En mi anterior reflexión (“Munícipes”) estimo –por los mensajes recibidos– que no quedó claro el alcance de a quién podría atañer. Quizá, y sin quizá, porque el último párrafo debería haber encabezado el escrito: «Ah, por cierto –para evitar malos entendidos–, no quiero dejar de deciros que la primera definición que el Diccionario (RAE) da al término munícipe es “vecino de un municipio”; y la segunda, “concejal”».
Dejo ahora clara su extensión, recalcando que somos todos –los habitantes de cualquier ciudad– los que con nuestro trabajo y ocupaciones diarias, respondiendo de modo unívoco a la exactitud, no podemos dejarnos llevar por los consejos interesados de aquellos adláteres que anteponen su supervivencia al bien común.
Y si este mal augurio sobrevenido fuese cierto, sabed que al menos yo no dudaría un segundo en recordar a nuestros “gerontes” –recordarnos a todos– que ahora ya no es de recibo imponer una determinada educación sectaria; ni aplicar principios sociales impropios; ni implantar formas que alteren la convivencia; ni amedrentar con la presunción del caos; pues han sido muchos años de lucha encarnecida por la libertad y la democracia, y muchos los hombres y mujeres que han entregado sus vidas y haciendas en este esfuerzo común; pues, como sucede con las faltas, tampoco se puede olvidar que la omisión es punible, y que la ignorancia no supone, de ninguna forma, excusa para no cubrir las necesidades de nuestro diario vivir en comunidad.
Y me viene al pelo uno de los “recados” del papa Francisco en su “Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales”: “Sólo prestando atención a quién escuchamos, qué escuchamos y cómo escuchamos podemos crecer en el arte de comunicar, cuyo centro no es una teoría o una técnica, sino la «capacidad del corazón que hace posible la proximidad» (Exhort. ap.Evangelii gaudium, 171)”.
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de
Ramón Burgos
Periodista