He pasado una mañana estupenda en el colegio Juan Ramón Jiménez, que está en uno de esos lugares socialmente desfavorecidos de nuestra ciudad, justo entre los bloques conocidos como Caserío de Montijo y los altos edificios que Osuna hizo hace años en el barrio de Cartuja. Ya el entorno urbano nos muestra claramente que no estamos en una zona rica de Granada, sino todo lo contrario. Aquí viven inmigrantes y familias que no pueden permitirse otros sitios
Un amigo conoce el colegio y tiene interés en enseñármelo, por lo que ambos nos dirigimos, sobre las 10:30 h., a su entrada. Nos recibe la profesora de compensatoria, Trini Navarrete, que enseguida llama a la directora, María S. Ruiz. Serán nuestras anfitrionas y guías hasta el final, aunque a lo largo de la visita nos irán presentando a sus compañeras.
La primera impresión que me produce el colegio es de pulcritud, que recuerda, incluso, a la de un hospital. Pero pronto serán los motivos decorativos los que me hagan sacar el móvil y hacer fotos, como los de la escalera por la que subimos, en cuyos peldaños están los números de las tablas de multiplicar. Así, en este ascenso “matemático”, llegamos a la segunda planta y encontramos, enfrente, el pequeño estudio de radio que el colegio ha montado para que los niños aprendan a emitir sus propios programas. Como no podía ser de otra forma, me recuerda a mis tertulias de hace años en Radio Salobreña, por lo que me gusta muchísimo.
Cerca está la biblioteca escolar, no solo bien provista de libros, sino también luminosa y bien decorada para que el ambiente sea el propicio. Me llaman la atención los guiñoles colgados sobre las ventanas, así como las máquinas de escribir, los viejos aparatos de música y los recortes de escritores y escritoras granadinas. En conjunto, es “un lugar lleno de magia”, aunque la auténtica realidad es otra: lo que hay detrás es mucho trabajo.
Tercera parada: el aula de música. Nos espera “la seño” Belén Moreno, que me explica muchas de las cosas que hacen en esta sala espaciosa y llena de luz. Especialmente incide en una cuadrícula pintada en el suelo, que usa para danzas como la Rayuela Africana. Puesto que enseguida me envía un vídeo, decido adjuntarlo aquí y así los lectores se harán una idea mucho mejor de cómo se lo pasan sus alumnos y de lo bien que bailan.
Vídeo Rayuela Africana:
Seguimos el recorrido por este colegio que tanto me está asombrando y llegamos a una clase de Infantil. La vemos vacía, pero se aprecia que sus moradores habituales acaban de abandonarla, dejando sus “trabajos” sobre las mesas. Aquí todo es imagen y color, que son los instrumentos para que estas personitas aprendan los números, las letras y muchas más cosas importantes para el futuro. Y al lado de ella, al fondo del pasillo, se encuentra el rincón del mediador, donde “hacen las paces”, como dice una de las ilustraciones que lo decoran.
Hemos llegado, también, al aula de 4º de Primaria, cuya puerta, pese a estar ocupada, se halla abierta. Esto me permite observar lo que sucede dentro durante unos segundos, que se convierten en los que más impactantes de toda la visita: se trata de una clase de Matemáticas, porque un alumno resuelve en la pizarra una larga división ante la atenta mirada de su profesora, que está sentada tras su mesa. Pero lo llamativo no es esto, sino que también los compañeros, todos ellos, muestran, en silencio, la misma atención a lo que se hace en la pizarra, y eso que son chicos de solo nueve años.
Al entrar nosotros se rompe el hechizo. Primero Victoria Romero, que es la profesora, nos saluda amable y nos presenta a sus alumnos, diciéndoles que voy a escribir sobre ellos en un periódico, lo que me sonroja un poco. Y enseguida María —la directora— los anima a que levanten la mano aquellos cuyos padres sean marroquíes. Lo hacen más o menos la mitad de los chavales. A continuación pide lo mismo a los que sus padres vengan de Bolivia, habiendo un par de ellos y así, sucesivamente, con otras diferentes nacionalidades. Sin embargo, cuando ha terminado, un chico quiere hablar. Y lo que dice, como si se hubiera sentido olvidado, es que ¡sus padres son argelinos!
Tras este primer contacto la profe los manda al aula de la naturaleza. Durante unos breves minutos nos quedamos a solas con ella y nos explica algunas de las cosas que vemos en las pareces de su clase: el frutómetro, el lectómetro, el tablón de las denuncias, los retos y las felicitaciones,… Son, todos, herramientas para fomentar los buenos hábitos. Y salimos para volver a encontrarnos con los muchachos en donde les había dicho, que desde el primer momento me parece el lugar más bonito del colegio.
Porque el aula de la naturaleza es un gran espacio inundado de luz y lleno de plantas que son cuidadas por los propios alumnos. Recuerda a un palacio de cristal. Todo lo que hay es para el aprendizaje de la Geología, la Zoología, la Botánica y la Agricultura, pero de la manera más práctica y entretenida y no como yo recuerdo que me las enseñaron a mí. Como antes su compañera Belén, Victoria me manda un vídeo, titulado Innovamos en Agricultura, para que vea cómo trabajan los chicos en este sitio y, al igual que antes, decido adjuntar el enlace y que pueda verlo todo el que lea el artículo, porque una imagen siempre vale más que mil palabras.
Vídeo Innovamos en Agricultura:
Es donde hago la foto de grupo (de la portada), en la que los “estudiantes” de 4º salen acompañados por las profes Trini Navarrete, Victoria Romero y Patricia Sánchez (de izquierda a derecha). Pero aquí también hablamos de otras cosas, porque desde hace un rato me estoy preguntando qué religión se impartirá en este colegio de tantos niños inmigrantes. Y la respuesta es la esperada: Religión Católica, por lo que no puedo dejar de manifestar lo mal que me parece que, siendo la mitad del alumnado de origen musulmán, no se oferte también Religión Islámica, como se ha solicitado desde el centro. Son las “chapuzas” de una integración insuficiente.
La última parada es en el despacho de dirección, donde nos sentamos por primera vez en toda la mañana y María me cuenta otras muchas cosas del colegio. Empieza hablándome de la excursión que todos habían hecho el día antes a Almuñécar para conocer su castillo, el parque Loro Sexi y disfrutar de un día de playa. Pero “todos” es “todos”: cinco autobuses, con casi doscientas cincuenta personas entre alumnos, profesores y padres, que también estos han ido —¡y con algún bebé!—. Ante mi asombro —y admiración— me dice que ellos hacen las cosas así, lo que me lleva a preguntarle si los padres son colaboradores. Su respuesta es rápida: sí, pero —matiza— dentro de sus posibilidades económicas, que son tremendamente limitadas, y de sus posibilidades lingüísticas y culturales, en muchos casos aún peores. Añade, también, que precisamente por esto, agradecen mucho todo lo que se enseñe a sus hijos y se haga por ellos. En ese momento recuerdo lo que un rato antes me ha contado Belén en la sala de música: en Navidad hubo madres musulmanas cantando villancicos con sus hijos en clase. Lo entiendo como el mejor ejemplo de la voluntad que anima a estos padres.
María me comenta, asimismo, algunos de los programas y actividades que se desarrollan por las tardes, especialmente de apoyo lingüístico a inmigrantes, pero también deportivas y de enseñanza del Inglés. Pero lamenta que, pese a todo este trabajo, que realizan con pasión, el colegio pierde alumnado curso a curso, lo que achaca a la competencia de varios centros concertados de la zona que ofertan desde Infantil hasta Secundaria. Está convencida de que esta sería también la solución para ellos: poder mantener a los chavales hasta los 14 o los 16 años incrementaría el número de familias interesadas en el Juan Ramón Jiménez.
Me despido de ella, después de esta fantástica mañana, diciéndole que, cuando se publique, compartan el artículo por todos los medios. Y me responde que quiere mandárselo a su inspector, lo que me parece muy bien, porque de este colegio estaría orgulloso hasta el mismísimo poeta de Moguer que le ha prestado el nombre. En él he encontrado el rostro más humano de la educación. ¡Enhorabuena a los que lo han hecho posible!
Ver artículos anteriores de
Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)