La literatura infantil, cuando uno la disfrutó siendo un crío, queda fijada en nuestra memoria y, en el momento más inesperado, te hace volver al pasado. Eso es lo que me sucedió con esta añeja historia que creó Charles Perrault (1628-1703) y que vería la luz en el ya lejano 1697 en la colección Historias y cuentos de los tiempos viejos.
La historia, durante casi toda mi actividad docente mantenía un fondo de tebeos o cómics tradicionales no sólo de la época de mi infancia, sino de varios países del otro lado del charco [Argentina y México mayoritariamente] que, en determinados cursos, llegaron a sumar casi 2.000 ejemplares. Generalmente era en lo que empleaba el escaso presupuesto para mi aula y era todo un caramelo para el último día de clase cada semana. Después, ellos mismos, escogían el que más les había gustado y la siguiente sesión de lengua española tocaba la lectura a varias voces y ahí observaba la candidez de las criaturas y la extremada atención para no perderse ningún detalle de la historia.
El gato con botas fue, posiblemente, el que más veces se ganó ese honor para el ejercicio de lectura en voz alta y representación figurada. Son recuerdos que, una década después de mi retiro, vuelven a mí con una impactante actualidad. Hoy, además, me paro en la bella hojita del correo checo que le ha dedicado un facial de 55 coronas a esta obra del XVII que sigue encandilando, en sus múltiples variantes, a los pequeñines. Aunque es cierto que los checos aluden al Gato Nico y sus amigos que es de principios del XX.
¡Qué contraste con lo que me tocó vivir al final de mi etapa profesional! Casi una década en la que prácticamente hicieron desaparecer del aula todo lo que estuviera en español aunque, esas joyitas, siempre fueron conmigo y estaban a buen recaudo; las tardes de los viernes me acompañaron en unas clases que dejaban de ser tediosas, aunque debo confesar que el último lustro, cuando me cayeron “dos horas libres por la edad” el viernes libraba de la clase presencial y esa actividad la pasé al jueves. El material bien guardado para que no sufriera el “golpe” de la censura idiomática que estaba implantándose de manera silenciosa cuando ya, con toda la desfachatez, se comenzó a entender lo de la lengua materna: la lengua del territorio, no la lengua del hablante.
Así que esa tarde del jueves era el día que los críos llamaban mágico, tocaba salir del “agujero” y reemprender la actividad que tanto los había motivado y que esperaban con ilusión. La lectura, obligada, de los “nuevos autores en catalán” no lograba atraparlos, sin duda porque no entendían la mayor parte del mensaje y nada hay peor que querer hacer amar algo que no se entiende. Así que cumpliendo, por imperativo legal, con lo impuesto por los políticos, tampoco podías dejar de lado el idioma del oasis, que tenía prevalencia sobre el mayoritariamente idioma materno del alumnado, o el mundo al revés. La actividad que ganaba por goleada era la asignatura de Lengua Castellana por la tarde dedicada a la literatura infantil, así que ahí encuadré algo que tanto éxito me había dado en mis tres décadas de docencia.
Cuando me llega el sello checo, se agolpan en mi mente todos mis años de docente y vienen las caras de felicidad de los discentes; parecía que nadie les había explicado, recitado o leído, en vivo y en directo, la célebre historia que en infinidad de variantes ha llegado hasta nuestros días, aunque no sé si por aquí las nuevas generaciones, ante el constante acoso a los cuentos y leyendas tradicionales, llegarán a disfrutarla alguna vez en su vida.
Los alumnos del XXI, si los padres se inhiben en esa gratificante tarea, que no esperen que las/los [está de moda el género, pero yo lo coloco porque al menos por mi zona, el 90% de la docencia está en manos de la mujer] profesionales de la enseñanza lo hagan, así que creo va bien recordar la célebre y prodigiosa vida del GATO, para ello recurriré al diccionario literario de 1967 –los que quieran y sean modernos o estén a la última, que la disfruten a golpe de clic- pero nada impacta más que un librito, algo que el alumno manosea, mira, remira y, sin darte cuenta, comienza a leerlo por su cuenta [algunos se los llevaban, voluntariamente, para disfrutarlo el fin de semana en casa].
Vayamos al cuerpo de la historia que ha ido sufriendo mutaciones desde la obra original, como es el caso del Gato checo filatelizado que ahora tiene otro nombre y otro personaje central, vayamos a la fuente, a la obra del escritor francés.
Al morir un viejo agricultor, el primer hijo heredó un caballo, el segundo un buey y el tercero un gato. Este es un animal prodigioso que, habiendo prometido fortuna y felicidad a su amo, se hace cazador y envía al rey, al que le gusta muchísimo la caza, liebres y perdices a nombre de un imaginario marqués de Carabás. Más tarde, calzado con las botas mágicas [a mi me lo contaban de crío como las botas de siete leguas] precede por doquier a la carroza en la que viaja el rey con su bellísima hija, y a todos los que encuentra obliga a decir al soberano que todos los territorios por donde pasan pertenecen al marqués. De manera que cuando el joven molinero se presenta finalmente como el marqués en persona, obtiene del rey la mano de su bellísima hija y la sucesión del trono. Gato extremadamente astuto, como pariente próximo que es de los Escapines y Crespines y demás servidores de la comedia italiana y francesa, bribones de siete suelas y ya no al servicio de honorables señores.
Digamos que esta narración es de las que levantaron polémica contra Perrault, en aquella época lo acusaron de corruptor de la juventud por la temática del cuento que se consideraba apartado de la moral de su tiempo, el autor, lamentablemente, no logró redimirla con la acostumbrada “moraleja”.
Por suerte la historia no se olvidó y aún pervive, como ya dijimos en múltiples variantes y culturas; aún hoy, tres siglos después de su creación, ese cuento tradicional tiene sus adeptos. Una de las versiones que más me gustó de ese trabajo es la de finales del XVIII cuando el poeta alemán Ludwig Tieck la refundió y creó una historieta dramático-satírica que la presentó en tres actos, dos intermedios, un prólogo y un epílogo y que el bardo germano aprovechó para crear polémica en el mundo académico que consideraba, ya entonces, racionalista e ilustrado, o lo que es lo mismo: idolatría de la mediocridad y del utilitarismo; un adelantado porque ahora mismo, tres siglos después de esa adaptación, prácticamente no nos hemos movido de casilla y estamos en manos de los más necios.
La hojita del correo checo tiene un facial de 55 coronas, formato vertical, diseñada por Pavel Hrach, grabada por Václav Fajt, tamaño 40×50 mm [108×164 mm la totalidad de la hojita de la que se emitieron 30.000 ejemplares]. Aunque sea una recreación posterior y variando el argumento [en los territorios checos es una aportación de los primeros años del siglo XX] el gato se llama Nico y muestran al minino de excursión o camino de la escuela, con sus botas, su bastón, el castillo y la campiña.
En estas tierras la literatura infantil lo recrea como si su vida transcurriera en un villorrio rural llamado Hrusice; ya no es un agricultor, sino un zapatero que tiene un hijo con el que el gato vive sus aventuras y se integran en la pandilla de amigos. El gato, negro, es además un excelente caminante, un hablador de primera que tiene varios e insustituibles amigos [Bob el cabrito y Paddy el cerdo] y cuando el zapatero finaliza la fabricación de las prodigiosas botas, vivirían extraordinarias aventuras que los llevarían a enrolarse hasta en el circo con el que recorrerían el mundo.
Algo que realizan los críos cuando se embarcan en el apasionante mundo de la literatura infantil y de la que saltarán al mundo de lectores adultos. Es uno de los mejores regalos en la infancia porque puede ser el mundo mágico que una criatura necesita y que los adultos, buscándole una y mil obligaciones, no logran encauzar. Digamos que Nico, en el sello checo va, precisamente, camino de la escuela –sello y matasellos- mientras que el sobre nos lo muestra leyendo el calendario de 1889, curiosamente está al revés, así que los checos deben de saber la “moraleja” y el por qué de ese detalle en la obra del escritor para el público infantil Josef Lada y puede que, incluso, tenga directa relación con él mismo. El primer día se realizó en Mnichovice, el 23 de junio de 2021.
Juan Franco Crespo
Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.