Era de color blanco, peludo, alegre, fiel y con ganas de juego, pero ya no está con nosotros. Tano se ha muerto. Pero no ha muerto de vejez, ni siquiera de enfermedad, ha muerto envenenado.
Sí, envenenado, en una sociedad que cada día da la espaldas a la naturaleza, en una calle, Cuesta Pañera, final con la calle Paredón Jesús Penas en el Realejo. Según me comentan, estos episodios de envenenamiento ya han ocurrido anteriormente.
Las plantas y yerbas de la citada calle están rociadas del fatídico veneno, que hace que los animales mordisquean para purgarse y Tano fue fiel a su especie, costumbres y raza. Estuvo tres días en la Clínica Veterinaria luchando contra dicho envenenamiento, hasta su final.
Se imaginan ustedes si en lugar de Tano, un perro al fin y al cabo, no por ello menos querido, es un crio o adulto que se le cae cualquier objeto encima de las citadas plantas y después qué ocurrirá. Qué sacan estas personas que utilizan dichas prácticas para evitar la presencia de animales.
El ayuntamiento debe y tiene que utilizar medios para evitar convertirnos en animales, pero sin sentido común ni siquiera utilidad para la sociedad. Ni que decir tiene que, Tano estaba vacunado, con su chip correspondiente, su correa y su dueña con las bolsas obligadas para recoger sus excrementos y ahora ya incluso con botella llena para echar cuando el perro orina.
Algo estamos haciendo mal en esta nuestra sociedad. Recientemente la ciencia ha demostrado que estos animales pueden interpretar nuestros estados de ánimo, una habilidad que ha sido desarrollada a lo largo de todo este tiempo de relación. Sin lugar a dudas, un compañero fiel al que quiero rendirle homenaje.
El perro es el único ser en el mundo que te amará más de lo que se ama a sí mismo
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