Al final, todas tienen algo en común: no deja de ser una estampa que nos ha impedido observar la realidad circundante
La relación del ser humano con la cámara fotográfica es tan variopinta como singular. Hay quienes prefieren dejar para la posteridad su rostro en un espectáculo antes de disfrutar del mismo. La memoria del artilugio es la memoria del individuo que pulsa el disparador. La foto la podrá mirar y compartir una y mil veces pero a quién le va a contar cómo fue la actuación, la presentación del libro, el partido de fútbol, el festejo taurino… Lo importante es haber estado allí.
Lo mismo que unos la buscan otros huyen de ella y en su huida se retratan porque además saben que nunca hay una sola instantánea sino que estas se van multiplicando por distintos motivos: por si sale oscura o movida, por si alguien aparece con los ojos cerrados o tocándose el pelo, por si parecemos más bajos o menos guapos, porque ha enfocado mucho suelo, por si de alguien aparece solo medio cuerpo, que si la amputación de algún miembro, que si ahora con flash salen con más calidad, que si me has pillado medio serio medio sonriendo, que si este es mi lado malo, etc. Y, al final, todas tienen algo en común: no deja de ser una estampa que nos ha impedido observar la realidad circundante.
Y luego, algo que no es baladí: qué elementos enfocamos. Si estamos en un cumpleaños, ¿qué es más importante: retratar la apetitosa tarta de la que voy a dar debida cuenta o hacerlo con el rostro feliz del cumpleañero, o el de los invitados envolviendo con abrazos un momento irrepetible?
Emociones, aventuras, o ninguna de las dos. La tarea es sumar y sumar imágenes incapaces de reproducir el momento perdido. Ya no hay marcha atrás porque el tiempo también suma y ya se sabe, nadie puede bañarse dos veces en el mismo segundo. Con suerte conseguirá retener una blanca percepción, un recuerdo, un símbolo, un pensamiento.
La diferencia con quienes le gustan las fotos por placer estético es que estos van solos, buscando un encuadre perfecto, una luz idónea y en el mismo rostro se palpa la felicidad ante la figuración que están a punto de enmarcar.
Pero quién piensa en aquellos otros que aparecen retratados y no es porque quieran sino porque no han sido lo suficientemente veloces para evitar estar ahí o discretos como para haber dado un paso atrás o echarse al lado y salir de la pantalla. En cambio, una vez que estás no queda otra que poner buena cara porque, recordémoslo, una foto es para toda la vida: todo arte es inmortal.
Y esfuérzate, por último, para lucir una sonrisa hermosa, resplandeciente y única. Y hasta para sonreír hay consejos como hay imágenes que valen más que mil palabras.
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Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato