Tomás Moreno Fernández: «Gatos y literatos, poetas y filósofos, IV: Gatos y poetas

3. El genial poeta andaluz Rafael Alberti conservó su alma de niño grande para recuperar alguna de sus vivencias infantiles una vez transterrado al exilio de Roma. En su edad madura, y con su gracia gaditana y su enorme talento literario, nos dejo en este delicioso poema una crónica burlesca de algo tan propio entre gatos y ratones como una nocturna jornada de caza

 

GATOS, GATOS y GATOS y MAS GATOS

Me cercaron la alcoba en que dormía.

Pero gato que entraba no salía,

Muerto en las trampas de mis diez zapatos.

Cometí al fin tantos asesinatos

Que en toda Roma ningún gato había,

Mas la rata implantó su monarquía

Sometiendo al ratón a sus mandatos.

Y así halle tal castigo, que no duermo,

Helado, inmóvil, solo, mudo, enfermo,

Viendo agujerearse los rincones.

Condenado a morir viviendo a gatas,

En la noche comido por las ratas

Y en el amanecer por los ratones.

El poeta y escritor peruano Eduardo Chirinos, de la generación del 80, profesor de Literatura Hispanoamericana en varias Universidades estadounidenses (Filadelfia, Pensilvania, Montana) perteneció, con los también poetas peruanos José Antonio Mazzotti y Raúl Mendizabal, al conocido grupo denominado “Los Tres Tristes Tigres”. Su afinidad con los felinos, a pesar de su retorico rechazo de los mismos, se manifiesta en este precioso poema a ellos dedicado en el que nos ofrece todo un pertinente, perfecto epítome de las más célebres y significativas poéticas gatunas, desde Baudelaire, Lope de Vega y Lewis Carroll, hasta Perrault, Roberto Carlos y Natsume Soseki. Falleció tempranamente a los 55 años en los Estados Unidos y es considerado como uno de los grandes poetas hispanos del siglo XX. Su poema tiene como título:

Eduardo Chirinos

GATO NOCTURNO DESTRUYE SU LEYENDA

No sé si me gustan los gatos. Tampoco

Si me gustan los perros. Jamás he tenido

Mascotas en casa (tampoco niños), pero

Un gato me visita siempre por las noches.

Debes ser el gato de Baudelaire, le digo.

Veo tus místicas pupilas, tus ojos de metal

Y ágata mirarme a través de la oscuridad”.

Pero el gato no responde: “Entonces eres

Micifuz el extranjero o Marramaquiz el

Que araña las bibliotecas del Parnaso”.

Pero el gato estira sus lomos sin decirme

Nada. “¿Has visto acaso de Cheshire

y no entiendes español?, ¿acaso apareces

y desapareces y muestras de noche tu

sonrisa sin gato?” Pero el gato, pardo

como todos los gatos, ni siquiera sonríe.

Pruebo entonces con el gato con botas,

con el gato triste y azul que nunca se

olvida, con el gato filósofo de Natsume

Sosecki “que aún no tiene nombre”. Pero

El gato levanta su cola, da media vuelta y

Se marcha indiferente, hacia la noche fría.

Con su habitual retranca gallega, y lacónico estilo, este poema de Miguel D’Ors —-uno de los pocos “poetas mayores” con los que hoy cuenta la poesía española, y no por su edad, sino por su indiscutible calidad— refleja a la perfección la forma de comportarse del félido doméstico, adormecido, comodón, arisco, sorpresivo indiferente y “muy digno”. Pertenece a uno de sus últimos libros publicados Átomos y Galaxias, Renacimiento, Sevilla MMXIII, su título, revela la concreción con la que está escrito: “Gato”.

 

GATO

Un gajo de pasillo

dorado por el sol

de invierno, una quietud

de silencio y calor

y el gato arrebujado

de sueño en el rincón:

una bola de pelo

blando y cálido. No

se oía ni una mosca

en toda la región.

Alejado del mundo en mi beato sillón,

Con el sueño del gato

Casi me duermo yo.

De pronto, sin ninguna

aparente razón,

el gato abrió sus ojos

de color de limón,

movió una oreja, se

puso en pie, bostezó

con todo el cuerpo,

como solo los gatos lo

hacen, se dio la vuelta

muy digno, levantó

de una forma insultante

la cola y se marchó,

sin despedirse, hasta

la próxima ocasión.

Seducidos, conjuntamente, por los gatos y por los niños, una serie de poetas singulares ha sabido elevar la literatura infantil y adolescente al nivel de pequeñas pero espléndidas obras de arte, con un plus de imaginación, ternura y candidez. No desmerece esa literatura infantil y juvenil, por su sencillez, sensibilidad y pulsión moralizante y/o didáctica, de cualquiera otra orientación literario-formal o género literario canónico. Su calidad sustantiva en nada disminuye por aquellos lectores u oyentes a los que se dirige: los niños y los lectores más jóvenes. Recordemos únicamente que poetas y escritores tan grandes como J. R. R. Tolkien, James Matthew Barrie, Michel Ende, Julio Verne, Mark Twain, T. S. Eliot, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Miguel Hernández, García Montero etc. han escrito libros a ellos dedicados: coplas, canciones, nanas, cuentos, relatos, fábulas, apólogos, poemas, e incluso tratados didáctico-poéticos que forman parte de la cultura popular y también de la cultura denominada culta o académica.

Nos referiremos aquí exclusivamente a aquellos que han dedicado una parte, por pequeña que sea, de su producción a escribir relatos, poemas, textos referidos a felinos o protagonizado por los gatos. El primero de ellos es Miguel Hernández, el poeta de Orihuela, inolvidable autor El rayo que no cesa (1936) y, en lo que aquí nos interesa, de Nanas de la cebolla (1939), canciones de cuna dedicadas a su segundo hijo, Manuel Miguel, mientras se encontraba encarcelado en la prisión de Torrijos. Sabemos por una noticia de prensa (de la periodista Martina Brown en El Español, del 15 de marzo de 2017) que en sus últimos días, mientras estuvo encarcelado en la cárcel de Alicante, pudo conocer a este, su segundo hijo, tras las rejas de la prisión, y que incluso llegó a escribir a lápiz, y en pequeñas hojas de papel higiénico, cuatro preciosos cuentos dedicados también, como las Nanas, a él, a “Manolillo” como Miguel lo llamaba: “El potro obscuro”, “El conejito”, “Un lugar en el árbol” y “La gatita Mancha y el ovillo rojo”. Primorosamente escritos. En el último cuentecito versificado, y de intenso sabor y saber popular, la protagonista felina trata de escapar de una cárcel de algodón. Cuando, asustada, logra huir dice: “¡Fus! ¡Fus! ¡Parafus! / porque el gato más valiente, / si sale escaldado un día / huye del agua corriente, / pero, además, de la fría”. Este fue el tierno homenaje que este poeta sin igual ofreció antes de morir a su hijito y a la gata de su cuento.

 

Tomas Moreno Fernández,

Catedrático de Filosofía

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