Daniel Morales Escobar: «Viaje al corazón del sistema hospitalario»

El viaje que les cuento hoy es especial. Es el que uno hace en una silla de ruedas y, sobre todo, en una camilla, por los pasillos y las distintas salas de pruebas de las Urgencias del hospital Virgen de las Nieves.

Hasta ahora no había tenido nunca esa oportunidad, pese a contar ya con 59 años. Pero el pasado domingo la vida me llevó a esa experiencia. Serían las 11 de la mañana cuando pasaba el primer filtro y las primeras pruebas, entre ellas la imprescindible para el covid. Desde ese momento todo fue muy rápido. Una nueva consulta, con dos profesionales estudiándome y, minutos después, las correspondientes analíticas, quizás el peor momento por mi miedo a las agujas. Nueva breve espera y tocaba ir a radiología. El desplazamiento fue en camilla y, como era la primera vez que hacía uso de ella, iba algo nervioso. Además, la conductora era de esas «rompeesquinas» que me convirtió la travesía en una «experiencia chocante», aunque en su descargo hay que decir que, desde luego, el ancho de las puertas, imputable a los arquitectos del edificio, tampoco es el conveniente.

Ya en rayos todo fue más amable que en el recorrido. Muchas manos de buenos profesionales se encargaron de pasarme de esa camilla al TAC y luego devolverme a la misma una vez realizada la prueba, que iba a ser la definitiva para un diagnóstico previsible gracias a todo lo que ya se había hecho.

Tocaba el regreso a la consulta médica, por el mismo medio y con la misma guía «al volante». Sin embargo, ahora fue más grato: quizás sus prisas fueran menos pero, sobre todo, pensé que lo mejor que hacía era disfrutar del recorrido. Y fui fijándome en los techos, en los que no encontré belleza alguna aunque sí más de una mancha de antigua gotera. Pero también en las personas a la que nos acercábamos en nuestro avance. Me di cuenta de que pasaba desapercibido para ellas, frente a lo que siempre había pensado cuando estaba en su posición. Y además de que la mayoría de los uniformados, en esos pasillos, eran muy jóvenes, probablemente por ser domingo –día, sin duda, reservado para trabajar a los últimos que han llegado–.

Sin embargo, no habrían pasado dos horas y tenía el diagnóstico. No era bueno, pero tampoco muy malo y, sobre todo, ya lo tenía y podía empezar el tratamiento. Admito que a lo que más le temía era a días y días de pruebas para llegar a uno. Afortunadamente, no iba a ser así, sino que el servicio de Urgencias del Virgen de las Nieves, con todos sus profesionales de ese domingo, bien coordinados, lograba lo que para mí era casi un milagro.

Por fin rentabilizaba treinta y seis años apostando por la medicina pública, porque siempre mi elección, entre las compañías médicas privadas y el SAS, fue el SAS. Ahora me alegro como nunca. Porque el domingo 23 fueron muchos los que trabajaron excelentemente para poder llegar a mi diagnóstico e iniciar el tratamiento. Urgencias del Virgen de las Nieves fue como una máquina bien engrasada, que funcionó con un ritmo inmejorable para obtener un producto perfecto, que era el que yo necesitaba.

No puedo entender esos intentos por desmantelar la medicina pública. Con ello solo ganan unos pocos, los que se lucran con la privada. Todos los demás, los profesionales de la sanidad pública y los usuarios, que somos o seremos los pacientes, solo tenemos que perder. Que no nos quepa la menor duda de que nuestra salud –es más, nuestra vida–, depende de ellos.

Hoy, sábado 29 de enero, que usted está leyendo este artículo escrito con un móvil en una cama de hospital, el autor puede estar ya en su casa o aún hospitalizado. Pero, en cualquiera de los casos, estará recuperándose.

 

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Daniel Morales Escobar,

Profesor de Historia en el IES Padre Manjón

y autor del libro  ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)

 

Daniel Morales Escobar

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