La pandemia nos ha manifestado con toda su crudeza que la vida pende de un hilo y que la muerte, en cualquier momento, puede presentarse y cortarlo. Todos tenemos familiares, amigos o conocidos que han muerto a causa de ella. Algunos pensaban que vivir estas traumáticas experiencias nos iba a servir para cambiar nuestras actitudes y comportamientos en el futuro. No ha sido así. Desgraciadamente no aprendemos la lección.
Ambiciones, odios, mentiras, traiciones, violencia y muerte siguen muy presentes en la sociedad; incluso asistimos indignados a la contemplación del fenómeno que produce más dolor en la sociedad: la guerra. La de la economía global ha dado paso a la de fuego real. Y el pueblo ucraniano lo está pagando con su sufrimiento.
En el fondo, todo sucede porque hay seres humanos que consideran más importante el poder y el dinero que las cosas que de verdad son esenciales para vivir felices. Y se emborrachan de ello. Uno de estos seres es Putin. Pero hay muchos más; porque nos aferramos a cosas innecesarias, y a otras, muy sencillas, no le damos el valor que merecen.
¿Y qué cosas son éstas? Pues tan sencillas como un beso de tu madre, unas risas entre amigos, unos gestos de cariño entre cónyuges, el amor entre abuelos, hijos y nietos, e incluso, la contemplación de un amanecer o atardecer, o la escucha del canto de un pajarillo. Estoy seguro de que, si Putin hubiese practicado con frecuencia estos hechos, hoy nos cantaría otro gallo.
Conforme vamos envejeciendo, el tiempo pasa más rápido. Somos más conscientes de que la vida es un instante fugaz. Aprovechémoslo para valorar lo que de verdad es maravilloso en ella. Y actuemos en consecuencia.
JOSÉ VAQUERO SÁNCHEZ,
docente jubilado