Antonio Lara Ramos: «Eso de perder la cultura del esfuerzo en la escuela»

Decir que se ha perdido no es del todo cierto. La misma aseveración podemos trasladarla al ámbito social […] Construir mitos negativos en torno a la escuela es desvirtuar todo lo bueno que representa.

Estamos en plena implementación de una reforma educativa. Otra más. Y se ha suscitado el debate acerca de la promoción del alumnado en ESO y Bachillerato. Y, cómo no, de la cultura del esfuerzo no fomentada en la escuela.

La perdida cultura del esfuerzo fue un relato que se puso de moda para denostar a la Logse. La verdad es que nunca entendí aquello. En ese tiempo era docente, y mis alumnos se esforzaban para estudiar, realizar trabajos y aprobar los exámenes. Pero aún se malversa con este chascarrillo de la cultura del esfuerzo. No es extraño escuchar que para impulsarla han de ponerse reválidas o repeticiones inflexibles de curso, aunque se hable menos de proponer estrategias u objetivos que provean a los alumnos de habilidades, competencias, instrumentos, técnicas o motivación para superarlas.

Siempre entendí que el esfuerzo era patrimonio secular de las clases humildes, jornaleras, mineras, industriales, labriegas y demás esforzados que luchaban por salir de la penuria y la miseria. Y no tanto un patrimonio de esa clase que, como ‘señoritos’, a lo más que llegaban era a subirse a lomos de un caballo, porque su camino estaba muy allanado.

¿Por qué tanto insistir en fomentar la cultura del esfuerzo en la escuela y no hacerlo fuera de ella? El siglo XXI ha traído otro ‘esfuerzo’: nuevos líderes políticos que, sin haber dado un palo al agua y alcanzado, si acaso, estudios universitarios y másteres por la jeta, llegan a la política para ‘arreglarnos’ nuestra vida desde su doctorado experimental. Es curioso que muchos de ellos, voceros de la cultura del esfuerzo en la escuela, pretendan organizarnos y tomar decisiones que nos incumben, como si su ‘talento’ y ‘conocimiento’ los convirtiera en sabios ‘gerontos’ de un consejo de ancianos de la antigua Grecia.

El trabajo escolar requiere mucho sacrificio. Es una evidencia tan obvia como si dijéramos que en el trabajo del campo o en la construcción, por muchas máquinas que tengamos al uso, no se necesita gasto de energías. Decir que se ha perdido la cultura del esfuerzo en la escuela no es del todo cierto. La misma aseveración la podemos trasladar al ámbito social. Entendido el esfuerzo como valor instrumental, que nos sirve para alcanzar otros valores finalistas, cabría decir que hay numerosos situaciones sociales donde la entrega brilla por su ausencia. Las sociedades postmodernas han puesto la semilla, regado con ‘buena’ propaganda y amañado con esmero una forma de vida fácil que tiene como ejemplos a un niñato sin méritos encaramado en una lista electoral o a alguien con escasos estudios que pega un pelotazo especulativo para hacerse de oro. Vivimos en entornos sociales donde prima el hedonismo, la diversión fácil, la consecución de metas a través de golpes de suerte o el deseo jocoso de ganar dinero rápido. El ‘éxito fácil’ como modelo social para educar a los jóvenes.

El fomento de la cultura que predica con el ejemplo o se ennoblece con la verdad es tan inexistente como la realidad que potencia el yo frente al valor de la colectividad. En la España que hemos construido, las actitudes y las conductas ejemplares son poco valoradas. Se normalizan actuaciones políticas y sociales donde prima la descalificación, la ausencia de respeto o la deslealtad, el cinismo y la palabrería soez, cuando no la mentira. Deslealtad con los demás; cinismo en el proceder y decir, actuando con altanería y mintiendo sin rubor; y palabrería plagada de insultos. Maneras deshonestas de conducirse en una época donde cualquier gesto llega a millones de ojos y oídos, entre los cuales se encuentran niños y jóvenes.

¿Por qué no se impulsa la cultura de la responsabilidad, del cumplimiento de las obligaciones laborales, del trabajo bien hecho frente a la chapuza? Claro que es importante el esfuerzo, pero como valor social inoculado en todas las esferas y capas de la sociedad a través del ejemplo vivido en el entorno próximo y remoto, que huya de mensajes propagandísticos que prometen alcanzar las metas de modo rápido y fácil: eso de aprender o hacer ejercicio sin esfuerzo con que nos bombardea la publicidad. Llevamos muchos años vendiendo el ideal de vida licenciosa y la consecución del éxito de modo instantáneo. Vivimos tiempos de contradicciones, donde lo inmediato prima sobre lo mediato, o el goce se impone al sacrificio, o hacer planes de futuro se devalúa frente a ‘vivir el presente’.

Resulta injusto achacarle a la escuela la autoría de todo lo malo que sucede en la sociedad. Si hay ausencia de motivación en los alumnos, debemos reparar que esa misma actitud la observamos en nuestro entorno; si existe ausencia de modales y respeto, no tenemos más que echar un vistazo a una plaza pública que celebra un botellón o a una playa que acoge una festividad estival. La sociedad tiene su cuota de responsabilidad, no engañemos al ciudadano.

Cuando se perciban actitudes que valoren el trabajo, la consecución de objetivos vecinales o el compromiso con el entorno, entonces estaremos educando a nuestros jóvenes y alumnos en valores que auspicien el gusto por el trabajo bien hecho y la cultura del esfuerzo.

Ponerle etiquetas a la escuela es el camino más fácil para ofrecer una visión sesgada de su realidad. Construir mitos negativos en torno a la escuela es desvirtuar todo lo bueno que representa. Auspiciar tan infructuosos debates, sin mirarnos a nosotros mismos, es tan solo un modo obsceno de distraer y eludir las tareas básicas que se esperan de la escuela.

(Nota: Este artículo de Antonio Lara Ramos  se ha publicado en las ediciones impresas de IDEAL Almería (pág.22), IDEAL Granada (pág. 16) e IDEAL Jaén (pág. 18), correspondientes al sábado, 3 de septiembre de 2022)

 

Antonio Lara Ramos

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