Los veranos nos traen los cielos más puros, un sol de navajas y noches encendidas de estrellas. Atrás la puerta se cierra y nuestro cuerpo se abre a otras calles, a otro modo de vida, a otros espejos de paisajes; el mar, el campo, a una soledad multiplicada de extraños y al encuentro de los pequeños placeres.
Siempre existen los pequeños placeres, esas migas de felicidad que despiertan nuestro interés y nos alegran en los largos meses de estío. Un poco de reflexión me ha hecho ver claro que el concepto felicidad es algo subjetivo que cada uno siente en su interior, una sensación o placer inmediato.
No es extraño cuestionarnos algunos interrogantes, cuando hablamos de felicidad. ¿Las riquezas y bienestar que la humanidad ha acumulado durante siglos, se han traducido en felicidad?, ¿Los avances tecnológicos han convertido la Tierra en un lugar cómodo para vivir?, ¿nos cubre nuestras necesidades y por tanto el progreso nos da una vida mejor y más feliz?
En el fondo, nada de esto nos importa, cuando pasamos a la segunda etapa de la vida, cuando la tensión desaparece y la ola de los años nos deposita en la orilla de cada veraneo, no hay tiempo, ni conciencia, ni ganas. Ahora, el excepcional calor, de este verano tórrido que no acaba nunca, nos disuelve, nos aletarga las neuronas para pensar y responder con claridad en temas tan profundos y filosóficos.
Las huellas de los veranos vividos durante más de medio siglo, nos acerca a las luces y las sombras de las pequeñas felicidades, no se trata de recobrar la lozanía de un tiempo que no volverá, si no ver como en la singular estación de estío, nos dejó un racimo de costumbres y rastros para amar más la vida y que aún se conservan como tesoros de nuestra idiosincrasia que por su contenido deleitoso debería elevarse a Patrimonio de la Humanidad “made Spain”.
Estoy seguro sin temor a equivocarme que el mayor placer se produce después del almuerzo, sentados o bien tumbados en la fresquera de la casa, el sillón o la sombra de la sombrilla playera, el ramaje del árbol, cuando una pequeña señal, una inclinación de la cabeza, un movimiento de caída de los ojos, penetra por la hendidura de la conciencia y sirve de paso al gozo del sueño, “la siesta”. ¡Que inventó heredamos de los romanos! ¡Cuánto bueno nos legaros nuestros antepasados italianos! Hasta los chinos han copiado la siesta. Ese tiempo hueco sin testigo, nos relajamos y despertamos, como si el tiempo jamás se ha detenido.
Los veranos se suceden uno tras otro, el tiempo pasa y nosotros con él, la vida de siempre continua y mantenemos los productos patentados en España, el “tinto de verano”, la naturalidad y simplicidad de una bebida refrescante que cada uno le proporciona el toque personal de vino y gaseosa, frio o con hielo, los más osados se atreven con su prima hermana “La sangría” donde se conjugan diversos sabores: vino tinto, frutas, azúcar, refrescos y algo de alcohol.
Andalucía, pueblo mío, donde los veranos son intensos, secados por el sol , con la sed perpetúa en los labios, se convierte en un verdadero placer beber un tazón de gazpacho antes de la comida, los ingles que todo lo traducen lo denominan sopa fría de tomate. Después de saborear un fresco gazpacho se recobra el resuello de la calor y retorna el optimismo.
La vida se alimenta de pequeñas cosas que permanecen en un universo en constante cambio, si tuviera que confeccionar una lista de los alimentos que degustamos con devoción seria casi infinita. El número uno del verano de antes, hoy y del futuro se lo lleva “La sardina” un pez delicioso desde el norte al sur de España, degustada junto al mar: al espeto, a las brasas, a la plancha su sabor conquista, en el campo: en la barbacoa de carbón.
La seducción que es un destino ciego, para mi voló al norte de África, en Ceuta, el verano tenía su identidad propia, con los tradicionales pinchitos morunos. El anafre con su fila ordenada de pinchos, las brasas al rojo aventadas por la cadenciosa mano del moro, atraía los ojos del paseante y el olor a especias agudizaba el apetito.
No hay nada, como no hacer nada, dejar en verano el reloj del tiempo pasar, el placer de la contemplación, del silencio , de tumbarse o sentarse en la orilla del mar y disfrutar como las olas inagotables se desvanecen una tras otras la llegar a la orilla , ver pasar , como todos caminan sin detenerse por la arena mojada, pasan hombres, mujeres, pasan jóvenes y mayores, todos ensimismados , cada uno con sus cuerpos : esculturales, tatuados, abandonados, con sus pechos desnudos inflados de silicona, cada uno en su anonimato.
No hay nada, como el placer del atardecer, cuando el sol envejecido quema sus últimos rayos sobre la mar o las montañas. Y nada queda sino el goce limpio de ver descender la noche cargada de estrellas.
La marea de la vida nos lleva cada año al verano, que los pequeños placeres logre una vida más llevadera y feliz. ¡ Sal de ti! y disfruta.
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Rafael Reche Silva, alumno del APFA
y miembro de la JD de la Asociación
de estudiantes mayores, ALUMA.
Premiado en Relatos Cortos en los concursos
de asociaciones de mayores de las Universidades
de Granada, Alcalá de Henares, Asturias y Melilla.
Comentarios
6 respuestas a «Rafael Reche: «Las cosas del verano, los pequeños placeres»»
Que razón tienes Rafael. La felicidad está dentro de uno mismo y casi siempre se consigue con pequeñas cosas: siesta, gazpacho, sardinas asadas, etc., que no son únicamente propiedad del verano, diría que de cualquier época del año. Sin embargo, el verano las potencia como si se tratara de una especie.
Me alegro mucho de compartir la idea de que cosas tan banales hacen la felicidad. Creía que era cosa mía….
Buenos días amigo Diego gracias y me alegro de compartir contigo estos gustos, estos pequeños placeres. Un abrazo
Ayyyyyy. ¡El tiempo se multiplica en verano!
La felicidad que da un parchís alrededor de la mesa con un Colacao buen fresquito, tomarse una buena limonada al mediodía, leer y leer hasta las tantas de la macana sin agobios de que te faltarán horas de sueño para ir a trabajar, dejar el reloj de pulsera en la mesilla de noche durante dos meses, quedar con los amigos en cuaquier terraza, ir a por un helado de marrón glace o de cassata a Los Italianos, tomarse unos vinos en La Trastienda, recoger conchitas y cristalinas en la playa, pintarme las uñas de los pies, hacer ensaladilla rusa, pasear como un guiri en tu ciudad….
Ayyyyyy la lentitud del tiempo pausado, reposado… es la que te da el placer de disfrutar más lo que el vértigo de los días laborales te resta sin notarlo.
Que sin duda alguna, la ensaladilla rusa, la cerveza, la limonada, los helados… me saben mejor en vacaciones.
¡A disfrutar, Rafael!!!
Cuanto me encanta Silvia tu relato del verano, en lo sencillo, en lo cotidiano que nos lleva a disfrutar de este tiempo singular de las vacaciones y como Granada rica de por sí, en su belleza, nos deja también su peculiar verano. Gracias Silvia por tu comentario
Que Buenos placeres tiene el verano esos petos de sardinas él gazpacho y lo mejor la siesta esta es todo el año y contra la calor él agua es lo mejor. Un abrazo amigo Rafa buen verano
Amigo Antonio que razón tienes con el agua hasta hace muy poco me encanta en verano el agua en su botigo que siempre se mantiene fresca y sabrosa.