Ucrania es uno de esos países que hace algo más de treinta años no habríamos encontrado en un mapamundi; ni siquiera en un mapa político europeo. Y eso, simplemente, porque hasta 1991 Ucrania no existía como estado independiente y soberano, tal y como ahora es, sino que era una de las repúblicas que conformaban la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (la U.R.S.S.) o, abreviadamente, la Unión Soviética.
Incluso antes, cuando todavía no se había producido la revolución bolchevique que cristalizó en ese gigantesco estado marxista, leninista y estalinista, la mayor parte de lo que hoy es Ucrania formaba parte del gran Imperio Ruso, gobernado por los zares hasta el destronado Nicolás II. Durante todo ese tiempo “zarista”, al igual que en otras “provincias” del imperio, como Polonia, se impuso la rusificación de la población, hasta el punto que muchos de los ucranianos súbditos del zar hablaban ruso con facilidad, mientras que los ucranianos occidentales, cuyas tierras no pertenecían a los zares, sino a los emperadores del Imperio Austro-Húngaro (algo más tolerantes), mantuvieron en gran medida su idioma materno.
A raíz de la Primera Guerra Mundial, cuando se derroca la monarquía zarista y tiene lugar la revolución de octubre de 1917, Ucrania proclamó su independencia, al igual que lo hicieron Estonia, Letonia y Lituania. Pero mientras estos la mantuvieron hasta la Segunda Guerra Mundial, Ucrania la perdió inmediatamente, integrándose desde 1922 en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, recién constituida por Lenin y los suyos.
Desde este momento será, en importancia, la segunda república de la unión, solo detrás de la propia Rusia. Aunque suponía el 2,7% del territorio de la U.R.S.S., en él habitaba el 18% de su población, que generaba, a su vez, casi el 17% del producto nacional bruto de todo el país. Con la Segunda Guerra Mundial, además, a consecuencia del proceso de fuerte crecimiento soviético hacia el oeste, Ucrania aumentó su extensión incorporando las tierras habitadas por ucranianos que habían sido austro-húngaras hasta la Primera Guerra Mundial y polacas desde entonces.
Políticamente, el peso de Ucrania se refleja en lo siguiente: tanto Nikita Jruschov como Leónidas Breznev, los dos máximos dirigentes soviéticos posteriores a Stalin, eran rusos, pero oriundos de Ucrania oriental. Jruschov, además, había sido primer secretario del partido (comunista) en esta república soviética durante los años treinta. En cuanto a los líderes finales de la U.R.S.S., ya en la década de los ochenta, Konstantin Chernenko era hijo de kulaks ucranianos deportados a Siberia y Yuri Andropov había desempeñado el puesto de jefe del KGB en Ucrania.
Sin embargo, todo esto no significa que su población realmente tuviera fuerza en las decisiones políticas de la U.R.S.S. Al contrario, durante décadas sufrió el expolio y la vigilancia de Moscú, además de episodios de auténtico genocidio, como el llevado a cabo por Stalin durante los años treinta, cuando murieron varios millones de ucranianos.
Pero poco o nada de ello sabíamos en Occidente, porque eran cuestiones que formaban parte de los entresijos internos de un lejano y hermético país. Solo en 1986 Ucrania empezó a estar presente en nuestras noticias. Y fue por el terrible accidente en la central nuclear de Chernóbil, en el norte de esa república soviética, como todavía era. Empezaban los años del inexorable declive de la U.R.S.S., ya pilotada por Mijail Gorbachov, su último líder.
En este contexto, 1991 fue el año decisivo. Seis de las repúblicas occidentales de la Unión Soviética —Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Ucrania y Moldavia— se proclamaron países independientes, abandonando a Rusia, que quedaba como un estado empequeñecido en relación a lo que había sido la U.R.S.S.
Todavía en marzo de ese año, en un referéndum que se celebró en el conjunto de la unión, los ucranianos manifestaron que eran partidarios de un sistema político federal, aunque renovado. Solo en Ucrania occidental la población mostró su disposición a romper definitivamente con Moscú. Pero cuando el 1 de agosto el presidente norteamericano George Bush (padre) visitó Kiev, la fiebre independentista que recorría las repúblicas soviéticas se había extendido considerablemente. El dirigente encontró carteles en los que podían leerse mensajes como “Moscú tiene quince colonias” o “El Imperio del mal sigue vivo”. Pese a ello, Bush lanzó advertencias contrarias a la ruptura de la Unión Soviética: “Estados Unidos no apoyará a quienes buscan la independencia… No ayudará a quienes promueven un nacionalismo suicida…”.
No servirían de nada. El 24 de ese mismo mes el parlamento ucraniano aprobaba la Declaración de Independencia de Ucrania y algo más tarde, el 1 de diciembre, se celebraba un nuevo referéndum para ratificarla. A medida que esta fecha se acercaba las encuestas iban mostrando una mayor disposición de la población a la ruptura. Incluso en la minoría rusa de las zonas orientales y meridionales. La situación obligó al presidente Bush a cambiar de opinión y el 27 de noviembre declaró ante un grupo de estadounidenses de origen ucraniano que reconocería inmediatamente la independencia de Ucrania.
Los resultados del referéndum fueron incuestionables: participó el 84% de la población y más del 90% de los votantes lo hizo a favor de la independencia. Incluso en las regiones ucranianas orientales, como Lugansk y Dónetsk, se superaron el 80% y el 70% de los votos favorables a la misma, respectivamente. Y en Crimea, habitada por una mayoritaria comunidad rusa, el voto por la independencia de Ucrania llegó al 54%.
El 31 de diciembre de ese año 1991 dejaba de existir la Unión Soviética. Su lugar lo ocupaban una serie de nuevos países independientes, entre los que están Rusia y la propia Ucrania (*).
Esta Ucrania postsoviética es uno de los estados más grandes de Europa, si bien su población es inferior a la española. Y como le ocurre a otros del Viejo Continente, sus fronteras lindan con numerosos vecinos, desde Rusia y Bielorrusia, pasando por Eslovaquia, Hungría y Rumanía, hasta Moldavia. A ellas hay que añadir su extenso litoral en el Mar Negro, al sur del país, hoy partido por la península de Crimea, que le fue arrebatada por el ejército de Vladimir Putin ya en el 2014.
Quizás toda esta explicación nos ayude a entender la lamentable situación que hoy viven los ucranianos, aunque entender no es lo mismo que justificar ni aceptar. El autócrata Putin, como otros antes que él en los siglos precedentes, ha recurrido a lo peor —y a lo que, a la larga, nunca da resultado—: la violencia, la agresión y la guerra, inadmisibles para las sociedades democráticas y avanzadas del siglo XXI. Solo una Ucrania libre y en paz, donde haya un respeto pleno de los derechos humanos, podrá decidir con justicia su futuro.
(*) La información de este artículo está tomada, básicamente, de los dos siguientes estudios: JUDT, T., Postguerra. Una Historia de Europa desde 1945, Barcelona, 2007, y TAUBMAN, W., Gorbachov, vida y época, Barcelona, 2018.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)