Escudriñando en la memoria y en el disco duro, ahora recuerdo que el 31 de marzo del año 2014 escribí un artículo en IDEA EN CLASE, bajo el título «Crimea, un polvorín», cuyo enlace reproduzco ahora con objeto de que pueda comprobarse la similitud existente entre los acontecimientos que se están sucediendo en la actualidad en la península de Ucrania y las agitaciones que por aquella época – hace ocho años – ya habían provocado la desestabilización aquella zona, a medio camino entre Rusia y Ucrania.
Desde el establecimiento de Estados independientes en las antiguas Repúblicas socialistas de la Unión Soviética, la península de Crimea que perteneció durante muchos años a Ucrania, es decir, desde el año 1991 en que el Parlamento ucraniano proclamó su independencia y, hasta 2014, Rusia estuvo pagando una cuota mensual a Ucrania por mantener sus bases militares, especialmente en Sebastopol (ciudad portuaria de la península de Crimea), espacio decisivo de sus intereses para la defensa o avance – según los ojos con que se mire – de este emplazamiento privilegiado con salida al mar Negro y al mar Azov –. Rusia, por tanto, en 2014, aprovechando la situación de debilidad del gobierno ucraniano se anexó por el tratado de «A cojones», estos lugares de emplazamientos claves, y algunos más, bajo la fórmula federal de República de Crimea y Ciudad federal de Sebastopol y, por supuesto, dejó de abonar cantidad alguna a Ucrania. Ver texto «Crimea un polvorín».
Pretender explicar la historia de Rusia o de o de Ucrania desde «sus primeros asentamientos» como hacen algunos analistas políticos de la actualidad, me parece una extravagancia, y más aún, si se hace desde un estado de ánimo proclive a las simpatías o antipatías hacia los bloques, hacia sus dirigentes, o bien, con la mirada henchida de ideologías en la que cada uno va con su correspondiente relato histórico. No digamos ya, cuando el conflicto nos lo explican multitud de tertulianos de todo uso, cuyo polifacético saber nos apabulla a los demás.
Ahora resulta que, cuando el conflicto o como se diga se ha recrudecido, a una parte importante de nuestros dirigentes occidentales les ha entrado una repentina embriaguez de patriotismo occidental en la defensa de enmascarados valores, que no tengo claro cuáles son, pero que imagino que deberían ser los mismos que en 2014 cuando nadie movió un dedo. La excusa de que es en este periodo cuando Ucrania ha solicitado su adhesión a la OTAN , aun siendo una verdad importante, es demasiado reduccionista para explicar por qué se están produciendo estas peligrosas hostilidades entre gobiernos que, por cierto, no sabemos en qué bando militan.
El caso es que entre brutales industrias bélicas, torpes diplomáticos y beligerantes mandamases, encabezados por la temeridad del belicoso Joe Biden y «el juergas», Boris Jonson, que se une ahora al «fiestorro», pueden hacer tambalear al mundo occidental que ha llevado una vida cosmopolita durante demasiado tiempo. Y se unen todos estos – después de ocho años – en aras a la libertad y en la ciega fe que muchos quieren demostrar ahora por mantener la unidad de Europa.
Lo curioso es que, en este tiempo que nos ocupa, estos no se unen por credos enfrentados entre comunismo y capitalismo; es decir, luchar por la preservación de un orden moral y la conquista de un sueño en la búsqueda de un mundo mejor, más justo y en paz. No, ni mucho menos, porque Putin tiene de comunista o socialista lo que nuestro Ministro de Consumo de vegano, y de antibelicista lo que Kim Jong-un (Presidente de Cora del Norte). Vladimir Putin es un personaje sombrío, un morlaco de malas hechuras y si te arrimas demasiado sin controlar la situación te puede llevar para adelante, pues del toro no se torean los pitones, sino la mirada, y la mirada del mandatario ruso, me parece a mí, que es dura, fría y decidida.
Putin tiene un control estatal total, sabe utilizar perfectamente la desinformación y está haciendo una exhibición de fuerza que no se corresponden ni de lejos con sus auténticos propósitos; pretende llevar a Ucrania y a sus aliados al límite de la tensión, jugando a orgullosos soldaditos que van al matadero, aunque sus objetivos, probablemente, sean absolutamente distintos en la reconfiguración de los poderes mundiales que se están engendrando. La auténtica guerra que Putin tiene en su cabeza, pasa por el suministro del gas y de la energía de la que tanto depende Europa y sabe que su ejército es mucho más eficaz desde el ciberataque contra los carros de combate, contra los buques o contra las aeronaves que desde el armamento convencional.
Hoy nadie cree en una guerra mecanizada, las nuevas artes de aniquilamiento son de una técnica diabólica mil veces más brutal y más cruel que cualquiera otra anterior. Sin dar muchas ideas, bastaría con cortar el suministro eléctrico de una población para comprobarlo. Ojalá nunca ocurra.
Ver artículo:
Pedro López Ávila «Crimea, un polvorín»,
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