Si es indiscutible que hay que casarse enamorado, también lo es que hay que saber con quién uno va a casarse». Aunque dudo de su textualidad -la maldita manía de haber dejado a un lado el lápiz y el papel-, estoy seguro que la intención con que la frase fue pronunciada por un «experto en temas monárquicos» tenía todo el aspecto de un tardío «aviso a navegantes», no falto de cierto tono de sorna picaresca.
Lo cierto es que, una vez más, lo dicho y visto en una de las televisiones españolas, me llevó a recordar a mi maestro de griego y latín y a una de sus sentencias preferidas: «Nunca y en ningún caso seáis tautológicos -Tautología. f. despect. Repetición innecesaria y poco afortunada (RAE)-, o correréis el riesgo de que os apunte un cero en las notas de este mes».
Y es que hablar por hablar no tiene ningún sentido, sobre todo cuando la repetición es la norma y, además, no disponemos de la necesaria información veraz, corriendo, así, el riesgo seguro de convertirnos en ‘abuelo Cebolleta’ -personaje del dibujante Vázquez que hizo las delicias de muchos en El DDT (y que parece que, años después, está convirtiéndose en referente de ciertos líderes sociales)-.
Intentaré explicarme: lo honesto, evidentemente, tiene su único argumento en mantener la franqueza por encima de cualquier perogrullada, sin fábulas ni ficciones. Las falacias, aunque se basen en ‘juicio oportuno’ de cualquier embrollo, no dejan de ser sofismas inmorales.
Así, una vez más, me ratifico en que del ‘dicho al hecho’ hay una distancia abismal, honda y profunda… En fin, que, conservando vuestro amparo, alimento mi creencia en la persona, como ser comunitario, a la vez que me marco, sin olvido alguno, la misión de intentar ‘recuperar’, si se me permite, a aquellas otras cuyo individualismo roza lo ególatra o lo interesado.
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de
Ramón Burgos
Periodista