Al entender del articulista, tres flagrantes incumplimientos tres, luce, o mejor dicho desluce la Constitución que en teoría nos ampara, perpetrados los tres por la insolvencia o complicidad de la numerosa, pegajosa, pringosa y bien sueldeada clase política que nos rige, o mejor dicho desrige: uno, el pesadillesco acceso a una vivienda digna (debido a muchas décadas de descontrol o galimatías legal, y de dejar este básico derecho en manos de toda clase de venenosos especuladores); dos, el continuo deshilachamiento de la unidad nacional (a que contribuye de manera ostensible el disparatado régimen de las autonomías regionales); y tres, ligado a esto último, el permanente incumplimiento del derecho que todos tenemos a hablar, a recibir la enseñanza, a usar sin cortapisas, en lo largo y ancho de nuestro territorio, el común idioma español o castellano, en que, si me acompañan, quiero hoy centrarme.
Porque caen chuzos de punta sobre la lengua española. Y anda revoltoso y revuelto el patio del idioma, que no es particular, pero que cuando le llueven tontunas, maldades, despropósitos o sandios caprichos lenguajiles, se moja de estupideces, como los demás.
Aunque en esta España de nuestros pesares, mucho más que los demás. El idioma de los españoles ha de soportar con frecuencia que le venga de arriba una batería de leyes que tanto lo menoscaban, cual la atentatoria de la ministra socialista Celaá; o un chucerío de retorcida palabrería, cual quieren imponer las ultrafeministas y los ultrafeministos, que tanto lo emborronan y ridiculizan. Y en suma, nos cae a diario un chaparronazo lenguajil que se nos viene encima, racheado y de continuo como borrasca norteña, proveniente de varios frentes y generado por el odio que muchos de nuestros compatriotas (por llamarles de alguna manera para entendernos) profesan hacia todo aquello que huela a cosa hispana, sea lo que sea. Incluido el idioma. Pero no hablo sólo de los separatistas, sino que esa especie prolifera también entre los nacidos en Madrid, Granada, Zaragoza, Vigo… y en los tres etcéteras de don Simón.
De manera que, encontramos desamparada, desarreglada y aun humillada la lengua de Cervantes frente a las acometidas de estruendosas tempestades alimentadas por la política y sus miserias; a merced de ideológicos vientos mercenarios que pretenden soplar, y que soplan, al capricho de sus mezquindades. Vemos cada día cómo los propios gobiernos de España, que debieran encabezar el cuido y defensa de nuestra común lengua, que es vehículo traspasador de espacios y de tiempos, que es puente que salta océanos, que es camino que nos comunica con el pasado y con el futuro de los nuestros, son los primeros que lo agreden constantemente y de mil maneras; son los primeros que, en su vesania, lo malvenden y entregan a separatistas y lobis de toda laya, a cambio de mantenerse unos meses más en sus poltronas.
Y uno se pregunta: ¿no hay en el país algún organismo valiente que levante su voz contra esta situación? ¿No hay quien se erija en defensor de la lengua de Cervantes, de Lope, de Bécquer o de Azorín al tiempo que denuncie la permanente agresión a que el propio gobierno de España la somete, ora perpetrando leyes como la más arriba citada que raquitizan su estudio, conocimiento y buena usanza; ora tolerando cobardemente que algunas regiones prohíban o limiten hasta la asfixia su uso a los educandos; ora poniendo de ministra portavoz o “portavoza”, como a veces se ha visto, a una hincha de hablar zarrapastroso, que sólo oírla daba dolor de orejas cuando decía aquello de “pos le via desí un dato que nojan dao”, o aquello otro de “lo cujté macomentao”…? Aquella buena señora ministra, ¡y era la portavoz del Gobierno!, tenía un pronunciar sonante a concurso de chistes malos.
Pues al parecer, no, pacientes lectores: lamentablemente no existe en nuestro país esa deseada institución que con la fuerza de su consolidado prestigio, con el imperio de su autoridad moral en el terreno del lenguaje, sea capaz de encauzar tanto dislate. A la Real Academia Española sólo alguna vez, como perdida, muy tímidamente se la oye. Pareciera la docta institución una acobardada y ajamelgada reunión de sabios asustados, medrosos de denunciar abiertamente tanto desmadre; atemorizados, tal vez, por que el poder público reduzca su presupuesto, yo qué sé…
Aunque una entidad como la Real Academia no debiera depender del capricho presupuestario del gobierno de turno. Debiera ser organismo autónomo, independiente, de intocable financiación, que pudiera ejercer su importante labor sin el temor a que la ministrita de turno, fanática feministoida por ejemplo, los intimide con la espada de Damocles de la reducción de presupuesto si no se atiene a sus concepciones ideológicas.
Y así, los ínclitos académicos, en lugar de dedicarse a consagrar cochambrosos vulgarismos que malsuenan y estropean el idioma, y lo hacen chirriar; o feos extranjerismos aún no asentados ni bien deglutidos…, en lugar de a eso, tal vez, quizá, con suerte, lo mismo, pudiera ser, quién sabe, a lo mejor… se dedican a su misión de dar esplendor al español; y a fijar, ordenar y limpiar los parterres del lenguaje; y a denunciar las maldades idiomáticas de los políticos y de las políticas, y a poner en solfa una y otra vez, incansablemente, los sandios, irrisorios, caprichosos retorcimientos lenguajiles de ciertos locutores o presentadores, o de los lobis ultrafeministas, que llenan de ridículo, de maleza y de suciedad lo que debiera ser elegante y limpio jardín del idioma nuestro.
JUAN CHIRVECHES
(P.D.) Publicado en el diario IDEAL. Granada, 16 de mayo de 2022