Una de las amenazas más preocupantes en la Granada del siglo XXI es la de la rápida desaparición del pequeño comercio tradicional. Basta ir por cualquier calle del centro o de algún barrio que tenga unas décadas para apreciar, con tristeza, la cantidad de locales vacíos. Algunos muestran un anuncio de alquiler, otros de traspaso y otros, simplemente, ninguno, sino un total abandono y, a veces, una irritante suciedad. Numerosas librerías, ferreterías, droguerías y mercerías,… han dejado de existir y su lugar lo ocupan las actuales franquicias y las tiendas de souvenirs y de abanicos,… pero, sobre todo, los bares, los ¡muchísimos bares! que proliferan con sus terrazas por todas las esquinas gracias a que el ayuntamiento parece decidido a arrendar la totalidad de nuestro suelo urbano. No hay duda de que Granada se está convirtiendo en una ciudad solo para turistas, que desconocen cómo era la vida aquí hace solo unos lustros.
Por eso, me parece de premio cualquier establecimiento antiguo que aguante a día de hoy; y existe uno, en mi barrio, que acaba de cumplir cincuenta años: la librería papelería Don Bosco, en la calle Melchor Almagro —que es la que baja desde la plaza del Gran Capitán hasta la facultad de Ciencias—. Suelo comprar en ella el papel de regalo, y cada vez con más frecuencia ya que —¡y esa es otra!— en pocas tiendas te envuelven un producto adecuadamente. El caso es que Don Bosco tiene unos diseños en ese tipo de papel que son los que a mí me gustan y, a base de navidades, aniversarios y onomásticas, he entrado numerosas veces a que Mercedes, su propietaria, me venda el envoltorio que todo obsequio debe llevar. Por descontado, otras veces lo que me ha vendido ha sido el regalo en sí, como el gran libro de Sierra Nevada que hace unos meses viajó desde su escaparate a las manos de un colega que se acababa de jubilar y con el que queríamos, un grupo de amigos, tener “un detalle”. Porque esta pequeña librería —solo 36 metros cuadrados contando la trastienda— guarda sorpresas de otra época.
La semana pasada Mercedes me contó la historia de su establecimiento mientras escuchábamos a Édith Piaf, que era la música de fondo que tenía puesta. Lo inauguró su madre, Mercedes Martínez Linares, a comienzos de febrero de 1972. La familia necesitaba algo que incrementase los ingresos y ¡qué mejor que una librería!, puesto que unos parientes muy cercanos eran los dueños de otra, en la calle San Jerónimo, y podían iniciarla en el oficio. Así que buscó, para comprar, un local apropiado. En esos momentos, en Melchor Almagro estaba ya la farmacia que aún existe, pero ni siquiera la facultad de Ciencias había abierto sus puertas —aunque lo haría en breve—. Era un “local entre huertas de lechugas”, al que bautizaron como Don Bosco por un primo que estudiaba en el colegio de Los Salesianos –cuyo fundador fue este santo–. Mercedes Martínez tiró de su marido, Gerardo Ramos Ramos, que hasta entonces era profesor de Química y fue quien logró que la librería se especializara.
Pronto Gerardo se quedó solo. En esos tiempos vendía manuales de asignaturas de la cercana facultad y libritos como el de Formulación y nomenclatura II. Química Orgánica, aunque también grandes láminas de los fondos oceánicos, que venían de Francia, o de minerales vistos al microscopio, así como juegos orbitales (o de modelos moleculares). Además, Don Bosco participaba en eventos científicos aportando las novedades editoriales, como en un Congreso Internacional de Entomología que se celebró en el Carmen de los Mártires. Los ochenta fueron, sin duda, los mejores años, pese a que tenían una fuerte competencia de otros libreros de la misma calle —o de calles muy próximas— que habían abierto tras ellos aprovechando el fuerte impulso universitario.
Desde 1994 está al frente de Don Bosco Mercedes Ramos, la única de los hijos que quiso hacerse cargo. Han sido otras circunstancias, puesto que la revolución de internet lo ha cambiado todo. Ahora ya no se compran manuales ni láminas científicas como las de antes, por lo que el negocio ha vuelto a dar un giro. Ha introducido obras de Historia, de Filosofía, de Medio Ambiente y más literatura, a la vez que numerosos artículos de papelería y de regalo como globos terráqueos e, incluso, puzzles y muñecas. También algunos de los libros escritos por los vecinos, como Un maestro en la República. Igualmente, la clientela está más diversificada: menos estudiantes que antes y más gente del barrio y niños que acuden a hacer unas fotocopias, otra de las últimas novedades.
En 2020 llegó la pandemia y, gracias a que las papelerías eran esenciales, Don Bosco mantuvo su puerta abierta. Pero no debía vender libros: lo prohibía el decreto del Gobierno. Mercedes tuvo que reorganizar los mostradores, para evitar que entraran varias personas a la vez, y el gel hidroalcohólico y la lejía se convirtieron en productos siempre al alcance de sus manos. El miedo al contagio y el estrés se apoderaron de ella en esas semanas. Para colmo, cuando volvía a su casa, después de la “balcomeeting” de las ocho de la tarde, había quien la increpaba por no estar confinada.
Ahora “sobrevive”. Conserva un abundante stock de libros de hace décadas, es muy activa en Facebook, donde “Librería Don Bosco Papelería” tiene su propia página, para darse a conocer con citas curiosas y referencias bibliográficas, y ha celebrado el cincuenta aniversario del pequeño negocio familiar con gran orgullo. No todos pueden presumir de lo mismo en esta ciudad que tanto buen comercio ha destruido.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)