“Los ciudadanos europeos necesitamos recuperar la conciencia de defensa, el espíritu de sacrificio y la tan denostada virtud del patriotismo, que no consiste en considerar a tu país como el mejor, sino simplemente en desear lo mejor para tu país”
La actual guerra en Ucrania como consecuencia de la brutal invasión de ese Estado por parte de Rusia está sirviendo para “refrescar la memoria” a los occidentales y, en particular, a los europeos, de manera que nos acordemos de una serie de lecciones que la molicie de largas décadas de sosiego y prosperidad nos había hecho olvidar y que nos conviene ahora volver a tener en cuenta de cara a afrontar adecuadamente lo que el recién estrenado canciller alemán Olaf Scholz ha denominado, certeramente, la “nueva era”, de perspectivas bastante más sombrías que la anterior, en la que, de golpe, hemos entrado con ese acontecimiento de innegable transcendencia histórica. Sin ánimo de ser exhaustivos, dichas lecciones serían las siguientes:
En primer lugar, los malvados existen y, en la cima del poder, aún más. Y estos últimos, en cada época, no se proponen los objetivos más “beatíficos”, sino otros más acordes con su naturaleza, como, por ejemplo, la conquista de más “espacio vital” para el pueblo germano en el caso de Adolf Hitler en el pasado o, en el caso presente de Vladimir Putin (a quien, por cierto, el filósofo Gabriel Albiac, ha descalificado, recientemente, en estos duros términos, a saber, “Vladímir Putin es un sujeto abominable. No hay exageración en decir que, desde Hitler y Stalin, Europa no ha conocido a un dirigente con tal indiferencia ante la muerte masiva”), la restauración completa del dominio ruso sobre los territorios que conformaban la extinta Unión Soviética, y, maquiavélicos como son, están dispuestos a utilizar cualquier medio –incluida, por supuesto, la guerra – para lograrlos. Así pues, cuando individuos de este jaez asumen el mando de países importantes – posición que les confiere la capacidad de infligir, potencialmente, un gran daño-, resulta un ejercicio indispensable para los demás identificarlos pronto con toda claridad y aplicar respecto de ellos lo que el pensador contemporáneo Hans Jonas llamaba la “heurística del miedo”, consistente en contemplar siempre los peores escenarios, con objeto de anticiparse ventajosamente a sus eventuales movimientos. En definitiva, nunca perdamos de vista lo que aseveró Marco Aurelio: “ Imposible es que lo malos no cometan maldades”.
En segundo lugar, el único modo efectivo de contener las pretensiones de los tiranos (porque en eso devienen los personajes anteriores) lo constituye la disuasión militar y no la “política de apaciguamiento” en forma de diplomacia, pactos o acuerdos, en la cual aquellos solamente se avienen a participar como fórmula para ganar tiempo hasta consumar sus siniestros planes. Por tanto, a fin de preservar su soberanía, su integridad territorial y su sistema político de la amenaza real que suponen en ese sentido esos autócratas y los regímenes que presiden, las naciones democráticas, occidentales o no, no tienen más remedio que rearmarse, aumentar su compromiso con las organizaciones defensivas internacionales de las que forman parte o incorporarse rápido a ellas si, incautamente, no lo han hecho todavía y reafirmar las alianzas de asistencia mutua en caso de ataque de un tercero. Precisamente, pasos ya en esa buena dirección lo representan hechos tales como que Alemania –con el “efecto arrastre” que ello provocará sobre el resto de países europeos- anuncie un incremento de su inversión anual en Defensa de más del 2% de su producto interior bruto o que Finlandia y Suecia abandonen su tradicional neutralidad manifestando su intención de ingresar en breve en la Organización del Tratado del Atlántico Norte. En suma, no solo los déspotas, sino también nosotros, sus antagonistas, hemos de seguir las enseñanzas de Maquiavelo, al menos esta: “Pues bien, los principales cimientos y fundamentos de todos los Estados –ya sean nuevos, ya sean viejos o mixtos- consisten en las buenas leyes y las buenas armas. La experiencia muestra que, cuando los príncipes han pensado más en las exquisiteces que en las armas, han perdido su Estado. Pues el motivo fundamental que te lleva a perderlo es el descuidar ese arte, y el motivo que te lo hace adquirir es el ser experto en el mismo”.
En tercer lugar, la paz no es el valor máximo, hay otros superiores a él como la dignidad y la libertad de las personas y, por tanto, a veces, se debe sacrificar la primera, con el recurso extremo de la fuerza, para salvaguardar las dos últimas; por eso la lucha de los aliados contra el nazismo fue una guerra justa como lo es ahora la lucha del gobierno y el pueblo ucranianos frente a la injustificable agresión rusa, del mismo modo que resulta también éticamente aceptable que, en esta conflagración, España y sus socios de la OTAN ayuden a sostener el esfuerzo bélico de la parte que, legítimamente, se defiende. A quienes, en nuestra retaguardia, se dedican a “poner piedras en ese camino” habría que reprocharles, aparte de su ceguera ideológica que les impide ver lo obvio y su actitud cómplice con el bando inicuo en ese conflicto, su “doble moral” habida cuenta de que estarían “inflamados de ardor guerrero” si, en otras latitudes, una gran potencia capitalista hubiera atacado militarmente regímenes hacia los que profesan no pocas simpatías. En fin, todo esto último se resume en el contenido de la famosa cita de Edmund Burke, el reconocido pensador político británico del siglo XVIII: “Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”.
En cuarto y postrer lugar, los ciudadanos europeos, aletargados por un pacifismo mal entendido, necesitamos, recuperar, a marchas forzadas, si de verdad valoramos nuestro modelo social y político, la conciencia de defensa, el espíritu de sacrificio y la tan denostada virtud del patriotismo, que no consiste en considerar a tu país como el mejor, sino simplemente en desear lo mejor para tu país, en línea con lo expresado, con gran perspicacia, por nuestro Premio Nobel de Literatura Camilo José Cela: “El nacionalista cree que el sitio donde nació es el mejor sitio del mundo; y eso no es cierto. El patriota cree que el sitio donde nació se merece todo el amor del mundo; y eso sí es cierto.”
Como Inglaterra en 1940, en esta hora grave de la historia Ucrania combate en solitario por todo aquello en que se supone que creemos los occidentales; de que resista y se mantenga o sucumba depende que salgamos más fortalecidos o más vulnerables, de ahí que nos juguemos mucho todos en este envite. Por ello quiero cerrar este artículo exclamando, emocionadamente, “¡gloria a Ucrania!”.
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JOSÉ ANTONIO FERNÁNDEZ PALACIOS,
Profesor de Filosofía y vocal por granada
de la Asociación Andaluza de Filosofía