El tiempo cuando llega el verano se deshace, las horas se congelan o se aceleran como si el calor las aletargará en un largo bostezo pero también las agilizará en una ebullición de diversión. Al llegar el estío todo cambia, penetra en cada uno el deshabito, la despedida de lo habitual, buscamos con un incierto deseo, un simulacro de vida diferente, que durará lo que dura el verano, un mundo milagrosamente suspendido para olvidar lo cotidiano y rescatar el volver a ser uno mismo, en el mismo pueblo donde nos criamos, en el apartamento de la playa, en el hotel con todo incluido, o viajando donde nunca hemos estado.
Desde luego esta vida perseguimos un sueño, el imaginario dorado de la felicidad, en esta ocasión, una fuga a otro lugar, al mar azul o al monte verde y convertirnos en desconocidos, agrupándonos con otros extraños que quieren compartir los mismos gustos.
El gregarismo innato nos lleva a los mismos lugares unido a nuestra fascinación a las modas emergentes. Los más jóvenes se apelmazan en una masa inmensa al aire libre, en los macro conciertos y discotecas, el resto nos multiplicamos hasta alcanzar una muchedumbre: en las playas, piscinas, restaurantes, fiestas de los pueblos, navegar en los mastodónticos cruceros.
Si! Llevo toda la vida veraneando en Cádiz, Cádiz (expresión muy gaditana que revindica que uno es de la capital) pero el verano en esta ciudad en la actualidad no tiene ningún parecido con el pasado, un paisaje contradictorio de saturación donde se echa de menos los espacios vacíos y se añora lo pacifico. Reconozco que la nueva epidemia de masificación no es exclusiva de esta ciudad, se propaga con velocidad por Europa en especial en el Sur.
Cádiz es un navío, fenicio, romano…botado hace 3.000 años, anclado en un mar abierto cuyo horizonte mira hacia América. Cádiz, el viejo mundo de las piedras ostioneras une su historia: marinera y comercial con las Indias con un presente con un sentido peculiar que enamora y precipita su belleza, ante los ojos del visitante.
No sé si será el inexorable paso de los años, ya jubilado de lo vivido, me conduce a espacios dispersos sin ruido, a dejarse acompañar del eco de las olas al romper sobre la placida arena, a la mirada congelada sobre el haz de reflejos del sol precipitándose al mar, porque en Cádiz el sol es de reflejos y el viento de rumores.
Algo ha cambiado, en nuestras costumbres y en los meses de verano se agudiza. Unos encuentran la causa y me hablan del agotamiento pospandemia, otros del cambio climático y los más atrevidos de la crisis económica que se avecina. Mas yo, pienso que la gente quiere olvidar, huir por unos días de los fantasmas y catástrofes que nos persiguen en la prensa y televisión, y vivir el instante antes que se desinfle el bienestar conseguido.
Escapamos a la luz, dejamos atrás la sombra siniestra del pasado y del incierto futuro para ir en avalancha a las zonas turísticas. Cádiz, no se salva, es invadido: por mar con cruceros de miles de personas que atiborran como un enjambre el centro histórico, por carretera, incontables autobuses desembarcan a diario turistas para la playa, coches que la ciudad como un gran monstruo no engulle y vomita hacia las poblaciones cercanas, restaurantes, hoteles y pisos turísticos al completo. Una nueva galería de sonido se ha incorporado a la calle, los sonidos broncos de ruedas de maletas de grupos de jóvenes que salen y entran.
Ante esta locura colectiva, noto, como ha nacido en mí la estéril impaciencia, ante el implacable rio humano que ha ocupado la ciudad. Busco con ahínco una isla en el mar de sombrillas, gracias a las hambrientas mareas de Cádiz, la playa se ensancha y se estrecha cada 6 horas. Me rindo, cuando las colas doblan la esquina para un cartucho de pescaito frito del freidor. Vuelvo el rostro y no me detengo, para tomar unas cervezas con tapas en terrazas y restaurantes, ante el requerimiento de la previa reserva de días, para comer y con turnos. No tiene fin, ir al paso de los miles de cruceristas que han desembarcado en el puerto y circulan en manada por las angostas callejuelas. Las heladerías, un placer casi prohibido, me recuerdan la fila interminable en la puerta de los italianos de Granada, hay que poseer una doble paciencia de espera.
Mi diagnóstico es claro tengo la paciencia en valores mínimos. Dicen que somos 8 mil millones de habitantes en el planeta, si vienes a Cádiz los encontraras, la ciudad a pesar del sobrepeso aún flota sobre el mar. Es curioso que llevamos 2.5 millones de evolución del Homo Sapiens y hemos evolucionado de la caverna a los Resorts Turísticos.
¡Buen verano! ¡Y vente que te hacemos un huequito!
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Rafael Reche Silva, alumno del APFA
y miembro de la JD de la Asociación
de estudiantes mayores, ALUMA.
Premiado en Relatos Cortos en los concursos
de asociaciones de mayores de las Universidades
de Granada, Alcalá de Henares, Asturias y Melilla.
Comentarios
6 respuestas a «Rafael Reche: «Cosas del verano. Una ciudad con el cartel de completo»»
Hola amigo rafa es verdad todo lo que dices como siempre aquí en la Alpujarra es igual una variedad de gente un abrazo
Amigo Antonio, gracias y disfruta de esa tierra tan maravillosa como las Alpujarras, donde el verano es más llevadero por el calor. Que tengas un buen verano. Un abrazo
¡Como me gusta el símil que utilizas. Cádiz es un navío!
¡Y yo me enrolaba en él, desde hoy mismo!
Bien sabes la atracción que siento por esta tierra, que tantos recuerdos infantiles me trae.
Disfruta de esa luz!!!!!!!
Magnífico artículo repleto de verdades. El turismo es bueno económicamente para las ciudades, sim embargo el masivo es perjudicial porque diluye la esencia de la cultura local, incluso puede hacerla desaparecer.
Enhorabuena y muchos ánimos para seguir manifestando opiniones con las que estamos muy de acuerdo.
Amigo Diego. Compartimos por muchas razones disfrutar de Cádiz en verano. El turismo de saturación, ahogan una ciudad y la convierten en incómoda. Un abrazo
Amiga y compañera Silvia gaditana de niña,gracias por tus palabras. Esta tierra es como un imán que te atrae y te hace suya. Que tengas un buen verano.