Gregorio Martín García: «La morera de mi puerta»

Siempre estuvo allí. Era epicentro y vigía de nuestras vidas, siempre a los saltarines y ruidosos gorriones dio cobijo. Su proyectada sombra, sobre el empedrado suelo, invitaba al relax y descanso. Su arbóreo ramaje tupido de verdes y anchas hojas cuajado, creaba microclima en el interior de su amplio volumen que sostenido por grueso y recto tronco, aguantaba aires y tormentas y reservaba de estas la fachada de mi casa que adornaba su puerta. Su existencia marcaba la mía, vidas paralelas. Porque fue allí plantado el mismo año que yo nací.

Mi padre que un día regresaba de labrar en la vega de la Angostura: Azada al hombro, chaqueta colgada en el otro, un saco medio de pimientos y hortalizas varias a la mano. Llegado que fue con lento caminar y cansado de su trabajo. Se paró a descansar y allí se sentó en el gran mojón que el 1 marcaba, primer kilómetro a la ciudad. Levantó su sudado sombrero de la cabeza, tras dejar saco y azada sobre la carretera y saludó a su primo Blas, el que fuera Caminero de aquella carretera.

-¿Qué son, Blas…?, ¿Son morales verdad?…

-Buenos días. Aquel respondió…

– Sí, son morales que Obras Públicas me han mandado para que los plante junto a la cuneta de la carretera, en el lugar y punto que yo considerara y me ha parecido idóneo este, junto al Barranco de Cura, en esta pequeña curva y que creo es lugar idóneo, por varias razones: Están a un paseo del pueblo, y su sombra servirá para descansar y volver. Otra cosa que he tenido en cuenta ha sido, que al ser moreras productivas, blancas y negras hermosas moras darán.

Moral en la carretera

Y aquí los chavales del pueblo las podrán venir a degustar. Gregorio, mi padre, afirmó y vio correcto las razones para allí plantar aquellos árboles, lugar que siempre se llamaría y se le conocía como “Los Morales” tras pasar unos cien metros el Barranco del Cura con su chorro de agua, entonces, siempre corriendo por su cauce junto al cual se encontraba un gran nogal de José “Molinero”… bajo su sombra, siempre, al terminar el banquete de las bodas, si así el tiempo a ello invitaba toda la gente del acompañamiento de dicho enlace a ésta venían a terminar la fiesta organizando, en medio de la carretera y sobre la que daba la sombra del gran nogal, un agradable baile de los típicos de pueblo y de donde más de una pareja pusieron las bases de su noviazgo y más de un mozo llegó a discutir exigiendo el derecho a bailar con aquella a la que haciéndolo con otro se le acercaba y pidiendo…”¿Permiso?”… los danzantes habían de soltarse y ella continuar bailando con el solicitante. Costumbres rancias, costumbres muy raras en la sociedad aquella que las ejercitaban apenas sin pensar, quien habría sido el primero en pedir ..”¿Permiso?” para bailar o, de donde habría venido costumbre tan obtusa que si el permiso pedido no era correspondido había bronca segura y hasta víctima por heridas o mortal que alguna vez se dio.

El gobierno Caminero y hortelano y en aquel lugar donde los morales plantaban, aún seguían charlando mientras fumaban un cigarro. Gregorio el hortelano algo se le ocurrió y también dudó, pero como quiera que Blas era su primo y viendo que tenía de plantones un buen haz, le dijo:

– Blas… ¿por qué no me das un plantón de moral para poner en la puerta de mi casa que le de sombra y frescor?  -ya lo había dicho, que algo de corte le costó, pero no había hecho más que terminar la azarosa petición cuando el caminero sacó un buen plantón de moral y a su primo se lo regaló. Qué muy contento y agradecido tras haber descansado y la colilla del cigarro apagar, reanudó el camino hasta su casa ahora cargado con el moral al que en su mente ya buscaba y pensaba en el lugar que lo plantaría nada más llegar.

Plantando un moral

Llegado a su casa, lo primero que hizo fue ir a mirar y examinar el punto en donde plantaría el moral, como era media mañana se dijo que lo haría ya y ya era ahora y por eso dejándolo en la puerta, cerca de unas pequeñas escaleras de cemento que servían muy bien de asiento, circunstancia esta que le ayudó a elegir el punto donde hoyar. Al pensar ya, que en las escaleras daría la sombra y se originaría un buen lugar , con vistas a la Cará, a la Sierra del Pueblo y donde “jumar” un cigarro descansando y charlando con buenos amigos. Después de haber informado a mi madre de la forma y manera del árbol que iba a plantar y como se lo había regalado el caminero. Cogió un azadón y junto a la pequeña escalera de cemento, a un metro de ésta, comenzó a hacer el agujero. Mi madre conmigo en brazos salió a que con mis escasos dos meses viera como mi padre plantaba “El Moral”, No lo vi ni lo presencie…mi edad. Pero fui presente en la ceremonia del plante de aquel árbol que casi toda mi vida vería crecer, engrosar su tronco y alargar su ramaje hasta que circunstancias urbanas necesarias, pero tristes, debieron por interés de los humanos…¡¡talarlo!!.

(“Mi moral” fue talado poco antes de remodelar la calle Pilar donde se hallaba. Hace 23 años. Según me informa una amable vecina”) Pronto, agarró, pronto brotó y pasados unos años comenzó a desarrollar una buena copa de ramas y hojas con un largo y muy derecho tronco que árbol era ya por su arbórea corpulencia y por la sombra que prestaba al lugar incluidos los asientos en las escaleras de cemento que junto a su tronco invitaban a la charla y a la amistad cultivar. De noche y de día la plazoleta de casa era visitada por vecinos y viandantes que descansaban bajo su frondosidad. Aquel bonito árbol ¡era mío! y a ver quién en contrario se manifestaba teniendo yo tan clara su propiedad, no solo yo sino en casa se le consideraba “nuestro moral”. Algo que nunca comprendimos era el motivo de que no echara moras, tan solo unas pocas repartidas por su ramaje y debido a su escasez eran muy gordas y muy jugosas. Los que fueron plantados por el caminero en la carretera, todos echaban y siempre cargaban de moras, donde la chiquillería y caminantes las degustaba como auguró y aseguró hace años, el que los plantó.

Bajo “nuestro” moral había un parque, sí si un parque imaginario para mi hermana y para mi junto a nuestros amigos del barrio, cuando no estaba aparcado el carro de mi padre que él gusta allí dejarlo para protegerle del sol y el tiempo, eso a mí me irritaba, mermaba nuestro campo de juego.

Charlando a la sombra

Recuerdo como un año en que mi hermana y yo teníamos gusanos de seda como casi todas las épocas en que se desarrollan, pues a mí me dio por querer progresar en la cría de las crisálidas y después de mucho pensar creí haber descubierto el gran secreto de hacer crecer engordar y multiplicarse a los gusanos de seda. Fue al siguiente día al salir de la escuela cuando puse en práctica mi gran descubrimiento. Preparé las cajas de nuestros gusanos y abriendo la puerta del balcón delantero de la sala de arriba, a modo cuartelero, no me faltó más que formar en marcial pelotón a los soldados de la escuadra sedera y hacerles avanzar hacia la trinchera y entrar en guerra. Pero no, no se hizo así, eso fue un lapsus de mi calenturienta mente en tal hecho que yo solo había inventado y que consistía en coger a los animales posarles en las ramas que al balcón llegaban y dejarles ir hacia los infinitos caminos de tantos tallos y ramas de la morera. Nos íbamos a ahorrar el limpiar las cajas, cortar las hojas y cada día en dos ocasiones ponerlas a comer… ¡qué bien pensado aquello que yo me había inventado!. Llevaba unos minutos y mis soldados avanzaban por la rama donde les colocaba y en pocos minutos se habían esparcido “y conquistado” todos los tallos. Los veía avanzar y disfrutaba de pensar que cuando se pusieran a hilar sus ovillos el moral parecería algo tan bonito que el pueblo entero lo vendría a ver…y creo, que corrida la voz podría hasta venir a ver aquello gente de cercanos pueblos. Puse a casi todos, no todos, que se alimentaran de todas las hojas del gran moral y tranquilos dejar que allí criaran y grandes se pusieran para hacer gordos capullos de seda que engalanarán el moral.

Gusanos de seda

Cumplía y no subía a verlos, tranquilos quería que estuvieran. Me extrañaba algo el comprobar desde la calle como no se veía ningún gusano, estarán escondidos por la parte de arriba de las ramas para no ser vistos. Me irrité, y mucho cuando abrí el balcón y tras mucho mirar no vi ni uno… pero ni uno solo. ¿Dónde habían ido? … no pueden ir a ningún lado… ¿entonces? mis amigos se los han llevado. Quise salir a pelear y quitárselos. pero viendo mi hermano Pepe como salía enfadado y tras preguntarme y yo explicarle mi invento, dio una gran risotada y tan pancho, me dijo: Pero ¡hombre! a esos se los han comido los gorriones. La tarde entera llorando, mi gran invento fracasado y todos en casa riéndose de mí por lo torpe en el invento de los ¡gusanos!

Finales de junio, aquel verano del año 1949, venía caluroso. Es el primer verano que recuerdo como en las calurosas tardes, ya puesto el sol, los vecinos venían a la sombra del árbol, atraídos por su agradable brisa que este generaba en su ramaje. Mi padre había puesto en la puerta una luz que alegraba e iluminaba el ambiente y ello juntaba a un gran corro que en el fresco estaban todas las tardes/noches hasta de madrugada. Alguno proponía tomarse unas tapas con un buen vaso de vino por eso algunas noches era noche de fiesta para toda la calle que se encontraba reunida tapeando y riendo, contando historias y la mar de mentiras que muchos decían para darles un aire de especial humor.

Fiesta popular

No me gustaban las noches en que se dedicaban a contar y narrar historias de miedo y hacer propuestas de algún sitio llegar de especial oscuridad o acercarse al no lejano cementerio y para demostrar que dentro había entrado el atrevido había de traerse algo de allí que demostrara que a los muertos había visitado. Una noche en el pueblo en un grupo grande que se reunía por las calles del Barrio Alto, un retador que apostó a que entraría a las doce de la noche en el cementerio, para que nadie dudara de su real atrevimiento se trajo de prueba la tapa del ataúd de los indigentes y desahuciados, quedando horrorizados los que les esperaban del grupo y huyendo, corriendo, nadie quedó tan solo él con la tapa del cajón que hubo de volver otra vez a llevar al misterioso y fantasmagórico lugar. El tranco de la puerta de entrada a mi casa, que quedaba bajo el centro de la parte sombría de la placeta. Así como ocupaba el centro de las tertulias vespertinas y nocturnas, era mi lugar predilecto y en donde más que sentado permanecía tumbado, sintiendo el fresco incrustado en su pétrea dureza lo que me era muy agradable. Ello me hizo reparar que muy poco me faltaba para tocar con los pies una pared el quicio de la puerta y con mi cabeza la otra. Introducía entre cabellera y pared los dedos de mi mano y vi cómo me faltaban tres para tocar con la cabeza un lado y el otro con los pies. La obsesión de mi estatura medida en el tranco no la pude dejar terminado el verano y menos cuando comprobé que de la medida de mi mano cada vez había de sacar algún dedo hasta que fuerte tocaba en ambos lados, y comprobé cómo crecí.

El moral de mi puerta, seguía dando tranquilidad y bienestar y a él venían a descansar en sus altas ramas, aves de muchas clases que de mañana con sus trinos y cantos alegraban la zona invitando ésta al caminante a tomar asiento en su escalera ejercicio que los labradores y peones de la vecindad a este lugar venían cuando cansados llegaban de sus faenas agrícolas y allí practicaban largas tertulias hablando de todo y fumando un relajante cigarro que con su ágil destreza liaban y con ancestral ceremonia repartían, liaban, prendían y fumaban, haciendo uso de sus yescas y petacas que cuidadosamente guardaban en sus chalecos. Yo, gustaba de sentarme entre ellos o en las rodillas de mi padre y escuchar muy atento aquellas charlas en las que de todo hablaban e incluso discutían y de lo qué mucho aprendí y guardo. Mucho me han servido durante mi larga vida, aquellas sabias palabras y comentarios oídos… hace ya tantos años bajo aquel árbol que epicentro fue de mi vida y que creo quise como si ser vivo fuera y que me hizo sentir mucho su tala, lo que no me impide que cada vez que paso cerca de allí retenga mis pasos y mire al lugar con profunda tristeza porque ya no está allí ¡El Moral de mi puerta!

 

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Gregorio Martín  García

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

Redacción

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Comentarios

3 respuestas a «Gregorio Martín García: «La morera de mi puerta»»

  1. Francisco Avila

    Gregorio como no podia ser de otra manera siempre mostrándonos y haciéndonos recordar y mostrando al resto de lectores las costumbres y fiestas de Benalua y sus gentes. Esta vez le toca el turno a la morera o moral para algunos intrascendente y para nosotros árbol con historia. Mí madre me contaba que él moral qué había y sigo habia porque hoy ya no está lo plantó ella cuando era una niña en la plazuela donde vivían sus padres y cuatro vecinos más yo lo recuerdo ya grande con un tronco de mas de un metro de diámetro con abundante follaje que ocupaba toda la plaza poco fruto a lo mucho 15 o 20 moras grandes ni negras ni blancas pero de sabor exquisito,árbol que en su basé había una gran piedra en forma de losa que era utilizada por los hombres cansados a su llegada del campo se desprendían de los peales y albarcas y hacían ver sus pies cayosos y oprimidos, piedra que por las tardes a la puesta del sol acudian las cabras desembocadas a por su ración de sal que sus dueños depositaban. Las moreras o morales como bien dices plantadas en un terraplén en el margen izquierdo de la carretera de Benalua a Colomera creo qué eran tres de moras blancas o negras muy ricas morales plantados cerca del barranco del cura como llamábamos a este barranco de aguas cristalinas y continúas caudal que disminuía en algunas épocas del año aguas que en los fríos días de invierno parecía que humeaban y no porque fueran aguas termales porque las temperaturas en él esterior podrían estar a varios grados bajo cero aguas refrescantes en verano. Morales a los que te refieres punto de retorno al paseo que teníamos desde ellos hasta la entrada del pueblo y que ennovio a muchos mozuelas y mozuelos podria seguir escribiendo para elogiar tú gran labor sólo felicitarte por tu artículo y a seguir enrriquciendonos.

    1. Gregorio Martín García

      Paco: Muy bien, recuerdas todo perfectamente y tienes materia. Los morales a que nos referimos ambos, eran famosos en nuestros tiempos, yo comí muchas veces moras blancas y negras, de ellos, pero eran mas de tres arboles. Creo recordar qué eran tres negros primero y dos blancos, después de aquellos, considerando el sentido de la marcha hacia Colomera.
      ¿No me dices nada de los bailes que se organizaban después de algunas bodas en la noguera de Molinero? Curiosos, ancestrales y añejos, en donde se practicaba aquello, tan extraño, de un joven del grupo, se dirigía, por razones personales de enamoradizos momentos a ennoviarse con la chica qué con otro bailaba. A ellos se dirigía y les decía: ¿»permiso»?, a los que bailaban. La joven y su pareja habían de atender dicha petición y la chica bailar con el solicitante. La negativa, como mínimo, discusión traía. Alguna vez, entre los que se negaban llegó a haber víctimas.
      Difícil de entender pero cierto.
      ¿Tú lo recuerdas ?… ¡Cuesta!
      Gracias Paco por tus palabras que desde Elche me llegan muy bien, altas y claras. Un saludo.

      1. Francisco Ávila

        Gregorio desde Valencia no desde Elche, no te comento nada de los bailes y los disturbios no los recuerdo y no puedo volver al pasado un abrazo

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