He leído que un “abuelo” –con motivo de las nuevas tecnologías (normas) aplicadas por las entidades bancarias”– calificaba a nuestra sociedad como “emputecida”: “Encolerizamiento, proceso de alteración del estado de ánimo que desemboca en un enojo muy intenso” (“Diccionario de Americanismos”, Asociación de Academias de la Lengua Española).
Puede que no esté de acuerdo con el término usado para definir esta y otras situaciones que se están produciendo en nuestro diario vivir, pero no dejo de pensar que es cierto el aumento creciente del “cabreo social”, así como la imposibilidad, como ciudadanos de a pie, de ponernos a la misma altura y con las mismas armas que, por ejemplo, necesitaríamos para entendernos con una máquina por teléfono o acertar con la documentación necesaria en una gestión por internet.
Me vienen a la memoria diversas obras literarias y cinematográficas –unas más acertadas que otras en su discurso– en las que la trama no es otra que el dominio de las máquinas sobre el género humano… Y como arquetipo, el consejo habitual sobre como solucionar un “cuelgue” del ordenador en el momento más álgido: “reiniciar y ¡a ver qué pasa!”.
Pero, además de todo lo dicho, y poniendo como arquetipo a aquellas personas y asociaciones que han emprendido la lucha contra este tipo de dictadura, creo que debo reflexionar sobre la eficacia social del valor ilimitado de los artilugios que algunos están “pregonando y usando” en beneficio propio y, por tanto, en contra de los intereses colectivos.
Al respecto, os aseguro que no me considero enemigo del progreso –todo lo contrario–, pero aquí pienso que es aplicable aquello de “los experimentos con gaseosa” –“(…) expresión que se utiliza cuando alguien quiere hacer algo y para hacerlo, utiliza un método nuevo o desconocido sin saber si el resultado va a ser bueno o no” (spanishpodcast.net)–, sobre todo cuando el plan, puramente económico, esta basado en sustituir a los profesionales por “códigos informáticos” o “artificios tecnológicos”.
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de
Ramón Burgos
Periodista