Estoy seguro que si esta reflexión fuese escrita por Tito Ortiz, cronista oficial de Granada, otro gayo estaría cantando con mucho más atino, pero –y quizás muy a pesar vuestro y mío– el autor de las líneas impresas –que no es otro que el que firma– tiene un enfoque muy particular del término que sirve de encabezamiento.
No os voy a hablar de la Cruz Roja o de la Asociación contra el Cáncer y sus cuestaciones, sobre las que no tengo ni la más remota duda sobre su necesidad y eficacia. Es otra la póstula de la que yo quiero ocuparme hoy: “Proponer un candidato para un cargo electivo” (RAE), sea cual fuere el ámbito en el que se desarrolle la cuestión.
Y es que no me cabe duda que estamos en tiempo de colocación, pues lo compruebo cada día, por ejemplo, en esas fotografías llenas de abrazos que se publican en las redes sociales de los “electos” y sus “adláteres” –de forma despectiva, “personas subordinadas a otras de la que parecen inseparables”–, con posturas repetitivas y cercanas al fotomatón más rancio.
Volvemos a lo mismo: no nos ocupamos de valorar los méritos y la eficacia; a unos les basta con la obediencia y la sumisión, mientras que los otros sólo buscan mantener el estatus que entienden como propio.
Ya sé que estoy exagerando y que no todos los casos merecen esta descripción, pero es que me están tocando el ombligo –“Probablemente de pequeño escucharas (este) mantra porque no era bueno para la salud y la frase conseguía su cometido: te paralizaba de inmediato” (maldita.es)–… Lo cierto, al menos para mí, es que cada vez se hace más patente la imprescindible “elección personal” de los que me van a representar en cualquier entorno y el conocimiento del equipo que les acompañará, en evitación de muchos males que ya nos están agobiando.
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de
Ramón Burgos
Periodista