Después de un prolongado silencio, la pasada semana, el viernes previo a la jornada electoral del 19J, consideré oportuno volver a estas páginas de opinión para animar a la participación ante el peligro –cierto y persistente– de un gobierno conjunto de las derechas y las ultraderechas en la Junta de Andalucía. La realidad, como siempre, se impuso al deseo y finalmente los andaluces hablaron. Lo hicieron con claridad y con contundencia, otorgando a las primeras una histórica y holgada mayoría absoluta. Resignación a la que, en este caso, sólo podría añadir que, afortunadamente, “mejor solas que mal acompañadas”.
Muchas interpretaciones y análisis se han hecho y se seguirán haciendo de los resultados obtenidos por cada una de las formaciones políticas. Dejaremos que cada cual saque sus propias conclusiones. Para mí, si más prolegómenos y sin esconderme, fue un día esperanzador que pronto se fue tornando en una noche dura y triste. Un mal trago. Nada más. A partir de ahí, tras el quiebro de las legítimas expectativas electorales de la izquierda, por mi parte, no cabe esperar ningún tipo de insultos, de reproches, ni descalificaciones a los votantes. En todo caso felicitar a los ganadores.
Pero, como me posicioné de modo muy claro en estas páginas, y tal y como saben quienes me conocen, tengo que decir que no me arrepiento en absoluto. Por ello, pasados los días, podría decir que, considerando los méritos de unos y de otros, el resultado no es justo; aunque, seguramente, erraría en mi evaluación, más cargada de apreciación partidista que de una reflexión serena y profunda. También, podría decir, emulando al premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, que los andaluces han votado mal (para él, en esta ocasión, estoy seguro que bien, extraordinariamente bien); pero, otra vez volvería a estar equivocado y, además, como demócrata convencido que soy, debo aceptar (y acepto) plenamente la voluntad popular. No como aquellos, claro, que, si no son de su misma cuerda, claman aquello tan correoso de “Gobierno ilegítimo”.
Como verán, por mi edad, ya estoy curtido en decepciones y derrotas varias. Pero, aquí sigo, de pie y al abrigo de mis valores y de mis ideas de siempre. Y, como tal, dispuesto para una defensa apasionada y pacífica de las mismas. De hecho, mientras escribo estas líneas, me viene a la mente una canción de Joan Manuel Serrat que fácilmente podrían parafrasear. Es aquella en la que viene a decir: “y por fría que fuera mi noche triste,/ no eché al fuego ni uno solo/ de los besos que me diste”.
De igual modo, hoy podría decir que los asuntos irregulares y turbios que afectan a unos no alcanzan con la misma trascendencia a otros. Para algunos sus tretas y corruptelas pronto quedan inmersas –si es que llegan– entre los infinitos vericuetos legales y procesales. Mientras, por el contrario, los asuntos (ciertos o no) en los que se ven implicados los otros calan sobre manera entre el vecindario. Sin olvidarnos de unos medios de comunicación que se muestran, según el caso, laxos y confiados o extraordinariamente rígidos e inquisitoriales. Pero, no hace falta más, ya sé que la izquierda no puede hacer otra cosa que demostrar, día a día y sin descanso, su ejemplaridad, su utilidad y su solvencia frente a las injusticias. No nos queda otra para no dejarnos caer en el abatimiento. Para no caer en la desesperanza. En el estado de ánimo que el genial poeta granadino, Federico García Lorca, supo recoger en su obra Doña Rosita la soltera, o el lenguaje de las flores. Lo hacía poniendo en boca de su protagonista que: “Todo está acabado, y sin embargo, con toda la ilusión perdida, me acuesto y me levanto con el más terrible de todos los sentimientos, que es el sentimiento de tener la esperanza muerta”.
Frente a todo ello, la esperanza debe seguir viva; pensando en el futuro y en que aún nos quedan muchos sueños por cumplir. Yo, hoy la voy a depositar en todos los niños y las niñas, en las generaciones más jóvenes, en los hombres y mujeres que tomarán nuestro relevo. En mis alumnos y alumnas de hoy (y de siempre). En todos los que, en este 24 de junio, cuando se despierten, estrenando su feliz periodo de vacaciones estivales, y puede que aún les resuenen las viejas estrofas del Romance del conde Olinos. Esos sentidos y emocionados versos que juntos hemos disfrutado en estos últimos días de clase. Esos que se inician con el consabido: “Madrugaba el conde Olinos,/ mañanita de San Juan, /a dar agua a su caballo/ a las orillas del mar” […] Un conocido romance anónimo que, a pesar de los hechos dramáticos que narra, concluye cuando los enamorados: “Juntos vuelan por el cielo, juntos vuelan par a par”.
Para ir concluyendo, es cierto que el PP –o su líder: Juanma, a secas– acaban de obtener el beneplácito de los andaluces y que han recogido los votos por su supuesta “moderación” y su “buen hacer”, como ciertos medios no se han cansado de pregonar. Yo, por mi parte, me resisto a creer que son, como ahora se atribuyen, el “partido del pueblo”. Pues, pese a sus costosas campañas publicitarias y regalías, todos hemos sido testigos, por poner solo unos ejemplos, del crecimiento de la educación y la sanidad privada bajo su mandato; en un detrimento continuo e incesante de lo público y de que nunca han comparecido cuando de tomar medidas de apoyo dignas para las clases trabajadoras se trataba: salario mínimo, derechos laborales, garantía de pensiones… Tal vez, entonces, sólo sea, más bien, una derrota puntual a la que se ha llegado por la desunión y la división de la izquierda.
Así, si incluso en las historias más desgarradoras y tiernas se puede atisbar un final feliz, yo, al menos, no veo otra salida que continuar todos juntos, a la “par”, y apostando por la educación y por la cultura. Será la única manera de desmontar las mentiras y las falsedades que nos lanzan a diario para hacernos cada vez más débiles, más ignorantes y más sometidos. Seamos, pueblo a pueblo y ciudad a ciudad, útiles y necesarios para la gente que está ahí abajo, al pie de la calle y que nos sigue esperando. Hagamos autocrítica y pongámonos en marcha, de una vez.
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘,
‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘ y coautor del libro
‘Torvizcón: memoria e historia de una villa alpujarreña‘ (Ed. Dialéctica)