José Luis Abraham López: «Poesía, infancia, la figura paternal y la vida provinciana»

En la falsa insignificancia del mundo provinciano late porque palpita la autenticidad, la genuina verdad de la vida que encarna lo esencial.

Íntima por naturaleza, la poesía exige obstinación en su práctica al cuestionar permanentemente la capacidad del lenguaje y del uso que de él hace el poeta para representar la realidad, ya sea esta cognitiva como figurativa. Y siempre un diálogo, aunque parezca un monólogo: diálogo con el lector, diálogo con el texto, diálogo con uno mismo.

Los treintaiún poemas que forman El fondo del cubo (Visor, 2020) de David Refoyo (Zamora, 1983) cumplen simultáneamente con la obviedad arriba apuntada. Después de Odio (2011), amor.txt (2014) y Donde la ebriedad (2017), nos llega El fondo del cubo con el que su autor se hizo acreedor del XXX Accésit Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma.

El poemario podría representar la dignificación de la infancia en la que ya se percibe la presencia de la poesía y el desconcierto en su asimilación primigenia; así se aprecia la metapoesía en la composición inaugural “Un elixir mágico”.

Adentrarse en el pasado tiene sus riesgos y sus deslumbramientos. Los primeros por remover arenas movedizas que pueden resultar inquietantes y los últimos –a través de la experiencia ya alcanzada cuando se revisan aquellos años– por llegar a entender el sentido de los episodios que entonces nos pasaron desapercibidos. En cambio, David Refoyo trasciende el cliché, la fabulación y el fácil servilismo ante los que muchos poetas han claudicado. Parece moderado en su juicio como sensato en sus apreciaciones retrospectivas; rasgos que nos recuerdan el magnífico poema “Para terminar” en el que el poeta italiano Eugenio Montale pedía a sus herederos no sublimar su figura cuando extinguida: “Viví al cinco por ciento, no aumentéis / la dosis. Demasiado a menudo llueve / sobre mojado”.

El fondo del cubo, en Visor Libros

En El fondo del cubo alienta la figura paterna en una vida modesta y abnegada de provincias donde el heroísmo del trabajo rudo ha ido perdiendo terreno a favor de una cotidianeidad más moderna. Y siempre el agua en una permanente referencia autobiográfica en el que resulta especialmente conmovedor el esfuerzo del joven que trabaja con enconada humildad y perseverancia.

En su conjunto, del libro obtenemos múltiples pinceladas: una postal antigua ciudadana, para nada distorsionada, asemeja “Modernismo”, cuyos espacios parecen difuminarse precisamente en el agua, los consejos sentenciosos del padre sacrificado por el hijo (“Lunas”) y la rutina en la brega forzosa que, lejos de renegar desencantado de él, dignifica el sentido del sacrificio, sin desembarazarse de la identidad personal y social.

Ceñido a un tiempo siempre pretérito, realista, lúcido e ingenioso como sucede en la preferencia del miedo de las atracciones de su hija y la belleza de las obras de arte del padre (“Finde”), El fondo del cubo se sustenta en un lenguaje sencillo y diáfano pero sobrio y vigoroso a la vez, en poemas que suponen escenas nítidas en su color como también en la ausencia de corsés métricos. El lenguaje está hilvanado con locuciones (“por lo bajini”, “peinaba canas”, “arrimar el hombro”), acortamientos (finde, boli), onomatopeyas (miau) en un discurso del autor que se entrelaza con el del padre y de la hija de aquel.

Si bien la supresión de signos de puntuación incita en muchos casos al abismo desconcertante que supone la ambigüedad, representa también la naturalidad y atropello sin ambages de la vida en su pleno desarrollo.

Sin divagaciones, el fondo del cubo simboliza “la impureza del mundo disuelta bajo el agua turbia” (“Catorce”). Desde un yo individualizado, el poemario admite una lectura desde la poesía social si interpretamos ciertos códigos bajo el signo de una sociedad acolchada a las comodidades que proporciona el estatus de la clase acomodada. En este sentido, El fondo del cubo recoge el retrato colectivo de las clases sociales (“De marca”, “La auténtica clase media”, etc.), así como los cambios inevitables que imponen las décadas como el cierre desolador de la librería y editorial zamorana Semuret o de los comerciantes que a pesar de resistirse a reciclarse ante la irrupción feroz de las tecnologías asisten a la demolición de negocios tradicionales (“De las rentas”) en un relevo generacional que no se apiada de sentimentalismos.

David Refoyo propone una Poética esclarecedora: en la falsa insignificancia del asfixiante mundo provinciano late porque palpita la autenticidad, la genuina verdad de la vida que encarna lo esencial, así como abre un camino a la reflexión sobre lo aparentemente arcaico.

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Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato

 

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