De vez en cuando –diría que siempre– conviene “desempolvar del cajón de los anales” algún que otro libro que, aunque pertenezcan a la categoría de los releídos, tienen una característica común: su perdurabilidad en el tiempo y en las sociedades.
Hoy lo he hecho con Los lanzallamas, de Roberto Arlt, novelista, cuentista, dramaturgo y periodista (Buenos Aires 1900–1942), en el que el autor “intensifica su forma de interpretar el caos y la incertidumbre del mundo contemporáneo”, convirtiendo a uno de sus dos protagonistas (Erdosain y el Astrólogo) en “un competente gerente de la monstruosidad, un nuevo dios: el engañador”.
Reflexionando sobre lo leído, me ha recordado un runruneo –que no es ruido confuso de voces, sino todo lo contrario– que cada vez está más presente en las conversaciones callejeras que escucho con la mayor atención –¡escuchar y escuchar, para palpar la realidad!– , y que, opino, es liderado de forma afortunada por los profesionales y los “guardianes de la memoria positiva” que, independientemente de sus convicciones políticas, día a día, trabajan con acierto por el desarrollo común e inaplazable.
Fijaos que junto a la utilización perversa de las “falsas noticias” (y la posterior, y más perversa aún, interpretación interesada que algunos realizan de ellas), tengo para mí que se está “empoderando”, entre otras, una forma de adormecer cualquier sentimiento leal: mantener y hacer que los demás se mantengan en actitudes propias de retrógrados recalcitrantes, haciendo que los sentidos se cierren a cualquier atisbo de futuro .
¿Y qué podemos engendrar al respecto? Se trata, por una parte, de ponerse en marcha y contrarrestar las maniobras irracionales de los iluminados –que ahora florecen a costa del benéfico polen alcanzado en las urnas–; y, por otra, posicionarnos, haciéndonos oír personalmente en todos los foros a nuestro alcance, abandonando la confianza en aquellos que se arrogan una representación no concedida ni obtenida de forma alguna.
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de
Ramón Burgos
Periodista