Recuerdo el día que paseaba por Sarajevo y los tranvías de esta castigada ciudad que no hace tantos años sufrió la terrible y violenta descomposición de Yugoslavia tras la muerte de Tito [personaje que por lo visto estuvo viviendo un tiempo frente a la casa de mis padres en la ciudad en que vivimos desde nuestra llegada a Cataluña cuando el internacionalismo proletario se apoderó de gran parte del país] llevaban propaganda turística con bellas imágenes de la ciudad turca que, en cierta medida, me hizo reír. Nunca pensé que un día estaría en Konya y, si alguien me lo hubiera dicho, le habría contestado que seguramente estaría de coña.
Podemos colegir, una vez más, que se cumplía el dicho que tantas veces, en mi infancia feliz y en mi Alhama natal, te decían los mayores: “Niño nunca digas de este agua no beberé ni este cura es mi padre” y automáticamente te enredabas, en aquellos juegos entre abueletes y niños, ellos reían y uno se quedaba con cara de recién llegado. La sabiduría o si lo prefieren, la filosofía que encierra esa frase es toda una lección de principios y, eso, cuando llegabas a la gran ciudad, era [también] de gran ayuda mental, sobre todo cuando los urbanitas te miraban como salido de otra galaxia o simplemente te trataban de cateto; forma directa de menospreciar al recién llegado, aunque en mi caso, habían dejado de devolver al famoso Sevillano, pero regresemos a Konya, la segunda ciudad más habitada en Anatolia, tras la capital del país, Ankara, que también está en esta región.
Es una ciudad con una antiquísima historia, según la leyenda frigia, fue la primera en emerger tras el bíblico diluvio universal. En el XII se produce su renacimiento cuando se convierte en la capital del imperio selyúcida, los invasores del momento, llegaron desde las grandes estepas orientales, hoy en día es más conocida por el legado del filósofo Mevlana, fundador del clan o secta mística que prácticamente todo el mundo ha visto alguna vez: los derviches girovágicos o danzantes. La primera ocasión en que presencié una de estas ceremonias, debo confesar, acabé mareado mientras ellos, danzaban, danzaban y danzaban: ¡Qué control mental para esa exhibición!
Contra lo que pueda creerse, los turcos-selyúcidas no estaban aquí sino que llegaron a oleadas procedentes del Asia Central en el XI, atravesaron el Oxo, invadieron Persia e incluso Bagdad en 1055; en esa etapa acaban coronando a Tugrul Bey y se inicia una centuria de esplendor en el mundo islámico que se conocería en un gran territorio de estos confines del mundo. Aquí estuvieron hasta 1156, los restos y los territorios se fragmentaron en varios estados de raíz turcófona hasta que los cruzados, a finales del XII, le dieron la vuelta a la tortilla, o sea a la historia de Anatolia.
La capital la llevaron a Konya, ciudad emplazada en la gran llanura de esta inmensa y agrícolamente imprescindible para conocer esa atracción del territorio por pueblos cada vez más lejanos que sucesivamente la fueron poblando. En muchas ocasiones te dirán de la estepa, seguramente por el rigor invernal que, dicen, te hace tiritar. Será con el sultanato de Rum cuando los hitos históricos más relevantes se conjugan aunque, hoy en día, la gente viene atraída por el legado de Mevlana, su monasterio, mezquita y jardines están siempre concurridos y allí suelen acudir los recién casados a sesiones fotográficas que inmortalizan ese gran momento de felicidad.
No olviden darse una vuelta por la colina de Aladino; para acceder a su mezquita, se levantó en el reinado de Aladdin Keykubat, es de estilo sirio y techo de madera, algo que no deja de ser extraño en la arquitectura de la zona, está soportada por 42 columnas y conviene observar con tranquilidad la excelente factura de sus acabados en madera: una buena faena del ebanista que hizo su púlpito y su altar, otro lugar de visita casi obligada es el Museo Karafatay.
Si hay posibilidad no dude en dar una vuelta por lo que denominan la primera ciudad del mundo o Çatalhöyük, pasa por ser uno de los primeros centros urbanos del orbe. En el 7000 a.C., estaba habitado, pero no sería hasta 1958 cuando lo descubrió James Mellaart y se excavó por primera vez [el sitio forma parte del listado UNESCO, el certificado con su reconocimiento puede verse en el patio de Mevlana] y en 1993 se reanudarían las exploraciones arqueológicas. Se cree que en el lugar vivían 10.000 personas en casas de formato cuadrado. Hay que ir con transporte propio si queremos hacerlo en un tiempo relativamente corto, estamos hablando de unos 40 kilómetros al sur de la capital o del mismísimo Museo Mevlana, altamente recomendable para aquellos que tienen interés en saber el pasado y cómo comenzaron a crearse los primeros grandes núcleos urbanos.
Los hititas, hace 4000 años, la bautizaron como Kuwanna [derivaría en Kowania para los frigios; Iconium para los romanos y Konya para los turcos] y dicen las crónicas que por aquí anduvieron predicando San Pablo y San Bartolomé.
La ciudad es un centro religioso o un bastión conservador dentro de Turquía, así que conviene no despertar la mala uva por cuestiones de vestimenta, aunque cada vez sea más cosmopolita, en cualquier esquina puede aparecernos el ultra que insulta por la forma de vestir, aunque como no lo entiendes, te quedas igual. Pantalones cortos por debajo de la rodilla ya suelen ser óptimos para los hombres, especialmente en el tórrido mes de agosto, pero por si las moscas, mejor largos si pretendemos acercarnos a pasear por su laberíntico casco histórico y sus estrechas callejuelas.
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.