Es en la familia donde mejor se reflejan los cambios morales que se producen en la sociedad. No sé, en rigor, si la educación que se recibía en el seno íntimo familiar en otro tiempo -como una reproducción de patrones y de valores- fue tan decisivo como para que las leyes, casi, podían perfectamente echarse a dormir, No obstante, ni la bondad, ni el equilibrio, ni la moderación, ni la de equidad, ni la misma sangre, tienen hoy cabida en el seno del ámbito familiar. Todo está quedando reducido a una ciega carrera perversa de vanidades y de egos en desbandada, cuyo resultado final es la ingratitud y, como consecuencia de esta, finalmente, el individuo queda en soledad.
Poco tiene que ver aquel ambiente que se respiraba en otros tiempos con el mundo en que ahora vivimos instalados, ni con los espacios éticos y morales que conducían al vigor, a la búsqueda de la libertad y al camino corto y recto de la verdad. Ya no existe la verdad. La verdad es un fracaso frente al relativismo moral que nos invade. Hoy, lo importante para el sujeto es la apariencia, no su satisfacción con la realidad ni con sus actos ni con la vida interior, ni con el deber ni, incluso, con el sentimiento de la casa que le vio nacer donde recibió sus primeras emociones y cariños. Nada de esto se mantiene en pie.
La familia, por unas causas u otras, se ha convertido en el espacio de la reivindicación y del reproche; la unidad de medida y comparativa entre sus propios miembros en donde el individuo deposita las frustraciones que recibe del exterior del hogar para justificar su malestar, que no es sino producto de sus propios desajustes vivenciales o existenciales. En la actualidad estas relaciones familiares crean una inmensa tensión y un torbellino de vulnerabilidad insoportables, especialmente, porque la propia naturaleza parecía anunciarnos desde siempre que la familia era, en esencia, inmune a los procesos históricos, pero como comprobamos nunca ha sido así.
En la familia se reproducen los valores de una determinada sociedad, que actúan como una auténtica institución cultural y que contribuyen permanentemente al desarrollo de nuestros pueblos o comunidades en el marco de estructuras sociales más amplias a la que pertenece; pero, a su vez, también su existencia sigue entrañando prohibiciones que hacen imposible ciertas conductas condenables según el modelo moral. No debemos olvidar que ya en primitivas sociedades la familia actuaba como una auténtica entidad cultural, en la que gracias a su sistema organizativo y a su estructuración supusieron avances importantísimos para la historia de la humanidad; si bien, no es menos cierto que los roles asignados a cada uno de sus miembros y en los que se desenvolvían aquellas sociedades con el paso del tiempo hayan ido cambiando en un proceso evolutivo natural y que, por supuesto, hoy en día en absoluto tienen nada que ver con aquellas agrupaciones en torno a la cueva. En este sentido es recomendable la lectura de El alma en la piedra (Ed. Pàmies) de J. Vicente Pascual.
Sin embargo, después de muchos miles de años, la rebeldía ha levantado su campo de batalla y cada vez va ganando más fuerza en nuestras sociedades otros modelos basados en la paulatina desaparición del concepto antropológico de padre-madre-hijos frente al avance vertiginoso de nuevas conformaciones y modos de organización. Pensemos en las familias que deciden cambiar el sexo a sus hijos o hijas para más adelante volvérselo a cambiar o, tal vez, en un futuro que el hijo o hija en cuestión reproche a sus padres tal actuación ¡Por Dios, que desbarajuste!
En resumidas cuentas, en la actualidad para algunos -ideológicamente hablando– la familia es una invención, una institución simbólica con funciones complejas, y no puede considerarse los lazos naturales que une a sus miembros como una naturalidad de su origen. Así que cada vez son más patentes cambios en las configuraciones familiares, sobre todo si tomamos en consideración algunos aspectos relevantes que se nos presentan delante de nuestras propias vidas, inimaginables, por otro lado, en otro tiempo como insinuábamos al principio.
Pensemos en las nuevas técnicas de gestación subrogada en la que se podría obtener un hijo o hija casi a medida de nuestros deseos. Sí, señores, los avances en materia genética dan para mucho. Se puede conseguir – siempre que se pague bien – niños o niñas con una determinada estatura, con un más que probable color de ojos o de piel muy aproximado al deseo del demandante o demandantes, o con una importante inteligencia poco menos que garantizada. Todo esto y mucho más está al alcance de cualquiera que cuente con medios económicos y reúna determinadas condiciones para abonar a los laboratorios o empresas dedicados a estos menesteres. La educación de estos niños sería llevada a cabo a quien corresponda por ley y abone honorarios. Todo esto, unido al empoderamiento de la mujer y la destitución del patriarcado podrían ser las familias del futuro.
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