Dicen –en América Central– : “Se hizo una limpia porque últimamente todo le salía mal” (una “cura supersticiosa que consiste en frotar a una persona con ciertas hierbas para liberarla de la mala suerte o de algún hechizo maligno”, Google).
En España –antes de las medidas anti-pandemia–, he sido testigo en multitud de ocasiones, las pilas de agua bendita de las iglesias –algunas de ellas, verdaderas obras de arte– eran “saqueadas” para utilizar el líquido elemento en diversos rituales: esparcir en las casas, extender sobre el cuerpo, salpicar objetos de diversa índole… Y siempre con un mismo fin: alejar a los espíritus malignos o limpiar el aura.
Pues bien, ahora, en los tiempos que corremos, me pregunto si tendremos que avanzar en estas, y otras muchas formas de limpieza que no he citado, añadiendo detergentes y suavizantes al modo y manera de la mejor colada.
Lo digo porque las inteligencias de algunos –con o sin responsabilidades sociales– tendrían que ser limpiadas, higienizadas y desinfectadas con total profundidad, para que volviesen a la senda de la verdad y la fraternidad.
Y no lo declaro sólo por las asociaciones de carácter religioso –aunque sí, por lo visto y comprobado en la pasada Semana de Pasión–, sino también por las entidades políticas que están surgiendo como capullos de primavera, fecundadas por ideas de iluminados que atentan, indiscutiblemente, contra la libertad de expresión y de pensamiento.
Ya son demasiadas las “juntas” –conciliábulos– a las que se cita, algunas de ellas incluso a través de las redes sociales, para tratar de algo oculto, camuflado, subrepticio, a la espera de una pronta convocatoria electoral, sea de la índole que sea.
Lo he repetido –aunque no me cansaré de insistir en ello–: “Los experimentos, con gaseosa” (Eugenio D’Ors); que los ciudadanos no estamos para ser choteados ni para que se diviertan a nuestra costa con el único fin de aumentar caudales económicos o de posición de poder banal.
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de
Ramón Burgos
Periodista