Aunque os sorprenda –y sé, positivamente, que no va a ser así– hoy no me voy a apoyarme en la RAE para escribir sobre lo que, por ejemplo, en Costa Rica vocean como “jetón”: aquel que “miente como un bellaco” (fraseomania.blogspot.com).
Y es que tengo una cercana impresión: no son los rasgos faciales los que definen a una persona, ni el primer impacto que percibimos al poner nuestros ojos en los suyos, a no ser que, como en el soneto de Francisco de Quevedo –“(…) érase un naricísimo infinito, frisón archinariz, caratulera, sabañón garrafal, morado y frito”–, tengamos la malvada intención de satirizar a un rival más o menos cercano.
A lo que quiero acercaros es la situación social que estamos soportando: el descaro y la falsedad interesada de unos pocos que se están “pasando por el arco del triunfo” –«Despreciar algo de forma total y absoluta (hasta el punto de limpiarse el culo con ello figuradamente)», coloquialmente.com– las leyes y costumbres que tanto sudor y lágrimas nos han costado.
A base de “decretazos” e “imposiciones”, intentan conseguir que el resto de los humanos deje de plantearse la bondad o maldad de sus acciones; es decir, que la libertad de expresión quede reducida a un sueño perdido… Y todo ello, sin que, como le pasaba a Pinocho, les crezca la nariz de forma descomunal.
Y no penséis que me estoy refiriendo sólo al ámbito político. ¡Ni mucho menos! En el diario vivir las formas de actuación –lo que hasta ahora considerábamos como normas sustanciales de convivencia– se están contaminando con estos o similares perfiles, que nada tienen que ver con la imprescindible cohabitación pacífica.
Si no es momento de “faraonadas”, menos aún es tiempo de aguantar estulticias, necedades o sandeces, propias de bobos que han perdido sus cabales obrando fuera de la razón.
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de
Ramón Burgos
Periodista