele Angiolillo, un anarquista italiano que aprovechó el momento para descargarle tres disparos que acabaron rápidamente con su vida (imagen de la portada). De esta forma, se vengaba del proceso militar, de las ejecuciones y de las torturas aplicadas en Montjuic a sus correligionarios, que un año antes habían llevado a cabo en Barcelona el atroz atentado de la Procesión del Corpus. Angiolillo fue sentenciado a muerte en un velocísimo juicio y murió por garrote vil el 19 de ese mismo mes.
Más de quince años después, en pleno reinado de Alfonso XIII, caía en Madrid nuestro tercer presidente asesinado, José Canalejas Méndez. Era el 12 de noviembre de 1912 y fue abatido por el anarquista Manuel Pardiñas Serrano mientras ojeaba el escaparate de una librería* en la mismísima Puerta del Sol. Los policías de su escolta no lograron salvarle la vida, pero sí acorralar al asesino, que se suicidó. Muy poco después fue realizado, con actores, un corto documental sobre el atentado, titulado Asesinato y entierro de don José Canalejas y cuyo enlace proporciono a continuación. No obstante, las imágenes del entierro sí son reales.
No volvió a pasar tanto tiempo hasta el siguiente magnicidio, sino que Alfonso XIII tuvo que enterrar a otro de sus jefes de gobierno, Eduardo Dato Iradier, asesinado el 8 de marzo de 1921 en la madrileña plaza de la Independencia. Como años antes Prim, Dato había salido de una de las cámaras parlamentarias, el Senado en esta ocasión, y se dirigía a su residencia en el vehículo oficial, un Marmon 34 que no estaba blindado. Al pasar por esa plaza y reducir la velocidad para circundar la Puerta de Alcalá se acercaron tres anarquistas catalanes en una moto con sidecar —Pedro Mateu, Luis Nicolau y Ramón Casanellas, que llevaban tiempo preparando a conciencia el atentado— y la emprendieron a tiros contra el mandatario, quien no tardó en fallecer. Le hacían pagar el nombramiento del general Martínez Anido como gobernador civil de Barcelona y su política de violencia contra organizaciones sindicales como la CNT. Los terroristas lograron escapar, aunque Mateu fue poco después detenido en donde se hospedaba y Nicolau, que huyó a Alemania, terminó siendo extraditado —aunque con la condición de que no se le aplicara la pena de muerte—. Fueron condenados a cadena perpetua, que no llegaron a cumplir debido a la amnistía decretada durante la II República. Casanellas se refugió en la Unión Soviética, volviendo a España también durante la República y hasta su muerte en accidente en 1933.
El quinto y último asesinato tuvo lugar mucho después, el 20 de diciembre de 1973, pero no lejos de donde habían sido los anteriores crímenes, puesto que ocurrió en la céntrica calle Claudio Cuello de la capital. La víctima fue el almirante Luis Carrero Blanco, que en junio de ese año había sido nombrado por Franco presidente del Gobierno, y los perpetradores fueron los tres miembros del comando Txikia de ETA, que desde mucho antes venían preparando la que fue llamada “Operación Ogro”: Jesús Zugarramurdi, José Miguel Beñarán (Argala) y Javier Larreategi.
Carrero era un hombre de costumbres fijas: cada mañana, antes de marcharse a su despacho en la Presidencia del Gobierno, se dirigía a la iglesia de San Francisco de Borja para asistir a misa y a continuación regresaba a su domicilio para desayunar. Siempre hacía el mismo recorrido, en el mismo coche oficial, un Dodge 3700 GT sin blindar, y con muy escasa escolta. El comando vasco logró excavar un túnel bajo la calle y en él depositaron una gran carga explosiva que hiciera saltar el coche de Carrero. Y así ocurrió esa mañana: a su paso el explosivo fue activado por Argala y el vehículo voló por los aires hasta caer en el interior del edificio adyacente. El almirante murió instantáneamente y también sus dos acompañantes, el conductor y un policía de escolta. Entretanto, los tres etarras lograron huir y esconderse durante días en Alcorcón (Madrid), hasta que consiguieron el medio de llegar a Francia.
La muerte de Carrero fue un durísimo golpe contra el régimen franquista, que se encontró con el dictador ya anciano y desprovisto de quien podía haber asegurado su continuidad con la monarquía de Juan Carlos I. En cuanto a sus autores, se vieron favorecidos por la Ley de Amnistía de la Transición, pero Argala murió poco después asesinado, también mediante una bomba bajo su coche, por el llamado Batallón Vasco Español, una organización ultraderechista que quiso castigarlo por la muerte del almirante y presidente del Gobierno durante un breve tiempo de la muy larga dictadura.
(* ) La desaparecida librería San Martín, en el actual número 6, junto a la esquina con la calle Carretas.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)