Georges Lemaître, un sacerdote y físico belga alumno del prestigioso Massachusetts Institute of Tecnology, (MIT), apoyándose en los descubrimientos de Hubble sobre la expansión del universo y en la teoría general de la relatividad de Albert Einstein, postuló en el año 1927 su teoría sobre el campo gravitacional en una esfera fluida invariante y uniforme según la teoría de la relatividad, aunque para nosotros es más conocida como la teoría del Big Bang.
Propone en la misma que toda la materia, el espacio y el tiempo del Universo en el que habitamos surgió de una minúscula partícula infinitesimal que denominó “átomo primigenio” o “huevo cósmico” que sufrió una tremenda explosión dando lugar a las estrellas, planetas, galaxias y resto de cuerpos celestes que desde entonces se alejan del punto inicial expandiéndose o estirándose hasta que llegue un momento en que pierdan su energía y debido a las fuerzas atractivas gravitacionales vuelvan a acercarse cada vez a mayor velocidad hasta implosionar nuevamente en una partícula infinitésima. Cuando Einstein escuchó la conferencia en que se impartía esta teoría afirmó: esta es la explicación más bella y satisfactoria que he escuchado sobre el origen del universo.
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Existen dos formas de entender la vida: una creyendo que nada es un milagro, la otra es creyendo que todo es un milagro. Albert Einstein
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El conocimiento científico nos permite ir derribando las zonas oscuras de nuestro entendimiento de todo lo que nos rodea, van quedando cada vez menos cuestiones que explicar, gracias a los avances científicos estamos consiguiendo dominar a la naturaleza, entender los procesos que dan lugar a la vida, ampliar nuestros horizontes, dando respuesta a todas las incógnitas que nos acongojan. Es cierto que todavía nos queda mucho por conocer, pero es cuestión de tiempo, tengamos paciencia.
Y es que la ciencia se centra en responder a una de las grandes inquietudes humanas, desde bien pequeños nos cuestionamos sobre todo el “cómo”. De qué forma suceden los acontecimientos que nos rodean. La ciencia nos permite también medir con precisión las diferentes magnitudes que configuran el universo este en que nos encontramos, resulta que cada uno de nosotros suponemos únicamente el 0,000013% de la humanidad, algo insignificante.
Por desgracia la ciencia no nos ayuda a medir la intensidad de lo que sentimos ni a responder a otra de las grandes cuestiones que las personas nos planteamos a veces en la vida. Mi amigo Luis era uno de esos 0,000013% que conformamos la humanidad, pero su mujer y sus dos hijos haciendo caso omiso a este dato preciso, consideran que para ellos Luis es lo más importante, el 100%. En diciembre le diagnosticaron un cáncer. Todo ha sido muy rápido. El pasado jueves Luis falleció.
De momento no tenemos instrumento científico que mida el dolor que sentimos sus seres queridos, simplemente es desgarrador. Tampoco ninguno de los tratados científicos habidos y por haber son capaces de responder a una sencilla pregunta: ¿por qué? Aunque quizá la pregunta correcta es ¿para qué? Y la respuesta está en nuestro corazón.
Luis, ese 0,000013% o ese 100%, me ha enseñado a cambiar el foco y dejar de preguntarme los porqués y pasar a preguntarme el para qué. Y desde luego uno de esos para qué es avisarnos que no podemos postergar nuestra felicidad a un momento futuro: cuando tenga un trabajo más gratificante, cuando apruebe las oposiciones, cuando encuentre pareja, … Debemos esforzarnos en reconocer todo lo bueno que tenemos y nos rodea, esa certeza nos proporcionará la paz que necesitamos.
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Cuando te levantes por la mañana piensa en el privilegio de vivir: respirar, pensar, disfrutar, amar. Marco Aurelio
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Psicóloga especializada en Mindfulness y
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