Y no me refiero sólo al juego de cartas (bazas) en el que el «“pie” tiene la ventaja de haber visto el juego del resto. Antiguamente, en este tipo de juegos se llamaba “bola” al resultado de conseguir todas las bazas (…) o a lograr las más valiosas. Por eso era importante que el “pie” supiera jugar con inteligencia para capturarlas» (Julieta Escat, billiken.lat).
Dicho esto, me fijo, reflexiono, sobre la terquedad y el empecinamiento que nos está llevando a cometer demasiados errores en las cosas del diario vivir; en las formas y en los fondos de tantas y tantas decisiones que nos afectan de cualquier forma –directa o indirectamente– a nuestro modo de cohabitación (aún cuando hayamos ojeado todos los “naipes”).
Si he mantenido repetitivamente que es imprescindible prestar oídos a lo que se considera mayoritariamente como esencial, preciso y urgente, hoy quiero añadir un verbo en forma imperativa: ¡enterarse!; pues, como en cualquier economía –y más aún, si cabe, en la “doméstica”– la optimización de los recursos es imprescindible (el qué, el cómo y el para qué), evitando así tener impedimentos superfluos que condicionen la estabilidad necesaria, en evitación de agobios que damnifiquen al cuerpo y al alma.
Ya sé que son muchas las promesas incumplidas y demasiada la letra pequeña en los contratos, pactos o acuerdos, y que muchos de ellos tienen carácter torticero, pero también me planteo ese afán que nos concierne directamente de aprobar ofertas –políticas o económicas– sin el imprescindible y detallado estudio –asesoramiento profesional– a lo que estamos “consintiendo”.
Las prisas nunca han sido buenas consejeras, como tampoco lo es guardar en los cajones del olvido aquello que ha de resolverse en tiempo y forma; pues, por ejemplo, para ejercer la “caridad universal” hay que estar en condiciones personales de poder hacerlo; es decir, con atención a lo posible y recelo a lo imposible.
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de
Ramón Burgos
Periodista