Virtudes Montoro: «El caudal de las noches vacías»

Mercedes Salisachs fue una de las plumas más prestigiosas de la narrativa española. A sus 96 años escribió la novela El caudal de las noches vacías (MR Emociónate),  una hermosa y trágica historia de amor entre dos personas pertenecientes a mundos muy diferentes. El padre Guillermo, un joven culto y de profunda vocación religiosa, conocerá a Lidia, una madre divorciada que tiene a su cargo un hijo adolescente. De lo que ocurrió entre ellos solo el cielo fue testigo…

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Lidia bajó del coche para acercarse al lugar desde donde se podían contemplar las olas marinas aguardando impacientes la llegada de las aguas dulces. Fue tal vez aquella espectacular visión la que propició su frase: “El mar y el río se aman

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El protagonista es un joven sacerdote, Guillermo, comprometido con su labor pastoral, atractivo, culto y con don de palabra, pero quizá demasiado soberbio e imprudente que acepta el encargo de una mujer divorciada de 40 años para ser el profesor particular de su hijo de 18. Poco a poco va participando cada vez más en la vida de madre e hijo hasta que cuando quiere darse cuenta, Guillermo se ha convertido en el hombre de moda de los encuentros sociales de la clase alta de la ciudad. Poco a poco su segura religiosidad y sus principios morales se van resquebrajando ante la sensualidad y el glamour de la mujer y su entorno. Guillermo se da cuenta de los riesgos que corre, se engaña pensando que es algo que puede controlar. Se aventura en caminos y enredos que casi siempre nacían de la vanidad, de dejarse llevar por impulsos que le llevan a dónde él no quería.

Es la historia de una infidelidad a lo que más apreciaba, una persona inteligente y cultivada se va engañando poco a poco, de cómo las ideas claras son extremadamente vulnerables cuando nos dejamos llevar por la efusión del poder, del enamoramiento, de la vanidad… De ahí la importancia de proteger nuestros puntos débiles, podemos resistir numantinamente durante un tiempo, pero finalmente acabaremos cayendo, tras algunos descuidos, en el abismo.

Cada persona debemos construir una defensa en torno a nuestros puntos más vulnerables. Debemos aprender de los tropiezos de otros, vernos capaces de cometer los mismos errores que apreciamos en los demás y de los que alguna vez, soberbiamente, nos sentimos superiores. Los halagos pueden hacer ensombrecer nuestra razón.

Reconocer la propia debilidad, saberse frágiles, alejar la altivez de esa prepotencia que nos hace exponernos a situaciones que quizá podemos superar habitualmente, pero que no dejan de ser una temeridad innecesaria. Todo eso nos ayuda también a comprender los errores de los demás, incluso los que quizá nos parecen menos razonables y guardar distancia con lo que vemos que ha perdido a otros. No pensemos que eso nunca nos puede llegar a pasar.

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La debilidad es lo último que el hombre confiesa, por lo mismo que es lo primero que tiene. Concepción Arenal

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Virtudes Montoro López

Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso

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