José Luis Abraham López: «La voz, espejo del alma»

Mientras unos tararean o cantan, otros bufan, gruñen, braman, cacarean y chillan.

Ahora que por fin podemos liberarnos de ciertas restricciones de la pandemia, comparto un artículo que escribí hace meses cuando el panorama de las mascarillas y normas y uso de las mismas era todavía absolutamente desconcertante. Perdónenme el anacronismo.

Cuando entra en la cafetería todos los concurrentes le observan porque ya se ha encargado él de llamar la atención saludando a diestro y siniestro: transeúntes, conductores, clientes que platican en la terraza y empleados que desvían el rumbo y frenan el paso. Una camarera le llama inmediatamente al orden y, sobre todo, a que se ponga la mascarilla adecuadamente. Quienes están hablando en las mesas guardan silencio; alguno incluso se aferra a su atalaya sanitaria. Es de las pocas personas a las que hemos podido ver el rostro. Antes de marcharse en desbandada, más de uno se queda con ganas de hacerle el alto, y con regañinas que entre en razón pero salta a la vista que este individuo es protagonista diario de las miradas de todos aquellos que se cruzan con él. Sonrisa permanente, brindis al aire y una locuacidad desbordante ponen sobre aviso de su estado. Más que indignación, intranquilidad.

Embozados con nuestra protección, todos nos preguntamos los motivos por los que todavía hay gente que se niega a seguir las instrucciones. De esta escena recurrente se puede extraer una conclusión que si bien no es exacta, sí que resulta al menos pintoresca. Tal vez porque sigan a esta o a aquella eminencia médica que advierte de que la vacuna aumenta los riesgos de atraer otras enfermedades. Hay quienes ni lo uno ni lo otro, porque dejar la aleta de la nariz al descubierto es como decir que sí pero no; yo no. ¿Dónde la libertad individual y dónde la responsabilidad social? Legalistas vs negacionistas. Es uno de los pocos temas en los que la diversidad de opinión no enriquece, sino que ofusca porque en definitiva, en esta guerra biológica todos somos víctimas entre la imparable desinformación.

Tras la mascarilla, mientras unos tararean o cantan, otros bufan, gruñen, braman, cacarean y chillan haciéndose oír de distintas maneras porque ahora no es la cara el espejo del alma, sino la voz. Aunque sin duda alguna son nuestras acciones lo que representa el triunfo de la razón o el ascenso de la arrogancia. Y ya no es por las restricciones sino porque quién me va venir a decir a mí lo que debo hacer en mi tiempo de ocio, legisladores como somos de nuestra vida pero también ideólogos, exorcistas y disidentes de pacotilla que declaman su teoría como un himno sin patria a la que cantar.

Entre un mentiroso arrogante y un engreído irresponsable no me quedo con ninguno porque si de aquel únicamente se puede esperar una casa llena de falsas imágenes, este último solo puede ofrecer humo. Y ya se sabe que una casa con humo es indicio irrefutable de fuego. Y así que cada cual actúe según la voz de su conciencia.

 

 

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José Luis Abraham López

Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato

 

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