En un sentido amplio, podríamos denominar descomponedores, a todos aquellos seres vivos que se ocupan de degradar las materias orgánicas muertas y reintegrarlas a los suelos en forma de materia inorgánica. De este modo se cierra el ciclo de la materia y la energía en la Naturaleza. Estos seres son de muy diversos tamaños, formas y maneras de vivir. Algunos de ellos son microscópicos y, sin embargo, realizan una función esencial en el mantenimiento del equilibrio ecológico del planeta.
Me gustaba decirles a mis alumnos y alumnas que, si no existieran los descomponedores, la vida en la Tierra no sería posible. Les decía que pensaran por un momento lo que hubiera sucedido en el planeta si ninguno de los seres vivos, una vez muertos, hubieran sido descompuestos. Alguno dijo con mucho sentido común: ¡¡¡Que no cabríamos en la Tierra!!! Efectivamente, no habría ni espacio ni nueva energía para que la vida pudiera seguir desarrollándose.
Los pasos de las investigaciones escolares
Recordaré, una vez más, los pasos de las investigaciones escolares: situar el objeto de estudio, realizar mediciones y anotar las características del lugar, observar y recoger muestras, analizar la información recogida, intentar dar respuestas a las hipótesis surgidas, elaborar el informe final de la investigación y presentarla en la clase para ser valorada.
Para que los procesos de investigación en las enseñanzas obligatorias puedan desarrollarse, deberían reunir algunos requisitos que las hagan posibles: que los objetos a estudiar sean abundantes, que sean fácilmente observables y que nos ofrezcan una gran diversidad de posibilidades de estudio.
Ni los animales muy pequeños, ni los muy grandes
En sentido estricto, los seres vivos descomponedores por excelencia son los hongos y las bacterias, que obtienen los nutrientes orgánicos de manera directa de los suelos. Sin embargo, tal y como he dicho anteriormente, estos seres no cumplen uno de los requisitos necesarios para que su estudio sea sencillo. Al ser frecuentemente organismos microscópicos, no facilitan, por su pequeño tamaño, ni la observación ni la manipulación de las muestras. Dentro de ese grupo de difícil observación, estarían también los ácaros, una subclase de los arácnidos, que nos acompañan en nuestros domicilios alimentándose de restos de piel muerta y alimentos en descomposición.
En la frontera entre la observación directa y el uso de la lupa, nos encontramos a los pececillos de plata, unos pequeños insectos que se alimentan de materia orgánica rica en almidón, azucares o celulosa. Viven frecuentemente en rincones, grietas y lugares oscuros de muchos hogares, pero también, en el subsuelo de los jardines y debajo de las macetas. Es fácil encontrarlos al levantar alguna de ellas y verlos correr con rapidez para esconderse. Con estos pequeños seres, podemos iniciar el uso de las lupas, unos instrumentos de observación, cuyo uso debe ser muy habitual en clase.
Otros descomponedores o carroñeros son de gran tamaño, como los buitres o las hienas. En este caso, los obstáculos que nos encontraremos, serán la dificultad para acceder a sus habitats y su tamaño que, desde luego, no nos hará fácil ni su observación ni su manipulación.
Es por ello por lo que para los trabajos de investigación escolar, elegiremos muestras que sean abundantes, fácilmente observables y que nos ofrezcan variadas opciones de estudio. Afortunadamente, son numerosísimas las posibilidades que tenemos en los alrededores de los colegios, en solares abandonados y hasta en los recorridos desde los hogares a la escuela. Todos los descomponedores que ahora citaremos, a modo de ejemplos, son muy abundantes, variados y fácilmente observables.
Cochinillas de la humedad, babosas y lombrices
Hay un grupo de descomponedores que están un escalón por encima de los hongos y bacterias que se llaman detritívoros o saprófagos y que se encuentran en suelos húmedos y ricos en detritos orgánicos de los que se alimentan. Incluso, existen otros, como las estrellas y los pepinos de mar, que viven en las aguas saladas alimentándose de la materia en descomposición de los fondos marinos.
La cochinilla de la humedad es un crustáceo que, a diferencia de sus congéneres de grupo, se ha adaptado a vivir en suelos húmedos y ricos en materia orgánica en descomposición, en vez de en las aguas marinas o continentales. Estamos, por tanto, ante una joya de la adaptación que ha conquistado a lo largo de millones de siglos de evolución la tierra. Este sería, por sí solo, un motivo mas que suficiente para ser estudiado en el aula. Y así lo hicieron en distintos cursos algunos de los niños y niñas de mi clase.
A los caracoles y babosas le sucede algo parecido. Aunque la mayoría de las especies del grupo de los moluscos, al que pertenecen, viven de manera permanente en las aguas continentales dulces o marinas, los caracoles y babosas han conquistado la tierra, mediante un pie humedecido con el que se deslizan por el suelo y la hojarasca. Hay algunas especies como lapas o almejas que se han adaptado a un terreno fronterizo donde las olas golpean las rocas y arrecifes. En escuelas que estén cerca del mar pueden ser fácilmente observadas y estudiadas con la consiguiente prudencia.
Otros maravillosos descomponedores son las lombrices, que pertenecen al grupo de los anélidos. Sus cuerpos húmedos y alargados van horadando las tierras ricas en materia vegetal en descomposición y, tras tragarlas, se quedan con los nutrientes orgánicos y van dejando los detritos inorgánicos en el suelo al que fertilizan.
Necrófagos, cropógrafos y xilófagos
A los animales descomponedores que se alimentan de organismos muertos, se les llama necrófagos. Pertenecen a este grupo distintas clases de insectos con sus correspondientes larvas. De entre esos grupos podemos citar a las moscas y moscardones, que pertenecen al orden de los dípteros. Los escarabajos necrófagos son coleópteros que suelen tener sus élitros recubiertos de quitina de color negro en la mayoría de los casos. Otro grupo muy curioso, por las pinzas que tienen al final de su abdomen, son las tijeretas o cortapicos, que pertenecen a la familia de los dermápteros. En el orden de los himenópteros podemos destacar animales tan abundantes como las hormigas y las avispas. ¿Quién puede decir que no encuentra una hormiga para investigarla? Aunque sea un ser tan pequeño, reúne todas las características para ser objeto de una interesante investigación.
Otros insectos muy interesantes, aunque no siempre fáciles de observar, son los cropógrafos como los escarabajos peloteros, que se alimentan de los excrementos de otros animales y depositan sus larvas para que al nacer se encuentren en un medio con nutrientes.
Hay algunos insectos, como las termitas, que tienen una enorme especialización al alimentarse de madera, de ahí que se les denomine xilófagos. Es relativamente sencillo encontrarlas en los troncos podridos y en descomposición.
Arañas y miriápodos
Las arañas son otro grupo de descomponedores muy numeroso y diverso, que se alimentan de todo tipo de invertebrados, contribuyendo de una manera muy importante a la degradación de la materia orgánica de muchos pequeños animales en su mayoría insectos. Estudiar las arañas, así como los lugares donde viven y acechan a sus presas, pueden ser trabajos de investigación muy interesantes, ya que existe una enorme variedad de especies.
Los ciempiés y milpiés son animales artrópodos que pertenecen al grupo de los miriápodos. Tienen el cuerpo formado por anillos recubiertos de quitina con abundantes pares de patas. Viven en ambientes muy diversos, tanto secos como húmedos, aunque suelen huir de la luz. Se refugian en las oquedades de piedras, troncos o camuflados entre la hojarasca. Algunos son depredadores agresivos como los ciempiés (quilópodos), que atacan a sus presas con unos quelíceros venenosos. Los milpiés (diplópodos) son herbívoros o se alimentan de los detritos del suelo.
Animales que viven bajo las piedras o en troncos en descomposición
Quiero terminar con una propuesta más. Se trata del estudio del concepto de ecosistema. Y para ello, al igual que hemos hecho con los animales de manera individual, elegiremos un modelo que reúna los tres requisitos de las investigaciones escolares; fácil de encontrar, sencillo de observar y con variadas posibilidades de estudio. Algunos de esos pequeños ecosistemas pueden ser, por ejemplo, los animales que viven bajo algunas piedras o aquellos otros que lo hacen en el interior de un tronco en descomposición.
Como sabemos, todo ecosistema está formado por elementos físicos que le dan soporte y que se llama biotopo y de otros componentes vivos que forman la biocenosis. Si elegimos una piedra con unas determinadas características o un tronco podrido, es muy posible que, al observarlo, nos aparezca un mundo maravilloso de seres vivos. La mayoría de ellos serán los que hemos citado individualmente en los distintos apartados de descomponedores. Cada uno por separado es una posible investigación, pero ahora lo que se plantea es estudiar una comunidad de seres vivos que, siendo muy diferentes, sin embargo, necesitan de un mismo biotopo que les de las mismas condiciones de refugio, humedad, temperatura, alimento,… En definitiva, un ecosistema en pequeño.
Cuando realizamos trabajos de investigación no basta con adquirir de manera activa diversos conocimientos. Es muy importante que, durante el proceso, se tengan en cuenta las actitudes y los valores. Me explico. Si nosotros levantamos una piedra o un tronco para observar los animales que puede haber, hemos de tener en cuenta que después de finalizar las observaciones o la recogida de alguna muestra, si es que fuera necesaria, deberemos colocar la piedra o el tronco en la misma posición que estaba. Si no lo hiciéramos así, las condiciones físicas que antes hemos citado, cambiarían y podrían afectar a los animales que viven en esos biotopos.
Podríamos decir: “¿Y qué más da? Hay muchas piedras y muchos troncos, no pasa nada porque uno se cambie de posición”. Esa actitud, no solo es muy poco científica, sino que está mostrando un gran desconocimiento y falta de respeto a los seres vivos, Un joven investigador o investigadora ha de ser consciente desde el primer momento, del valor y respeto por los seres vivos, por abundantes o pequeños que sean. Es un valor esencial que la educación debe fomentar, ya que, al valorar cualquier forma de vida, nos integraremos como personas solidarias en el único planeta que tenemos.
Se dice: el arbolito desde chiquitito. Pues eso, desde el inicio del aprendizaje autónomo a partir de las investigaciones, hemos de tener en cuenta que conocimientos, actitudes y valores son inseparables.
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licenciado en Historia, ha sido maestro e Inspector de Educación.
Escribe artículos, realiza vídeos y es autor de libros sobre temas de Educación,
entre los que destacarían “La Investigación del Medio en la Escuela”
y “Educar es amar” (MCEP/ Entorno Gráfico).