Este verano me pasé por la cueva de Eugenia, pues hacía por lo menos treinta y cinco años que no iba, se encuentra enclavada en un cerro y con una extensa era que le sirve de mirador. Es un paraje abandonado, a medio kilómetro del Cortijo de San José, en el Camino del Río de Castilléjar, y en el anejo del Cortijo del Cura.
Cuando me acerqué a la cueva, el 6 de julio de 2004, tuve la impresión de que el tiempo había arrasado con todo. Las tapias del corral estaban derribadas y sus restos eran ya montones de piedras. Un baúl vacío, en medio de la era, era fiel testigo de que allí no quedaban ni las aldabas, pues se habían llevado hasta la puerta de entrada a la cueva, que sería del siglo XIX. Encontré dentro un zapato tirado en el suelo, una vieja aguadera colgada en la pared y unas tablas, que eran restos de muebles antiguos.
Esto escribí entonces. He buscado aquella foto que nos hicimos entonces, en los años setenta, pero no la he encontrado. A la puerta de su cueva aparece Eugenia, toda vestida de negro, con su pañuelo en la cabeza y su falda larga, que le llegaba hasta los pies. Vestía igual que las mujeres de principios del siglo XX. A su lado estamos mi hermana y yo, que llevo unas estrafalarias gafas de sol.
Pero lo que realmente me llamó la atención, fueron las paredes cubiertas de nieve, pues el salitre se había adueñado completamente de las habitaciones y les daba un aspecto fantástico, como Giuliati, la mansión de la película Doctor Zhivago. Copio este párrafo del pregón de las Fiestas del Cortijo del Cura, que leí el 24 de junio de 2002: Otras veces, mi hermana me traía montado desde Castilléjar en el sillín de la bicicleta, y siempre íbamos a ver a la pobretica Eugenia, una viuda que vivía sola con la única compañía de un perrillo, muy escandaloso y atado siempre con una cadena, a la puerta de su cueva. Eugenia siempre tenía en su arca algunos panes redondos de Huéscar, que tanto nos gustaban. Ella nos daba un trozo de pan con una jícara de chocolate y aquello nos sabía a gloria bendita. El cariño que nos demostraba y la alegría que le daba al vernos llegar, nunca se lo podremos agradecer, porque era tan inmenso como la soledad de su alma.
Recuerdo que tenía un almanaque colgado en la pared, con una foto del papa Pío XII, que falleció en 1958, por lo que yo tenía cinco o seis años. Tengo una foto suya en la pared de mi escritorio y se puede decir que Eugenia nos recibía como si fuéramos sus nietos. Por eso, cada vez que paso por el Camino del Río de Castilléjar, se me cae el alma cuando veo los restos del viejo almiar, con los palos de la techumbre volcados sobre el cerro, como si fueran los restos de un viejo galeón español. Hace unos días, mi amigo Jesús María García me envió una fotocopia del censo de población de Galera, de 1935, correspondiente al Camino del Río de Castilléjar, derecha. Saliendo de Galera, por la margen derecha del rio, comienza el Camino del Río de Castilléjar y finaliza al llegar al Cortijo del Cura. Según el censo, residían entonces 16 familias que sumaban un total de 88 personas y en el número 33, vivían mis bisabuelos Leandro García-Fresneda Rayón y Mercedes García Gómez, con su hijo Bonifacio, la nuera Matilde, la nieta Ángeles y, como sirvienta, figura Eugenia Valero Gómez, que nació el 12 de julio de 1895, en Castilléjar. Su juventud la dedicó a la familia de mis bisabuelos y, cuando se casó, le regalaron la cueva y algunas tierras.
En lo alto de ese solitario cerro vivió como pudo Eugenia, que enviudó al poco de casarse, y sólo tuvo la única compañía del perrillo. Según me contó mi tía Mercedes, Eugenia quería a mi padre Leandro como si fuera su hijo y de ahí su cariño hacia nosotros. También me dijo que sus últimos días fueron bastante penosos, moriría en los años ochenta y creo que no tenía ningún familiar que le echara una mano. Yo pensaba que había nacido en Huéscar, por eso me gustaría saber si queda algún familiar de Eugenia en Castilléjar. En la fotografía se encuentran mis bisabuelos, acompañados de sus cuatro hijos, de izquierda a derecha: Ángel, mi abuelo Juan, Justo y Bonifacio. La fiel Eugenia aparece en medio y calculo que tendría unos diecisiete años. La imagen será alrededor de 1912 y se hizo en la fachada del Cortijo de San José, por algún fotógrafo, puede que la hiciera Juan Antonio Avilés con su cámara de cajón. El párroco de Galera, José Sánchez del Barco y Barnés, construyó el Cortijo de San José (mandó colocar unos azulejos con la figura del santo, encima del dintel de la puerta de entrada) y, años después, en 1795, construyó algunas cuevas y lo llamó Cortijo del Cura.
El histórico cortijo de San José es propiedad de una familia de Huéscar, los Crisnejas, se ha derrumbado el tabique de la pared lateral como puede observarse en la fotografía de 2015 y su estado es ruinoso, pero sus paredes han sido testigos de la historia de mi familia paterna, que me han ido contando mi padre y mis tíos Mercedes y Bonifacio. Mi bisabuelo Leandro llegó en 1902 al cortijo de San José, procedente de Huéscar, para administrar las tierras de la familia oscense. Durante la Guerra Civil sufrió toda clase de maltratos y amenazas, en numerosas ocasiones, por la patrulla roja que pasaba por la aldea hasta que un dirigente galerino le dio un culatazo en el vientre, falleciendo tres días después, tras padecer fuertes dolores, el 18 de diciembre de 1937. Sin embargo, en el certificado de defunción figura que falleció a consecuencia de parálisis, según resulta de la certificación facultativa presentada. Tuvo una muerte natural, según el parte médico, por lo que no figura que fue asesinado ni está considerado como una víctima de la Guerra Civil.
Era un anciano con 76 años, sin filiación política, y fue echado por los rojos en la fosa común que hay en el cementerio de Galera, debajo de la carrasca. No participó en ningún acto delictivo ni tuvo oportunidad de defenderse en un juicio. Sin embargo, era una persona querida por sus buenas obras, recordado por mi familia y hoy completamente olvidado. Y de la inolvidable Eugenia, decir que en su triste soledad de ermitaña en aquel cerro, consiguió hacer felices a unos niños. Ciento veinte años después de la llegada de mis bisabuelos al Cortijo del Cura, los bisnietos tenemos repartidas las cuevas y las tierras que les pertenecieron, en aquellos parajes tan entrañables del Camino del Río de Castilléjar. Por eso, en la primavera, quiero visitar el Cortijo de San José, lo que queda del refugio donde estuvo escondido mi padre, al final de la guerra, en la ladera de la cueva de mis abuelos, y la cueva de Eugenia, para recordar la historia de mi familia paterna.
Foto principal: Bisabuelos de Leandro García Casanova.
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